Es interesante que cualquier gobierno tenga un cuerpo de análisis a futuro. Pensar los diversos futuros posibles en eso que llaman prospectiva ayuda a superar el exceso de instantaneidad de los tiempos políticos y mediáticos. Lo que hoy se reclama, mañana será olvidado por una nueva reclamación. Y así se presenta el bucle mediático-político de la sociedad espectáculo. De ahí que la prospectiva sea una herramienta decisiva en la gestión pública. Ese es, en principio, el motivo de la presentación por parte del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, del Informe España 2050. Esfuerzo loable que se ha tomado a risa por todas aquellas personas que no viven del largo y medio plazo –básicamente comunicólogos, doxósofos, oposición y malandrines de las ondas-. Ahora bien ¿ha merecido la pena el esfuerzo?
Sin entrar en los detalles concretos del documento –o documentos si se añade el proyecto para la España periférica- porque puede resultar pesado, cabe decir que ahí queda como apoyo a debates, reflexiones y posibilidades. Si la oposición lo desea puede aportar y criticar sobre algo, en cierto modo, material. Los medios pueden discutir, si reúnen la cualificación mental suficiente, sobre proyecciones y sus posibles consecuencias. Ahora bien, venderlo como se ha hecho por parte del camarlengo monclovita, Iván Redondo, es un error mayúsculo. Primero porque se ignora quiénes han participado en la construcción de la prospectiva. Algo importante pues no es lo mismo que sean perfiles similares a perfiles plurales. Segundo, porque lo han vendido como si hubiese sido la única vez en que se ha hecho algo similar (adanismo), dejando en mal lugar otras iniciativas similares que se han hecho en España con diversos gobiernos. Tercero, porque ha caído en los mismos errores de comunicación que un proyecto de esta envergadura intenta evitar. Y, cuarto, porque es mentira lo que le hizo decir al presidente del Gobierno en su intervención: “Que cualquier podrá participar en el debate y modificación”.
Al final el documento peca de dos errores que, a día de hoy, son graves: idealismo y tecnocracia. Si bien todo proyecto político debe contener un algo de idealismo, de visión sobre un futuro ideal, el materialismo es fundamental para el análisis. El saber realmente cuáles son las condiciones y la realidad del hoy, las corrientes internas, el ánimo y el sentido del pueblo. En este aspecto presentan datos bastante alejados de la realidad del día a día, no sólo en España sino a nivel europeo como poco. Se hace idealismo obviando lo material, por subjetivo que pueda parecer en muchas ocasiones, del hoy en día. Se da por hecho que el sistema, en términos generales, es perfecto en su globalidad. De hecho se muestra que la mayor crítica que se hace en el mundo occidental, a derechas e izquierdas, de abajo a arriba, queda confirmada en el texto: la separación de las élites y sus chusqueros.
Si le añadimos la variable tecnócrata, el idealismo se cuadriplica y el futuro sólo presenta un horizonte posible. Si han visto en medios de comunicación o redes sociales el gráfico que han presentado con las proyecciones de escenarios verán que hay uno muy remarcado como el perfecto y el que se debe conseguir porque seguiría la lógica del capitalismo actual. De todos los escenarios posibles uno y sólo uno es el perfecto. ¿Por qué es el perfecto? Porque lo dicen los tecnócratas en base a cálculos que jamás criticarán el sistema como tal. Hacer proyecciones de forma tecnocrática lo puede hacer cualquier chaval o chavala que acabe de terminar su carrera, pero ese tipo de estrategia ignora que en política hay que decidir, desde posiciones morales incluso, y que esas decisiones pueden trastocar cualquier tipo de proyección a futuro. ¿Quién proyectaba con seguridad en 1967 que la URSS no iba a existir en poco más de 20 años? Sin dos o tres decisiones políticas claves, sin dos o tres políticos decidiendo en un sentido y no en otro, igual la historia hubiese sido diferente. Los economistas saben perfectamente que cualquier proyección no deja de ser un ideal que sirve para rellenar artículos, pero que basta un nuevo invento o una decisión estratégica de un banco o una empresa transnacional para que todo el tablero cambie. Siendo un trabajo necesario, al final el tecnócrata hace lo que hace, mostrar un panorama idealizado. El problema es cuando eso se toma como verdad revelada.
Tampoco se puede mentir, como ha incitado a hacer Redondo, diciendo que estos documentos están abiertos a las aportaciones y debate de organizaciones diversas, instituciones y públicas y personas del común. Es obvio que si alguna organización puede colocar alguna aportación será porque le inviten a hacerlo. Y como toda organización de defensa de sus propios intereses aportará lo que les reporte beneficios. Lo mismo puede decirse de las instituciones públicas. Serán aportaciones sin visión global, lo que laminará en cierto sentido el carácter de bien común que se busca. Porque ¿se busca el bien común? Pero que vayan a participar las personas normales y corrientes no se lo cree ni el que lo ha escrito. No habiendo creado, por parte de toda la clase política, ningún canal participativo, alguien cree que ¿se van a crear de la nada y para algo que no sea más que una ratificación de lo ya expuesto? Si la mayoría de la clase política piensa que el pueblo es un ente inculto y lleno de prejuicios ¿cómo van a permitir que un profesor de instituto de Écija aporte al tema educativo? Cuando menos, algo extensible a toda la clase política, en especial la sección de asesores que van de listos, no tomen por idiotas a los demás.
De forma irónica, aunque bastante más realista que el documento, ¿alguien puede asegurar que España seguirá existiendo en 2050? No es por hacer caso a las paranoias de Alexandre Deulofeu y su Matemática de la historia donde vaticinaba el fin del imperio español después de 550 años, en 2032. Pero dada la situación nacional donde cada cual tira para su tierra y cualquier día la fuerza imperial puede apoyar cualquier secesionismo; dada la situación europea donde la UE puede llegar a estallar con salidas de otros países; dada la situación mundial en general no pensar en esto y dar por hecho que todo es sólido e inmutable es de un optimismo que no procede en este tipo de estudios. Es deseable que España siga existiendo en 2050 pero nadie puede asegurarlo al 100%. Como no se puede asegurar que los conflictos sociales no estallen, más pronto que tarde, por muy diversos motivos. La aparición de fuerzas populistas, antisistema, autoritarismo varios en repúblicas liberales están a la orden del día y son indicativas de que algo está mal. Eso que está mal es tomado a guasa en los documentos.
Esto es sólo una muestra de los errores cometidos en ese buen intento. Igual, en vez de intentar levantar el ánimo en un mal momento para Pedro Sánchez, el camarlengo debería haber trabajado un poco más los documentos. Hay ideas interesantes, sin duda, pero mucho humo también. Y el humo se lo lleva el viento con rapidez. Si hubiese hecho este ejercicio como España 2030 hubiese sido más asimilable, pero lanzarlo hasta 2050 es cuando menos un atrevimiento el cual señala un camino publicitario y no un camino prospectivo de verdad. Si el Programa 2000 se cayó en un día por el devenir histórico (con una visión a 10 años vista), pensar a más de una década es irresponsable. Idealismo, falta de realismo, tecnocratismo, elitismo, irresponsabilidad…, lo extraño es que a la derecha no le guste pues es lo que han hecho durante muchísimos años.