Mediáticamente no ha trascendido el debate que hubo en Izquierda Unida el sábado. Se celebró a la vez que Podemos hablaba de sus cosas y tampoco es que el discurso articulado por la otrora fuerza de la izquierda sea tan impactante como para trascender más allá de los muy militantes. Que no acudiese casi nadie, 72 personas de 250, igual muestra bien a las claras la situación en que se encuentra la coalición de izquierdas. Desafección, cabreo y un olor a cadáver viviente caminando por la senda de la fusión y rendición sin condiciones con Podemos. Transmiten la sensación de sentirse derrotados y de aceptar lo inevitable de su futuro como organización.
Bien es cierto que las deudas influyeron para la unión en 2016 y de ahí al amor sólo había un paso. Lo que es menos lógico es la pérdida de discurso diferenciado, la pérdida de una estrategia de base y de bases y participar del “cachondeo” que han supuesto las elecciones locales y autonómicas sin haber negociado una unidad clara. Gran parte de la pérdida de votos en estas últimas elecciones no sólo han podido ser los distintos títulos de las coaliciones (tipo Unidas-Ganar-Ahora-Somos-IU-Anticapis- y arriquitaun), sino que la campaña en sí ha mostrado que esas coaliciones eran como el ejército de Pancho Villa, pero sin revolución de por medio. Las candidaturas de IU por un lado, las de Podemos por otro y las de los demás haciendo lo que podían. Eso sí quedaban una vez a la semana para tomarse una caña y hacer un mitin conjunto. O bien ha sido producto del descontrol, la desconfianza entre organizaciones y cierta egolatría de las candidaturas, o bien es que son torpes hasta decir basta en la comunicación política. Al menos en Adelante Andalucía tenían claras estas cosas.
Siendo esto preocupante porque demuestra que se está a otras cosas, hay cuestiones más preocupantes para la histórica formación. De hecho han cambiado las tornas clásicas de toma de contacto social y por ahí pueden estar viniéndoles los problemas. “El papel de IU es utilizar esa presencia institucional para estar en contacto con la sociedad civil organizada, y para organizar a la que no lo está” ha dicho Alberto Garzón en la APyS de IU el sábado. Y claro cualquiera se pregunta, ¿desde cuándo los comunistas utilizan las instituciones para hablar con las asociaciones (que no es sino eso lo de sociedad civil organizada) y no al revés? ¿Desde cuándo los comunistas no trabajan desde las bases del sistema para organizar? Es dar la vuelta a la estrategia normal de una organización que tiene al PCE en sus filas, que se ha considerado ecosocialista y entregada a la lucha de clases. Ahora, según Garzón, la lucha de clases se organiza desde el escaño y con tuits y no trabajando codo con codo con esas clase trabajadoras. Si no hubiese esa presencia institucional ¿no contactarían? Un error estratégico de “una oligarquía asentada en la comodidad del escaño” como dicen los críticos en redes sociales y foros internos.
Lo curioso es que se señala a Zamora como el referente de lo que es un trabajo bien hecho, cuando los comunistas zamoranos han hecho justo lo contrario de lo predicado por Garzón. Como también lo han hecho gentes en Andalucía y otros lugares que no han dejado de patearse las calles. Pero es significativo que el máximo responsable de IU haga un alegato tan socialdemócrata y tan elitista, pese a los condicionantes que existen mediática y políticamente. Por ahí pueden venir algunas de las lagunas que existen en una organización que, de este modo, va dando pasos hacia la fusión fría con Podemos como única forma de salvación. Algo que ni desean sus militantes, ni desean las buenas gentes que aún votan a IU (que cada vez se quedan más en su casa o han emigrado a otros lugares).
El discurso en IU ha estado “banalizándose” o postmodernizándose a marchas forzadas, más desde que se está junto a Podemos. La defensa de la clase trabajadora está quedando cada vez más debilitada en el discurso oficial de IU. O, por decirlo de otra manera, se está diluyendo dentro de un sinfín de batallas posmodernas que hacen que sea indistinguible del discurso morado o del socialdemócrata. Se siguen diciendo marxistas y comunistas sí, pero el discurso se aleja de esa identificación analítica y práctica. Por ejemplo, en su libro Por qué soy comunista Garzón afirma que “la agresión del capitalismo es tan brutal y salvaje que, bajo las actuales condiciones históricas, defender los derechos humanos es impugnar el sistema capitalista mismo” (p. 319). Si se toma la frase de forma poco analítica y sin observar la realidad material nadie diría que es falsa la proposición. Pero si se piensa un poco más en lo que son los derechos humanos hoy en día, también se da cuenta de que por esa rendija se cuelan todas las postmodernidades que agarrotan a la organizaciones comunistas. No es normal afirma eso y expulsar, como ha pasado en Madrid, a un grupo de feministas porque se ha quejado no-se-qué grupo que apoya la regulación de la prostitución. Lo curioso es que en el mismo libro el propio Garzón hace un análisis de la postmodernidad bastante acertado.
Y a nivel mediático, por mucho que Ferreras y Griso inviten a Garzón a la tele, la subordinación a las recetas y hasta el lenguaje de Podemos desdibuja a la propia organización. Hay muchas personas que trabajan mucho y fuerte y a las que se hace poco caso como ocurre Eva García Sempere, por ejemplo, pero no hay una diferenciación en el lenguaje empleado y en las propuestas realizadas. Es más parece que al coordinador general desde Podemos le mandan a la televisión cuando hay que hablar de algo que a ellos y ellas no les apetece. No vale con decir ciudadano Borbón al ciudadano Borbón para establecer una diferenciación, es que cuando haya que ir a fábricas (como Alcoa) se acuda con agenda propia. Con el caso banco Popular, por ejemplo, podía haber clamado contra el poder del banco de Santander para hacer y deshacer en España pero igual ni se han enterado de eso. Y en otras ocasiones parece que sólo hablan para ciertos periódicos y ciertas televisiones, parece que hacen un veto a algunos medios de comunicación. Y a lo peor esos medios llegan más a sus votantes.
Al final del todo el camino muchas personas y militantes están con la mosca detrás de la oreja, como les dijeron en la APyS, de una “fusión fría” con Podemos como mecanismo de supervivencia. Supervivencia “¿de qué o de quién?” se preguntan los críticos, que aumentan su tamaño cada día que pasa. Acusan de aburguesamiento a la cúpula de IU, señalando a Garzón y Enrique Santiago especialmente, y estos devaneos y la pérdida de un discurso típicamente de izquierdas, de denuncia del capitalismo, de impugnación de ese sistema, de alternativa, provoca que las personas vean a IU como la marioneta de Iglesias. El PCE postmoderno deja de ser el PCE, dicen los críticos, para convertirse en una agencia de colocación, que va camino de la quiebra porque cada vez coloca a menos personas. El análisis de autocomplacencia del coordinador federal no ayuda a que amainen las sospechas de fusión. E IU no está tan bien como pinta, no está muerta, pero el pronóstico es de gravedad reservada y estancia en la UVI.
No hay necesidad de fusionarse con Podemos, sino más bien de mantener una fuerte agenda propia y si hace falta chocar con los aliados se choca. Curioso es que el coordinador federal de IU haya afirmado, aunque tapado por el terremoto Espinar, que hay que llegar a un acuerdo programático de izquierdas con Pedro Sánchez y desde fuera controlarlo cuando vire a la derecha, y a los pocos días casi defender la entrada de Iglesias en el Gobierno. Si la primera postura era la lógica desde el análisis del contexto, no hace cambiarla salvo que le hayan dado un aviso desde la formación morada. Esa autonomía es necesaria recuperarla. Si la estrategia de Unidas Podemos sólo es decidida por Iglesias, o sólo por Iglesias y Garzón, la organización comunista tiene siempre las de perder. Hoy más que nunca hace falta una fuerza que impugne el sistema pero sin liarse con cuestiones que no gustan a su electorado. La Transición no fue lo mejor, pero el papel del PCE queda en el recuerdo de muchas personas, de ahí que sea hasta contraproducente estar hablando de tiempos pasados que ya no mueven molino. Hay que centrarse en batallas transformadoras y esa de impugnación del régimen del 78 la tienen perdida (¿no han visto lo que ha pasado con Podemos?). Mejor entablar las batallas que se puedan ganar, aunque sea parcialmente. Mejor ser menchevique que populista. Mejor ser uno mismo que ser la copia de un movimiento que está en claro reflujo.
¡Si es que al final van a dar la razón a Llamazares!