El jefe del Estado, Felipe de Borbón, retrasó la grabación de su discurso por si la actualidad política alteraba algo lo que tenía negociado con el Gobierno de(l) turno. Una alteración de sus ocupaciones que según dicen las malas lenguas de la derecha mediática han quedado limitadas por el ego exacerbado del presidente del Gobierno Pedro Sánchez. Lo que ha dicho es lo mismo de todos los años, con más o menos matices según el Gobierno, y no deja de ser una impostura pues lo que igual le gustaría decir a él libremente le apartaría del trono genético sobre el que tiene sus posaderas. Se harán sesudos análisis, tamizados por gin-tonics u otras bebidas espiritosas, pero toda la prensa alabará o criticará dentro de los márgenes del cortesanismo lo dicho son percatarse que ese mensaje, como símbolo, está corrompido por su misma fuente.
Borbón, como su antecesor, está en el trono no por voluntad popular sino por la unción de la espada (la dictadura fascista) y la cruz (la iglesia que necesitaba una figura en favor suyo en lo más alto del Estado). Gracias a la espada, de la que es el capitán general cabe recordar, la borbonada tiene asegurado su lugar de privilegio pues, como ha manifestado hace pocos días el ex-militar Fulgencio Coll, si hiciese falta el ejército actuaría contra el Gobierno de “los rojos” por traición a España. El mismo argumento que se utilizó en 1936 y provocó la Guerra Civil. Una asonada que no es producto de la locura de un dirigente neofascista sino que está presente en los cuarteles entre muchos altos mandos. Así se ha escuchado a más de un general y coronel decirlo, algo que Borbón aceptaría gustosamente porque, sin tener la gracia y el donaire de su antecesor, se le ven las costuras de sus preferencias políticas. Como portador de la espada, llegado el caso, la utilizaría contra los malos españoles, en principio los ariscos catalanes, pero una vez lanzada la andanada no se puede saber hasta dónde llegaría. Evidentemente no se instauraría una dictadura militar pero una modificación constitucional en un sentido más conservador (algo que también se ha escuchado en los cuarteles del PP) no quedaría descartado.
Son suposiciones sobre lo que el “todo Madrid” suele hablar entre cafés y diversos licores en ciertos ambientes de la clase dominante, pero no se puede esconder que por mucho que se presente en el discurso vestido de paisano, en el fondo Borbón es un militar, el de mayor graduación, la espada es su símbolo y de la espada recibió la corona que ostenta hoy en día. El poder militar de coerción de la propia población, aunque Sánchez haya aludido a ser la primera línea de defensa del país, es una imagen sumamente ruda, por eso todo queda diluido gracias a portar la cruz. El designio divino, y no la sangre y la dictadura, es el que ha permitido estar en el trono a la familia Borbón. Una religión que le infunde poderes carismáticos para elevarse por encima del resto de los mortales pues, al fin y al cabo, son monarcas dei gloriam. Carecen de los poderes taumatúrgicos de sus antepasados (tampoco es que curasen los antiguos reyes sino que era una pantomima carismática), pero siguen vendiendo desde los medios de comunicación esa capacidad adaptada a los tiempos presentes.
Esa capacidad carismática (tal y como Pablo se adjudicó en la primera carta a los romanos) nos es transmitida por los medios de comunicación (todos, incluso los que van de republicanos y rojeras) como un poder innato de la corona para desfacer entuertos políticos, como si la mera posesión de la corona dotase de capacidad de diálogo a quien la ostenta. Como si representar al país a nivel internacional, más allá de los negocios de amigos y comisiones diversas, inmanentemente proporcionase beneficios al país siempre y cuando sea el monarca quien los lleve a cabo. Si prestan atención todo tiene solución en la figura carismática de Borbón. Todo gracias a portar la cruz, ya que es de la cruz (el poder eclesiástico que no condena a los pederastas) de quien ha obtenido esa capacidad carismática. Confluyen, por tanto, sin haber tenido ningún papel importante, ni destacado en toda su vida, la espada y la cruz de la tradición más antigua y que año tras año nos venden por televisión. ¿Tiene sentido ese discurso navideño? Lo hacía Franco, lo hacía su padre y ahora lo hace él para hacer ver que el carisma sigue presente. Si se fijaron bien en el aparataje trasero del discurso tanto la espada como la cruz tienen allí su representación simbólica de una u otra forma. No es España la que está representada simbólicamente, sino una forma monárquica que se eleva por encima de toda la ciudadanía y, por eso, tiene completa inmunidad.
Post Scriptum. El carisma es un don divino cuyo significado ha sido pervertido por toda la recua de doxósofos, opinólogos y juntaletras para hablar de empatía con las personas. No hay líderes carismáticos en política (mesmerizadores si acaso), ni hay personas con carisma (ser simpático o tener capacidad de comunicación no te hace portador de carisma), sólo en el ámbito de la religión hay personajes carismáticos. Por eso se utiliza el término carismático en el texto en su sentido verídico y no en el teatral de aquellas gentes que hablan de carisma como si se comprase en el supermercado de lo político.