Una vez más, los políticos no han sabido estar a la altura en el primer aniversario de un atentado tan grave como el que se produjo el 17A en Barcelona. Tal como sucedió con el trágico 11M en Madrid, donde unos y otros instrumentalizaron el dolor de las víctimas según sus propios intereses, dando un espectáculo sonrojante al resto del mundo, el homenaje a las víctimas de los atentados de Barcelona y Cambrils, en el que murieron 16 personas y 131 sufrieron heridas de gravedad, se ha convertido en un lamentable gallinero, un ring para dirimir las disputas políticas, un vodevil tan cruel como vergonzante. Si en 2004 fueron PP y PSOE quienes se tiraron los trastos a la cabeza a cuenta de los atentados de Atocha hoy son españolistas e independentistas los que han entrado a la trifulca para sacar réditos electorales sin ningún rubor.
Destacados miembros del Govern ‒algunos desde la prisión donde permanecen recluidos por iniciar el procés de independencia‒, han acusado en las últimas horas al Gobierno central de ocultar información a la Generalitat sobre las relaciones del imán de Ripoll, cabecilla de la masacre, con el CNI. Mientras tanto, las asociaciones cívicas y culturales independentistas y los CDR (Comités de Defensa de la República) ya han anunciado que durante los actos de homenaje a las víctimas llevarán a cabo acciones de protesta contra los reyes de España, demostrando de esta manera que según la filosofía indepe el patriotismo está por encima de todo, incluso de los más elementales códigos de humanidad y respeto ante un momento tan doloroso. Preparémonos por tanto para asistir a una sonora pitada con abucheos, una macropancarta hiriente, un mar de esteladas, cualquier performance que hará olvidar la tragedia de las víctimas y sus familiares y nos situarán de nuevo en una especie de gran Diada a mayor gloria de la patria catalana. Eso sí, nada se dice en el lado catalanista sobre el cúmulo de errores cometidos por los Mossos durante la investigación y que hizo más fácil la comisión de los terribles atentados por parte de la célula yihadista. Con una bandera se puede tapar cualquier miseria por grande que parezca.
Pero si nefasta está siendo la gestión de los preparativos por parte del bloque independentista, incapaz de arrinconar su odio a lo español siquiera durante una hora (el tiempo que se tarda en colocar una corona de flores en las Ramblas y en entonar un par de tristes melodías), no menos grotesca está siendo la actitud de ciertos dirigentes políticos ultraespañolistas alentados por la prensa cavernícola de Madrid. Así, el presidente del PP, Pablo Casado, ha exigido al Gobierno que lidera Pedro Sánchez que “no tolere ningún acto de ultraje, humillación o rechazo” a Felipe VI en los actos de homenaje y ha calificado de “canallada tremenda” que los políticos catalanes presos “pongan en duda”, en una carta abierta, la labor que realizaron las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado en aquellos días trágicos de agosto. A las declaraciones de Casado se han sumado otras astracanadas sin demasiado sentido de colaboradores de Albert Rivera, que también han querido convertir el acto en una especie de patriótico día de la fiesta nacional, dejando en segundo plano el sufrimiento de las víctimas. Tampoco en ese lado de las dos España se asumen los errores mayúsculos que propiciaron el atentado, y solo el ex ministro del Interior, Juan Ignacio Zoido, ha reconocido, aunque con la boca pequeña, que existieron “lagunas” en la investigación. Nunca es tarde, aunque en este caso tan delicado quizá sí lo sea.
Y en medio del lamentable campo de batalla que se ha formado, han tenido que ser las víctimas y los familiares de los fallecidos, una vez más, quienes pongan un poco de cordura en el manicomio ibérico, al dar la cara ante los medios de comunicación para decir a sus representantes políticos aquello de “basta ya”. Ahí está el testimonio de Anna Cortés, una de las heridas, que aún recuerda cómo los cuerpos de los atropellados por la furgoneta de las Ramblas volaban “como muñecos rotos”, y que asegura que las víctimas se sienten “olvidadas, agotadas, engañadas, incomprendidas y utilizadas por las autoridades”. La mujer se ha quejado amargamente de la politización de los actos de homenaje y ha implorado a quien corresponda para que el día transcurra con el duelo y respeto debidos, sin “pullas políticas”. Y ahí están también las palabras conmovedoras de Edita Cedeña, otra de las afectadas por el atentado, que reconoce que “nunca podrá curarse del trauma psicológico”, mientras denuncia que ningún político ni institución pública ha tenido tiempo de preocuparse por las víctimas pese a que ha transcurrido ya un año. O la declaración sobrecogedora de Nuria Figueras, a quien el destino quiso poner en el peor lugar del mundo aquella tarde, y que ha mostrado su impotencia y su “rabia”, no solo contra los agresores, sino contra los políticos de turno enzarzados en la carnaza de siempre, como hienas salvajes.
Así que una vez más, tal como sucediera con el 11M y repitiéndose de nuevo el disparate nacional, se ha terminado imponiendo el rencor, la barbarie y la sinrazón de un pueblo, quizá de varios pueblos con lenguas distintas, esos que siguen pareciendo aún por civilizar y a los que siempre, indefectiblemente en los momentos más trascendentales de nuestra historia, le afloran la ignorancia, los complejos, la falta de educación y el sempiterno odio cainita y fratricida. Precisamente en esos momentos solemnes y trágicos en los que la gente de bien solo quiere que la dejen en paz, en silencio, compartiendo con los demás un dolor insoportable. Y no escuchando el gañido salvaje de los muchos mediocres y enloquecidos que pueblan esta maldita piel de toro.