Las mociones de censura, mecanismos institucionales para derrocar gobiernos por impericia o corrupción, se están utilizando alegremente en esta nueva época de los partidos hedonistas, esto es, que se mueven por el deseo mucho más que por el análisis de la situación. Podemos presentó la suya en un remedo de la presentada por el PSOE en 1981 contra un Adolfo Suárez que languidecía y las guerras personalistas de su partido UCD. Una moción para presentar un programa y lograr a futuro ser visto como presidenciable. Fracasó, no por la carencia de votos, sino por la cuestión propagandística. Ahora Albert Rivera, una vez ha liquidado a Inés Arrimadas (a la que el establishment quería como sustituta), se saca de la manga una algarada sin sentido alguno. Bueno, uno puede existir, como es salvar la cara ante unos sondeos que le tienen peleando por ser el último de la derecha.
¿Qué ha cambiado en la situación catalana para presentar hoy esta moción y no hace un año? Nada. ¿Por qué la presentan ahora? Porque es el último clavo al que agarrarse para demostrar su españolidad aunque el PP no le ha ido a la zaga y eso se va al traste. Sus acciones algunas veces acaban beneficiando al partido contra el que compiten. Primero es la gente de Ciudadanos los que aparecen frente a las cámaras haciendo el más completo ridículo, el PP ni se mancha. Segundo, presentan una moción sin negociar con alguien. Y tercero son incapaces de hacer un análisis de la situación de forma racional y dejando fuera sus prejuicios anti-todo. ¿En qué cabeza cabe presentar una moción de censura si necesitas el apoyo de esas gentes a las que llamas bolivarianos y las tratas con desprecio? ¿En qué cabeza cabe presentar una moción de censura donde necesitas a los que casi calificas de terroristas como la CUP? Sólo en unas cuantas, la de Rivera y su troupe de chisgarabises. Así, por intentar señalar a Pedro Sánchez acaban engordando a su “enemigo máximo”, Quim Torra.
Rivera con su farsa en un acto lo que ha conseguido es legitimar el discurso de Torra y Carles Puigdemont. Esa unión de la espada y la cruz que tan folklóricamente representan en la Abadía de Montserrat. Con esa pantomima en busca de dañar a Sánchez, Rivera acaba legitimando el discurso de la burguesía catalana. Ese discurso que excluye a los que no piensan como ellos. Ese discurso de la diferencia racial. Ese discurso de la supremacía cultural. Ese discurso que entronca con el siglo pasado. Igual no se percata Rivera de las implicaciones del discurso totalitario, escondido bajo una falsa petición democrática porque es parte de su cultura política. Pero lanzarse a una acción electoralista que engorde al independentismo de Puigdemont es para negarle hasta el saludo.
Cataluña, como problema enquistado y que señala a la base del propio sistema español, no merece ni a una oposición echada al monte, ni a un gobierno que se ha olvidado de gobernar. No es la primera vez que la burguesía recurre al totalitarismo para ejercer su dominación utilizando a las masas, dándoles “cerveza y salchichas” como decía Karl Marx en el 18 de Brumario hablando del bonapartismo, y escondiéndose detrás de las sotanas. Lo han hecho en numerosas ocasiones y en España tenemos recuerdo de casi 40 años de espadón y cruz mientras la burguesía seguía engordando sus cuentas corrientes. Lo que proponen desde el independentismo, salvo en ERC, no es una democracia plena del pueblo catalán, sino un régimen totalitario burgués. Y eso es lo que está alimentando Rivera con sus fantochadas.
Se lo ha dicho Miquel Iceta claramente en el pleno, pero no son capaces de entender que no dañan a Sánchez, de hecho la noticia casi ni ha trascendido, sino que engordan a Puigdemont y Torra.