Bien sabía Nicolás de Maquiavelo de la necesidad de la Fortuna para que un Estado durase en el tiempo, España ha sido un Estado duradero a pesar de su dirigencia política. Lo más terrible, al menos desde el siglo XIX, es que el liberalismo no ha prendido en la derecha patria sino una mezcolanza de conservadurismo, reacción, o tradicionalismo, todo ello trufado con el brazo protector de la pérfida Babilonia que ha sido la iglesia católica. Paradójicamente los liberales occidentales se vieron perfectamente reflejados en la Constitución española de 1812 de la que hubo traducciones a todos los idiomas, pero aquello fue un sueño que los españoles y españolas han pagado con su propio sufrimiento. Salvo tres o cuatro grupos a lo largo de la historia española, el liberalismo no ha prendido en términos políticos (o lo ha hecho donde no se esperaba que lo hiciese) y así hay la derecha que hay. Hoy en día la derecha española puede ser calificada, toda ella en su conjunto, de cromañón, no por primitiva (que en algunas cosas lo es) sino por estar aún en la caverna. Desde radicales del neoliberalismo hasta conservadores, tradicionalistas, besa sotanas, pero ni una sola figura liberal que destaque. Y sin liberalismo no hay posibilidad de bien común, de patriotismo y de progreso humano. Queda la izquierda socialdemócrata para eso, pero si a cada avance en el bien común, cuando llega la derecha se destruye lo construido no hay avance realmente. De ahí que una derecha liberal, sin excluir otras manifestaciones, es fundamental para el país.
En España, por desgracia, el liberalismo de Benjamin Constant, John Stuart Mill, Alexis de Tocqueville, Leonard Hobhouse, Jean-Baptiste Say, Mary Wollstonecraft, Madame de Staël, John Dewey, John Rawls y tantos otros liberales nunca llegó a penetrar. En contraposición Joseph de Maistre, Edmund Burke, Louis de Bonald, Friedrich Hayek y demás conservadores o individualistas sí tuvieron y tienen aceptación, tanto como para exportar a Juan Donoso Cortés como elemento clave de la reacción (por no hablar del regeneracionista Joaquín Costa y su cirujano de hierro, esa figura que sobrevuela en la extrema derecha español siempre). Bien es cierto que tampoco por la izquierda socialista-comunista se ha estado a la altura de la circunstancias, el marxismo que llegó era de aquella manera, pero el momento de la izquierda no había tenido el momento verdaderamente liberal. Aquí la unión de corona, sotanas, aristocracia y explotadores improductivos, con o sin los 100.000 hijos de san Luis, impidió que el liberalismo plantase realmente su semilla. ¿Qué liberalismo dirán ustedes? El liberalismo primigenio que defendía el patriotismo, la representación política (que no quiere decir la democracia tal y como la entendemos hoy en día), el progreso y el bien común. Ni el Partido Liberal de Práxedes Mateo-Sagasta llegó a ser algo más que la contraparte del Partido Conservador. La cara amable del régimen borbónico y al que le endiñaron la guerra de Cuba. Algunas figuras ha habido, sin ser tan pesimistas, pero sin llegar a cuajar como en los países de alrededor.
La política del liberalismo (que en algunos países europeos aún tiene presencia) se ha orientado en el aspecto moral a encontrar sentimientos generosos, elevados, comunes lejanos de la vanidad, la codicia y la debilidad. Esto les sonará a lo que hoy en día defienden muchos social-liberales y muchos grupos de activistas, pero no la derecha española. Aquí, debe ser por la oscuridad de la caverna o por el exceso de destello al salir de ella en algunos casos, la derecha jamás ha defendido ni el patriotismo, ni el bien común, ni la libertad de pensamiento de las personas, ni nada por el estilo. Aquí siempre la ideología imperante, más allá del modelo económico (de ahí en parte la desgracia), ha sido tradicionalista, de entreguismo al catolicismo más reaccionario (da igual Pío IX, León XIII o Juan Pablo II) y siguiendo la estela de Herbert Spencer de la “salvación del más apto”, con la peculiaridad de que los más aptos siempre eran los mismos, los que si veían a otros más aptos enviaban al sable a por ellos. Mientras en Europa y América el liberalismo defendía el laicismo, la separación Estado-iglesia, la educación pública y laica, aquí se entregó y se entrega al vaticanismo del momento. Porque ni muchos minarquistas (esos que desean un Estado mínimo y de escasa regulación en favor de un individuo tan utópico como el comunismo) hacen una clara separación con la iglesia de Roma (como no lo hacen en otros países con las distintas iglesias protestantes). La derecha española está engarzada hasta lo más profundo de su ser con el vaticanismo. Vox es la clara expresión de esa moral reaccionaria, aunque el PP no le va a la zaga en lo referente a ciertos temas.
PP o Vox, porque Ciudadanos no sabe, no contesta aunque tienda al liberalismo, no son más que las dos caras de la moral vaticanista que no se quiere desprender de España. Mientras que con una mano dicen que defienden la libertad de pensamiento y expresión, con la otra acaban denunciando todo lo que se separa de la moral vaticana. No hay debate, como propondría un liberal, sino sumisión a las sotanas para vencer al diablo. Si a eso le suman que están en la misma corriente de la ideología dominante del capitalismo acaban defendiendo el “laissez faire, laissez-passer” que nunca ha sido el dominante en el liberalismo (ni Adam Smith lo defendía, aunque les intenten engañar a ustedes mostrándoles sólo algún texto suelto, que podrían recurrir al “primer libertario” como Charles Dunoyer) y que es casi contemporáneo en su extensión y aprecio. Ese libre mercado completo y un Estado reducido a la mínima expresión son casi contemporáneos en realidad. En el PP y en Vox quieren una España dominada por la moral vaticana pero que en lo económico y lo social sea la aplicación del darwinismo social, además con familias llenas de hijas e hijos para que haya suficiente recambio en la mano de obra. En muchos aspectos no son ni burgueses en su mentalidad, de ahí que es normal que Felipe González reconociese en 1982 que él estaba obligado a hacer la revolución burguesa que España nunca había tenido. No le quedó muy bien en el ámbito político, al menos, todo hay que decirlo porque no se atrevió a tocar las patas que sostienen esa parte de ciertos aparatos en el Estado. Pero sin duda fue más liberal y burgués que la actual dirigencia de la derecha. Utopismo individualista, que esconde impunidad de clase, moral vaticana y un Estado que debe ser controlado en todos sus aparatos es la ideología política propia de la derecha española. Miren a quien miren, por mucho que se diga ultraliberal, más allá del “hijoputismo capitalista” que diría Jesús Ausín, en realidad quieren el control del Estado para imponer su propia moral (vaticanista) y poder hacer y deshacer en favor de la clase dominante. De ahí que sea una derecha cromañón que sigue en la caverna de la historia.