Tras el bochornoso espectáculo que se vio el día 6 de enero de la toma de Capitolio estadounidense a llamada del actual presidente Donald Trump, las cúpulas partidistas españolas han querido hacer una proyección de aquello para compararlo con lo que ha sucedido y sucede en España. Paradójicamente quienes más tenían que callar más han hablado porque en el fango se vive mejor. Igualmente impresentables los análisis que se han producido en las televisiones (da igual el canal) donde nadie ha querido explicar el porqué del suceso más allá de acudir al concepto del populismo (o trumpismo según versión cañí de los “muy ilustrados”). Que los White trash (por cierto muy recomendable el libro del mismo título que publicó la editorial Capitán Swing) se hayan lanzado a tomar el centro de la soberanía nacional es un claro exponente de cuestiones materiales –y derivadas subjetivas- que nadie ha querido verbalizar porque también están presentes aquí. Todos intentando alabar la democracia sin querer mirar hacia la base material que, al final, es la que sostiene todo el andamiaje.
La pelea entre unos y otros se ha debido a que se han acusado de hacer lo mismo que los fanáticos de Trump. En la práctica misma puede que no haya sido igual, pero en lo subjetivo-simbólico es lo mismo. Que los estadounidenses porten armas es una cuestión propia del país que no se puede extrapolar, ni utilizar como elemento de análisis. Tampoco se puede decir que unos (los de izquierdas) pretenden más democracia –salvo dentro de sus partidos o donde han gobernado- y los trumpistas no, cuando la realidad es que para toda esa recua lo que estaban defendiendo era la democracia que imaginariamente les está quitando el establishment. Cierto que en EEUU la llamada ha sido del presidente de la República, pero en otras ocasiones han sido partes de los cuerpos legislativos contra el ejecutivo o el mismo legislativo. En realidad, en España, nadie puede tirar la piedra, como se verá, sin estar libre de pecado. Son pecadores, lo saben y tiran la piedra.
¿Creen que hay diferencias entre Pablo Iglesias, Santiago Abascal o Gabriel Rufián con respecto a Trump y su deslegitimación del sistema liberal-democrático? Ni una. Les molesta la democracia, mucho más cuando no son ellos los que ganan siempre o pueden hacer lo que les da la gana. Su perfil no es muy democrático pero sí que los tres son antisistema, en el mal sentido además, porque se puede estar contra el sistema para mejorarlo mediante una transformación (gradualista o revolucionaria) pero aportando una alternativa real. Y en ninguno de los casos se produce ese mejoramiento, entre otras cosas porque no hay alternativa clara y real –como se denunció en estas páginas antes de ayer curiosamente-. Dejando de lado la toma del Capitolio en sí, el proceso de deslegitimación del sistema democrático es clara y concisa en los tres casos, arrastrando además a los “partidos del orden” a chabacanerías populistas.
Comenzando por el independentista, hay pruebas más que de sobra de sus soflamas antisistémicas –aunque maman del sistema todo lo que pueden- y de sus actos contra la democracia y el orden constitucional. Inventarse referéndums, manifestaciones, persecuciones del otro (del que discrepa) y así día tras día. Su enfermedad no es populista sino identitaria-nacionalista pero en muchas prácticas actúan de forma similar a los populismos. Gabriel Rufián defendió todas las manifestaciones contra los gobiernos de trifachito aunque va de la mano con los propios nazis catalanes (esos que están en Junts) porque la identidad hace que se perdonen los graves pecados contra la democracia. Graves pecados que no los ven así porque en su fuero interno lo que desean es un sistema donde manden ellos perpetuamente aunque tenga apariencia democrática.
Pablo Iglesias es un claro prototipo de populista como Trump. Que uno se sitúe en la izquierda y otro en la derecha no debe impedir ver que sus acciones y retórica son similares. El “rodea el Congreso” no siendo una invasión sí fue una fórmula de deslegitimación y de presión contra un parlamento legítima y legalmente constituido. Que en sus ensoñaciones pensaban ganar más algunos, es su problema, pero M. Rajoy era presidente con todo el derecho del mundo. Populista fue también la llamada contra el antifascismo (el populismo de derechas) en Andalucía por no aceptar los resultados. No hay que olvidar que desde Podemos se han puesto en duda hasta tres elecciones porque se decía que Indra había manipulado el recuento (demostrando que son analfabetos o disfuncionales de lo político). De hecho deben estar buscando todavía el millón de votos que decían les quitaron (teoría de la conspiración trumpiana) cuando la realidad es que las personas de izquierdas que no quieren al PSOE tampoco quieren a Podemos. Que los escraches sean buenos si se hacen a políticos de derechas pero no recibirlos también demuestra que sólo lo que es deslegitimación del sistema les vale como argumento y práctica. Lo mismo que ha intentado Trump (deslegitimar el sistema) lo vienen haciendo en Podemos, aun estando en el gobierno (sus paranoias republicanas últimas son buena muestra).
En el caso de Santiago Abascal es evidente que se postula contra el sistema al provocar manifestaciones contra el gobierno legal y legítimamente elegido (en esta ocasión PSOE-UP), al pedir acabar con las comunidades autónomas vía decretazo, al señalar constantemente al otro como un infraser metido en cualquier tipo de conspiración (como hace Trump), o con una retórica tremendista y contraria a cualquier respeto constitucional al señalar como dictador al actual presidente del Gobierno. Misma lógica populista deslegitimadora, mismo tipo de acciones, mismo interés alejado de la conservación de la democracia-liberal, mismos tintes autoritarios. En ese sentido, defendiendo intereses de clase distintos, actúan de igual forma que Podemos o los independentistas (donde se puede incluir a Bildu).
Cuando surge un populismo fuerte o con cierta fortaleza, potenciado por los medios de comunicación que así sacan tajada en términos de cuota de pantalla sin pensar en las consecuencias, éste acaba arrastrando a los propios partidos clásicos. De IU sólo quedan las pegatinas de la puerta, han acabado siendo suprimidos en la práctica y en lo simbólico por Iglesias y su chupipandi. Ciudadanos, que tuvo sus momentos de populismo del sistema à la Macron, se está desvaneciendo por completo. Y PSOE y PP están en sus peores números cayendo en las trampas del populismo. Pablo Casado, no se sabe si por incapacidad o por miedo a la derecha valiente, ha calificado a Pedro Sánchez de presidente ilegítimo; ha apoyado el rodea el Congreso de la derecha en la segunda investidura del actual gobierno; ha calificado al gobierno de dictadura; ha calificado las medidas sanitarias como mecanismo de meter el autoritarismo en España; ha ido a la manifestación de Colón contra el gobierno; ha apoyado a los cayetanos saltándose el confinamiento; ha pedido que la UE no diese dinero a España para superar la pandemia… Una serie de acciones populistas que no hablan bien de él. Tampoco el PSOE se ha quedado atrás, aunque igual por lágrimas como las de Boabdil al perder Granada, y se manifestaron contra el trifachito andaluz. Por no hablar de medidas populistas que son aire.
Los populismos son así sin importar el pelaje. Si piensan que por ser más cercanos a las propias posiciones ideológicas carecen de peligro se están autoengañando. El populismo funciona porque apela a arquetipos que llevan tiempo insertados en los inconscientes colectivos de los distintos países. Pero sus pretensiones son destruir al otro, no entienden que los demás son adversarios, sino que los ven como enemigos, y si están al otro lado del arco parlamentario como enemigos acérrimos. Aunque en realidad suelen morir los de abajo y nunca los de arriba, por muy populistas que sean. Lo que ha sucedido en EEUU viene sucediendo en Europa desde hace tiempo. Está aquí hace años. Y lo curioso es que la base populista es la misma allí y aquí pero nadie quiere hablar de eso aunque los estudios sobre los apoyos a Le Pen, Trump o Salvini están ahí para mostrar que no son locos o lumpen, sino personas que podrían ser sus vecinos. En el fondo lo mismo son Iglesias, que Abascal, que Rufián, que Trump. Que las formas no les engañen.