Cuando Hanna Arendt recibió numerosas críticas por sus artículos sobre el juicio en Israel de Adolf Eichmann —lo que acabaría convirtiéndose en su famoso libro Eichmann en Jerusalén y donde desarrollaría su teoría de la banalidad del mal—, no fue a la televisión, ni a la radio a llorar cual magdalena diciendo que la criticaban por ser mujer. Esas criticas se derivaban de su acción como intelectual. Le podrían gustar más o menos, pero no se hacían por su sexo sino por su intelecto.
Sin embargo, en las sociedades de los “ofendiditos espectaculares” ha surgido la falacia ad femina, esto es, el recurso a un falso machismo cada vez que se critica a una mujer por sus acciones o sus capacidades demostradas. Y no piensen que es cosa de la izquierda, ni del wokismo, también en la derecha (la cobarde y la valiente) utilizan esa falacia cuando les conviene. Ya no se puede criticar a una mujer, según parece, por decir estupideces (lo que es debatible, desde luego), por actuar de forma, digamos, extraña o por su capacidad intelectual. A los hombres sí se les puede criticar por todo ello pero a las mujeres no. Y no se habla de esas críticas donde la condición “mujer” es menospreciada, eso puede ser patriarcado o machismo, sino el simple hecho de criticar lo que hace y dice una mujer.
Todas estas doxósofas que aparecen en todos los medios, como les pasa a los doxósofos que se sienten cancelados pero no paran de hablar y aparecer, parecen ser intocables. En cuanto alguien les formula una crítica a su opinión, sus conocimientos, sus argumentos o su comportamiento ético, ¡zas! aparece la falacia ad femina. También cuando eso mismo se produce al criticar a una persona negra, islámica, sudamericana o inglesa. Siempre se recurre al sentir ofendido, cuando lo que ofende de verdad son sus opiniones y sus actos.
No hay más que escuchar las palabras de ayer de la mininistra ¡¡¡de Educación!!!, Pilar Alegría. Para explicar el “quilombo” que hay montado con Argentina, la señora no ha tenido otra ocurrencia que recurrir a los ataques al feminismo porque, a la esposa del jefe, la habían llamado corrupta. Es posible que no se pueda demostrar si ha existido o no corrupción en el caso de Begoña Gómez, lo que sí es evidente es que carece de ética o catadura moral. Su marido, el Narciso de la Moncloa, tampoco carece de catadura moral, de hecho es un ser inmoral completamente y que está utilizando a su esposa (aquí las feministas nada dicen) para beneficio propio. De hecho no le importaría que siguiesen pisoteándola en los medios si así consigue diez votos más. ¿No es eso algo muy patriarcal?
Ni la esposa tiene ética, ni la ministra cultura y capacidad. ¿Javier Milei? ¡Por favor, no le hagan caso! ¿Han comprobado en el presidente argentino, en realidad, algún tipo de propuesta apegada a la realidad material o solo son frases hechas y recetas de libro académico? También aquí habla de cohetes el populista monclovita. Los periodistas españoles son como los pringados de los juegos de trileros en la calle. Acaban apostando y perdiendo mientras el trilero y el gancho se llenan los bolsillos. Y de trileros y ganchos está llena la España política. Otra falacia que sumar a la lista, ya saben, ad femina.