Ustedes igual ya no lo recordarán, pero no hace tanto tiempo, a penas siete años, Pedro Sánchez se presentó al mundo como el mayor defensor del regeneracionismo. Recuperando ese mitologema de la España pesimista, abanderó la posibilidad de cambiar todas las fallas del sistema político español y del interior del PSOE. Le creyeron a pies juntillas miles de militantes y millones de ciudadanos que a día de hoy ni recuerdan la regeneración, ni saben para qué elevaron a la categoría de ente superior al presidente del Gobierno.
Comenzando por la regeneración del sistema político, lloraba Sánchez en un programa de televisión por la fuerte influencia de los grupos de presión. Creía que era necesario o bien legislar algún tipo de mecanismo de actuación de esos grupos y empresas, o bien lograr cambia los mecanismos políticos necesarios para que esos grupo no fuesen un poder incontrolable. Lo primero que hizo al llegar a Moncloa fue reunirse con los jefes de esos grupos de presión (George Soros, Florentino Pérez y Ana Botín) para adularles y pedirles ayuda en la empresa que comenzaba. ¿Dónde quedó aquello separar al poder económico y social de la política? Tan rápido como asentó sus posaderas en el sillón de la presidencia se olvidó. Hoy postula una nueva patronal de “sus amigos” para competir y controlar uno de los grupos de presión, la CEOE.
También lloraba porque el sistema político había podrido el sistema judicial tomándolo al asalto de forma encubierta. Afirmó con cara circunspecta y de manera profética que él cambiaría el sistema para que la Justicia en España fuese completamente independiente. Así lo impuso en la Ponencia Marco del 39º Congreso del PSOE que le llevó por segunda vez a la secretaría general. Todos los que de aquel programa participaron se sumaban al proyecto regeneracionista que hoy se ha olvidado, pero les importa poco porque están en buenos sillones con remuneración excelente. Hoy lo único que se observa es el ansia viva de doblegar al poder judicial y ponerlo a su servicio, tanto por cuestiones personales semiprivadas como por controlarlo desde Moncloa.
Y no puede decir que no tuviese la oportunidad de cambiarlo. Sin necesidad de modificar la Constitución, contando con el visto bueno de los numerosos grupos que le apoyaban, incluso podrían haberse unido Albert Rivera y Pablo Casado, el cambio hacia un sistema mucho menos politizado era factible —al final, siguiendo a Montesquieu (habiéndolo leído de verdad) cierto control debe quedar en el legislativo pues ningún poder puede, ni debe ser completamente autónomo pues conlleva ciertos peligros—. Muy influenciado por Pablo Iglesias y su populismo barato, pero con esencia autoritaria, y contando con el apoyo de esas masas militantes que carecen de identidad propia, se lanzó hacia el control personal de la judicatura. Una oportunidad perdida, porque al final esto es como un bumerán y se volverá contra él y toda la ciudadanía en cuanto cambie el gobierno.
La economía debía ser el punto fuerte de los gobiernos Sánchez. Así lo defendía su amanuense favorito, Manuel Escudero, y así se preveía por ser doctor en Economía el propio presidente. A la llegada a Moncloa creó la Oficina de Prospectiva, una buen idea que no ha generado nada digno de mención, como ahora se verá. Incluso sus primeros discursos iban en la dirección de cambiar la estructura productiva de la España que se encontraba, con su reindustrialización en algunas ramas y su avance en nuevas vías industriales y productivas en otras. La pandemia fortaleció ese discurso. Y todo lo que ha habido es resiliencia. No lo que piensan los políticos que significa la palabra, sino el verdadero concepto que es la capacidad de un cuerpo para volver a su ser. Todo a vuelto a su ser… malo.
Se habla de digitalización como si las empresas españolas no utilizasen el ámbito digital desde hace décadas para la producción y el desarrollo. Hasta el momento lo digital ha sido invertir millones de euros en cursos para utilizar bien el móvil; para que desempleados sepan buscar trabajo en Infojobs y mandar un currículum muy bonito utilizando Canva; y financiar los cambios o adquisición de ordenadores muy molones para todo tipo de empresas, las cuales deberán utilizar los programas controlados por Hacienda u otros organismos estatales no para facilitar su trabajo sino estar más controlados. ¿Grandes inversiones en Inteligencia Artificial o investigación médica? No se han visto hasta el momento.
Al final el gran cambio económico era utilizar el dinero de todos los españoles para comprar voluntades e inversión poco productiva a efectos prácticos que no políticos. Ni un solo proyecto de desarrollo infraestructural ha parido el gobierno Sánchez. El Corredor Mediterráneo sale adelante porque le interesa a la Unión Europea y el Corredor Lisboa-Levante saldrá por lo mismo en un futuro, no por las zancadillas que se están poniendo desde el gobierno con su trazado. La red ferroviaria es esa gran olvidada mientras se persigue al transporte por carretera y a cualquier automovilista —sangrante el caso de los millones de españoles que carecen de servicio público y necesitan el automóvil para desplazarse al trabajo—. Las necesarias desaladoras no se construyen y eso que están todo el día con la matraca ecologista.
En términos generales no hay prospectiva, ni visión de España, ni bien común. La política de Sánchez es un constante salto de mata, especialmente en lo referente a la estructura del Estado, esa que querían cambiar hacia un modelo federal —siguen con esa esperanza pero ni saben lo que es federal, ni lo que es un Estado como ya se contó aquí—. A petición de los partidos que le tienen agarrado por los dídimos va concediendo unos privilegios por aquí, otros por allá, construyendo, en general, un sistema desigualitario y perjudicial para la mayoría de españoles.
Dentro del partido prometió cambiar las estructuras para volverlas más democráticas y al final del camino todo acaba dependiendo de ÉL. Las listas electorales las decide él; los congresos tienen limitadas las listas de delegados; las primarias se han vuelto casi imposibles; él decide quién debe ser el secretario general de las antiguas federaciones; si dijese «el partido soy yo» no estaría mintiendo por primera vez. Todo se ha transformado en un sistema con demasiadas características dictatoriales.
Prometió cambiar todo a mejor y donde ha puesto sus zarpas todo ha cambiado a peor. Una España hipotecada por generaciones; problemas de salarios, precios, vivienda o productividad; dejar en bandeja a quienes le sucedan un sistema adecuado para entregar todo al capital privado; amiguetes y familiares chupando del Estado; colonización de las instituciones con fieles a su persona; justo todo lo que dijo que cambiaría. A más, a más ha sido el principal colaborador necesario para la división social y política de los españoles. Esta es la gran oportunidad perdida de Sánchez. Pudiendo hacer las cosas bien, las ha hecho mal por puro personalismo.