El primer mantra falso que lanzan desde Vox y desde una parte del PP es que las leyes de género están provocando desigualdad porque marginan al hombre. Eso es mentira. Las leyes que buscan la protección contra los criminales y terroristas machistas no criminalizan al género masculino sino sólo a los elementos que buscan perpetuar la supremacía patriarcal a través de la violencia. No se culpa al hombre por ser hombre sino sólo a aquellos que maltratan, torturan o asesinan a las mujeres por un concepto machista de las relaciones humanas. El problema es que esa propaganda contra el movimiento feminista está calando en una parte de la población.
Octavio Salazar, en una entrevista concedida a El Mundo, lo dejaba muy claro: «No se trata de culpabilizar al hombre, se trata de censurar el patriarcado. Hay que acabar con la masculinidad tal y como la entendemos. No es que la masculinidad esté en peligro, es que la masculinidad acaba siendo un peligro, porque está en la base de tantas injusticias y violencias que sufren mayoritariamente las mujeres, pero también otro tipo de masculinidades disidentes. Hay que acabar con ese modelo de masculinidad hegemónica tan tóxico».
Las asociaciones de mujeres han reaccionado, pero también es fundamental la presencia de los hombres, pero no sólo como aliados del feminismo, sino como un elemento fundamental para, en primer lugar, alcanzar la igualdad real basada en el respeto de los derechos humanos y, en segundo término, como una parte más de la lucha de las mujeres contra la intolerancia.
No se puede excluir a los hombres porque son un elemento clave para que las mujeres disfruten de los mismos derechos y que no haya más desigualdad. La propia Lydia Cacho, en su libro #Ellos hablan, muestra cómo el género masculino debe ser parte de la revolución de las mujeres, un movimiento que muchos hombres vieron como una amenaza, que han querido plantear como una guerra de sexos cuando, en realidad, no es así. Lydia Cacho lo define muy bien cuando afirma que «no se trata de batallas sino de encontrar una nueva forma de relacionarnos hombres y mujeres, de encontrarnos».
El hombre es fundamental para la revolución por la igualdad real porque sigue ocupando una posición de privilegio dentro de la sociedad patriarcal. Esto es una realidad. Sin embargo, en vez de utilizar esa posición de privilegio para destruir a la mujer, el hombre que se reconoce feminista y humanista sabe usarlo para generar las condiciones que provoquen las situaciones sociales para, poco a poco, ir transformando la utopía de la igualdad y de la diversidad en una realidad.
El hombre que ha sabido detectar que el concepto de masculinidad no es más que un modelo subjetivo que margina a la mujer, se convierte en una herramienta que las feministas deben acoger porque, trabajando juntos será más fácil arrinconar a quienes pretenden perpetuar la injusticia patriarcal.
Cada vez somos más los hombres que luchamos día a día por la igualdad real y eso es algo que desde los suburbios del machismo no se comprende.
Para terminar, vuelvo a Lydia Cacho cuando afirmó que el debate feminista está corriendo el riesgo de quedarse en la superficie y olvidar lo realmente importante: alcanzar la igualdad real entre hombres y mujeres, dado que «la democracia real no existe porque no hay igualdad real entre hombres y mujeres. Ahora les toca a los hombres trabajar entre ellos para transformar el mundo, como hemos hecho las feministas».