Antes de intentar quemar a quien esto escribe por blasfemo tengan a bien leer el texto que sigue. El mundo queer intenta captar para su secta a todo el mundo. Son muy “católicos” en eso. De momento han conquistado el mundo académico (en los estudios raciales y los queer hay muchos millones de dólares en becas, currículo y cátedras), el mundo político, el económico (aunque no se sabe quién ha conquistado a quién) y falta el mundo religioso. En un mundo secular (o postsecular) el ámbito religioso no es tan importante como hace siglo y medio, pero la Iglesia católica (menos las otras escisiones protestantes) sigue siendo un aparato ideológico, cuando menos en términos morales. Y hay que hacerse con ella haciendo sonar las trompetas si hiciese falta.
Para lograr derribar el último escollo del pensamiento (ya han acabado con el marxismo realmente existente) que les queda, nada mejor que hacerse con los símbolos más preciados de la cristiandad. A este fin no se dejan a nadie fuera, comenzando por el Verbo encarnado. Hace unas fechas el decano del prestigioso Trinity College de Cambridge, Michael Banner, atestiguó que existía una alta posibilidad de que Jesucristo fuese un transgénero. Todo ello porque el investigador junior Joshua Heath había logrado trazar una serie de paralelismos entre la herida causada por la lanza de Longinos y una vagina. Tal y como el investigador había visto en una ilustración del siglo XV. Es más, asegura el investigador de Cambridge, las distintas representaciones de los genitales de Jesucristo a lo largo del tiempo demostrarían que Él tendría una respuesta “acogedora en lugar de hostil hacia las voces de las personas trans”. ¿Cómo se quedan?
No es la primera vez que sucede algo así, la pastora evangélica Alexya Salvador ya había dicho que Jesús tenía el género divino, porque así lo dice el Génesis (sic) para la Trinidad, por ello al descender a la Tierra “pasó a tener el género humano. Entonces, ¿si Jesús puede transicionarse, por qué no yo no podría?”. Lo de la encarnación parece que no lo tienen muy controlado, pero insisten. Así, los cristianos queer han tomado a santa Juana de Arco como patrona pues fue la primera en transitar de mujer a hombre, o cuando menos era travesti. En todo caso se tomará como patrona gracias a que todo este delirio intelectual es producto de la escuela francesa de filosofía.
¿San Pablo? Homosexual. De hecho, su gran labor en la extensión del cristianismo por el mundo se produce por esa represión de su homosexualidad. Sólo alguien así podía sentir un amor tan potente por los semejantes. Y lo dice, nada más y nada menos, que un obispo episcopaliano retirado como John Shelby Spong: “su sentimiento negativo hacia su propio cuerpo y su sensación de ser controlado por algo que no tenía poder para cambiar”. ¿San Agustín? Bisexual que habló en favor de las personas intersexuales. Lo segundo es cierto, habló de las “personas hermafroditas” en la Ciudad de Dios. De ahí a decir que el obispo de Hipona defendió que Dios creó la diversidad de género hay un paso. El que dan Jonathan Dollimore o Gabrielle MW Bychowski y alguna teóloga protestante como Megan DeFranza.
Cada cual que saque sus propias conclusiones, que busque santos queer en redes sociales y que piense si esta locura irracional (que nada tiene que ver con la dignidad de la persona, independientemente de lo que haga en su cama) no es un proyecto constructivista de alienación social.