Si usted se hace abonado del Atlético de Madrid y acude al Metropolitano con una camiseta del Real Madrid todos los partidos y se pasa los partidos diciendo que el Atleti es una mierda animando al equipo contrario, sea el que sea, lo más normal es que le acaben retirando el abono, eso si no le han calentado la cara antes. Nadie diría que es discriminatorio sino que usted busca la provocación de forma gratuita pues existen una serie de normas no escritas, culturales, naturales, contra las que usted atenta en cada partido, buscando la burla o algo peor. Lo mismo sucede con la Iglesia católica, tiene sus normas, si usted quiere las cumple y si no las quiere cumplir no es parte de ella.
En este tiempo parece que los valores y las normas no escritas carecen de validez. Todo es relativo y todo se tiene que adaptar a los gustos y deseos de cada cual, porque la lógica liberal-materialista así lo establece. Cosas como «el cliente siempre tiene la razón» o «el servicio adaptado al cliente» han traspasado lo meramente empresarial para configurarse con supuestos valores culturales y sociales. Esa miríada de individuos deseosos y que exigen que todo se adapte a sus querencias, deseos o ensoñaciones son un invento de la clase dominante para derribar las estructuras que se mantienen contra la ideología dominante. Esto que se ha llamado wokismo, en su lado progre, pretende que al niño que llora hay que complacerle siempre en vez de educarle, enseñarle las normas —ya las pondrán ellos desde sus atalayas protegidas— o establecer una serie de conductas cívicas.
El problema llega cuando estos niños mimados chocan contra instituciones que mantienen las normas, los valores y la cultura propia como algo bueno en sí mismo. Instituciones que no obligan a nadie a ser parte de ellas, por cierto, y que ofrecen a cualquiera que se acerque, nada más llegar, las normas de comportamiento y de pertenencia. Lo religioso, como institución social, sigue manteniendo sus compromisos con la ley divina, que puede no gustar a los profanos pero que es fundamental para mantener la comunidad propia, es el último valladar para poder establecer la completa ingeniería social que desea el sistema. Por ello cualquier situación de un ser deseoso contra la Iglesia católica (con otras religiones no se atreven) se exagera y se califica de atentado social. En el caso que ha sucedido hace unos días, se señala al catolicismo como homofóbico, algo que importa poco cuando se llevan competiciones españolas a territorios donde se les asesina como personas.
La dignidad de la persona, por ser creatura de Dios, es algo que está presente en el catolicismo. Da igual ser lo que cada uno sea, siempre se tendrán abiertos los brazos hacia ese otro. Eso no quiere decir que se deban cumplir los deseos de ese otro, se le querrá tal y como es, pero de ahí a aprobar lo que haga, a compartir sus deseos hay un tramo largo. Es lo que ha sucedido con el homosexual al que le han negado la comunión. Se le aprecia, si quiere puede entrar a rezar y a la eucaristía en cualquier iglesia, pero no se le puede dar la comunión si no cumple las reglas, las cuales en este caso son mandatos del mismo Dios. Es lo que intentaba explicar el papa Francisco cuando afirmó que se podía bendecir a una pareja, fuera de todo rito y de lugares sacros, pero sin pasar de ahí.
El munícipe de Torrecaballeros que ha creado toda esta polémica es un gay que vive con su pareja. Es católico, pues está bautizado y dice profesar el catolicismo, pero la convivencia con su pareja, en la que se supone que habrá algo más que convivencia, es considerada pecado dentro de las reglas de la Iglesia. Además es un hecho público y notorio que él hace de lo afectivo personal algo público, por lo que, pese a que pueda haberse confesado, sigue pecando conscientemente. ¿Es esto homofobia? No, pues al homosexual no se le rechaza por lo que es. Son los actos los que acaban por poner en pecado o no a cada cual. Tampoco, salvo excepciones como dice Amoris Laetitia, los divorciados vueltos a casar pueden comulgar y nadie dice que sea un delito o algún tipo de divorfobia. Las reglas son las que son y se aceptan o no. Si no se hace uno queda fuera, como en el caso del aficionado que se ha narrado más arriba.
Se suma al pecado el hecho de que la eurcaristía, el rito, la toma del cuerpo de Cristo, es lo más sagrado de la religión católica. Es su centro neurálgico, aunque algunos no lo lleguen a comprender, porque así lo dejó dicho y hecho el propio Jesucristo durante la última cena que mantuvo con sus discípulos. Por ello diría san Pablo en su primera carta a los corintios (11-27): «De modo que quien coma del pan y beba del cáliz del Señor indignamente es reo del cuerpo y de la sangre del Señor». Bajo pecado tomar la hostia consagrada es pecaminoso, salvo que se haya pasado por el sacramento de la confesión y el cambio de actitud. La Comunión es un don de Dios para estar en unión con él y no puede tomarse siendo pecador consciente. Como consciencia tiene el joven segoviano de ello. ¿Cuál es la polémica? ¿Por qué acude con una camiseta del Real Madrid a insultar cuando va al Metropolitano? Nadie le excluye por su condición sexual sino por sus pecados.
Es lo mismo que pasa en otros órdenes de la vida. Cuando algunos van pegándose golpes en el pecho como católicos, pero luego todas sus obras son contrarias al evangelio y la doctrina de la Iglesia, eso también es fariseismo y querer que la religión católica se adapte a lo que uno quiere. Cuando se dice que el marxismo es un peligro en la actualidad cualquiera con dos dedos de frente se enerva porque es algo que murió y que tiene una reglas científicas o doctrinales concretas. No vale que uno diga que es marxista y se pase lo material y a la clase trabajadora por el forro de la subjetividad o del idealismo de los penes femeninos.
Por eso provoca sorna escuchar a Rubén Amón diciendo que es reaccionaria la doctrina de la Iglesia porque no se ajusta a lo que a él le gusta. Nadie ha dicho que le tenga que gustar, ni nadie le pide que vele por la adaptación o no a los gustos de cada cual. Incluso actuando como si Dios no existiese, son las reglas de una comunidad y si se quiere pertenecer a ella pues se aceptan. Eso es la tolerancia. Si vivir en pecado de sodomía imposibilita la participación completa en la eucaristía se siente. Siempre puede hacerse protestante o anglicano, que allí no ponen problemas a estas cosas. Además, se conoce que estos cristianos no han leído a Benedicto XVI, quien quitaba importancia a la recepción de la sagrada forma pues es algo que no es obligatorio, salvo que se esté en perfecta comunión con Dios.
Lo que cansa, principalmente a los católicos, es que solo se acuse y se señale a la Iglesia —las otras son iglesias no fundadas por Cristo— por cuestiones del ámbito mundano. Lo peor es que detrás de todo esto no hay verdaderamente un intento de mejora de la religión católica sino que es una lucha contra el poder que todavía pueda tener la Iglesia, cuando menos como aparato ideológico en el Estado. Para conseguir la completa transformación del ser humano en ese nuevo ser que pretende la coalición dominante hay que acabar con cualquier contrapoder.
Paradójicamente hoy la Iglesia católica se ha transformado en un contrapoder que sigue teniendo un margen de influencia, así sea simbólica, en el mundo occidental. Por eso la atacan no con cuestiones discriminatorias reales —precisamente la semana pasada se dio una orden a algunos seminarios para acompañar a los seminaristas que confesasen su homosexualidad, para que se sientan acogidos— sino con la expresión de deseos individuales, lo cual es la moda o forma dominante del nuevo ser humano que se viene imponiendo por la coalición dominante. Todo debe rendirse a los deseos de cualquiera, por contrarios o peregrinos que sean. Los niños malcriados deben conseguir siempre todo lo que desean y si concuerdan con los intereses dominantes mucho más.