Un millón y medio de almas han convulsionado el laboratorio de experimentos del neoliberalismo desde hace casi cincuenta años. Una semana de protestas mortalmente reprimidas han provocado que la clase trabajadora haya tomado el mando de la acción para hacer doblar la cerviz al neoliberalismo. Esas imágenes, ampliamente difundidas en redes social y, como no podía ser de otro modo, ampliamente ocultadas en los medios de comunicación de la clase dominante, muestran que sólo cuando la clase trabajadora se sitúa en la vanguardia de las protestas los poderosos se achantan. Por muy multitudinarias que sean las happy-manifas contra el cambio climático, o en favor de aquellos o estos derechos de carácter identitario-diverso, la clase dominante sólo se ha acongojado realmente a lo largo de la historia cuando la clase trabajadora, transformada en ese acontecimiento en pueblo, ha estado presente. El resto es asumido e incluso fetichizado por los poderosos.
Sebastián Piñera ha sido pillado in fraganti reconociendo que igual se habían pasado con sus privilegios y que gestionar Chile como laboratorio neoliberal (por ende capitalista en última instancia) tal vez se les haya ido de las manos. El país sudamericano tiene el deshonroso privilegio de haber sido el ejecutor del Frente Popular democrático mediante la utilización del bonapartismo dictatorial. Los Kissinger y demás águilas de la administración norteamericana, guiados por lo que les aconsejaban en la Trilateral (Samuel Hunttington) y en Mont Pelerin (lugares de cultivo primigenio del neoliberalismo), no tuvieron piedad con un gobierno elegido democráticamente que servía de ejemplo a nuevas formas de gobierno desde la izquierda alejadas del ámbito de la URSS. Justo en el momento en que Portugal, Grecia y España abandonaban sus dictaduras fascistas; justo cuando comenzaba a valorarse en la Francia gaullista un nuevo Frente Popular; justo cuando el Partido Comunista Italiano estaba más cerca de ganar las elecciones, decidieron dar una lección a cualquier demócrata de izquierdas. Y fue allí, en Chile, con la dictadura de Pinochet.
Desde entonces ha servido de lugar donde experimentar todas las políticas que el FMI, el Banco Mundial, la Troika o los espacios de pensamiento neoliberales han impuesto, en algunas ocasiones, o lo están intentando aun hoy. La mochila austríaca curiosamente lleva implantada en Chile desde hace años, como lo lleva en Colombia. Los planes privados de sanidad son lo habitual allí. La carencia casi completa de derechos laborales allí se ha ido probando. Chile, además, ha ejercido de agente del sindicato del crimen neoliberal en la región, junto con los colombianos. Pero ahora, cuando el capitalismo boquea y se desangra en la completa especulación, justo cuando su poder imperial parece inexorable, la clase trabajadora, poniendo como siempre los muertos, ha dado una lección de dignidad y de lucha que servirá de ejemplo al resto de organizaciones con conciencia.
La represión de verdad de los aparatos de Estado, no algunos porrazos en manifestaciones, es la respuesta habitual del neoliberalismo contra las protestas de clase. Muertes, violaciones, arrestos aleatorios, desapariciones y la negación de cualquier tipo de aspecto democrático es lo habitual cuando la clase dominante intenta proteger sus privilegios expoliados a la población. En Europa censuran o acotan la transmisión de informaciones no vaya a ser que, frente a una nueva crisis donde Alemania (la potencia que quiere ser imperial en la zona) está sufriendo más que los demás países por su exposición tecnológica y financiera (como le sucede a Gran Bretaña), a la clase trabajadora le dé por copiar ese tipo de acciones de protesta. Si en Chile pueden reprimir sin temor a que se extienda a otros países, en la Unión Europea podrían conseguir algo que nunca ha sucedido, que la clase trabajadora europea se una más allá de las fronteras nacionalistas y derrumbe al sistema. Chile es un ejemplo de acción para una acción en el mismo corazón de la bestia.