La polémica generada en los medios de comunicación y que se ha extendido dentro de la propia formación, ha provocado que Pablo Iglesias e Irene Montero hayan puesto sus cargos a disposición de los inscritos e inscritas de Podemos. Ambos líderes, con una afectación clara en sus rostros, han intentado poner fin al debate interno (el externo seguirá hasta que al Ibex-35 se le ocurra otra cosa). Frente a un error ético y estético, que les acercaba a la gauche caviar, han respondido con un intento de acción ética, un tanto populista, o bonapartista por utilizar un término más marxiano, pero buscando volver a la ética al fin y al cabo. La compra de una casa en una gran urbanización de la pre-sierra madrileña por 600.000 euros rompía el discurso contra la casta, el discurso en favor de los de abajo. Esa compra te separa de los de abajo, pero la decisión tomada ayer y expresada en la sede de Podemos les vuelve a acercar dentro de un límite.
Frente a un cuestionamiento ético por un estilo de vida lejano a los ideales del partido, nada mejor que preguntar a todos los que pertenecen a ese partido si esta acción vital les permite seguir al frente de sus responsabilidades. Democracia frente a estética/ética. Como ha dicho Montero durante la conferencia de prensa “lo personal es político”, por tanto nada mejor que decidir sobre ello. Antes de que los neoliberales aticen, hay que explicar que esa frase tiene que entenderse dentro del contexto de Podemos donde la ética va muy ligada al comportamiento personal. Dicho fuera de ese contexto no deja de ser una brutalidad totalitaria porque niega cualquier esencia más allá de lo público al ser.
Como ha dicho Iglesias, al ponerse en cuestión la propia credibilidad, no en el exterior del partido, sino en el interior (porque el debate ha sido amplio), nada mejor que una salida donde quienes les “han puesto ahí” lo puedan echar si lo desean. “Cuando se cuestiona a un dirigente político deben ser las bases las que decidan” han expresado. Así, hasta Kichi (que ha sido sumamente crítico con la compra de la casa), podrá “expresar su opinión y decidir” ha lanzado Montero. Ellos desearían seguir, y que los inscritos y las inscritas se lo permitan, pero no han ido más allá en pos de una campaña hacia su persona. Con ello dan muestras de estar compungidos y afectados por la situación. Entienden que es una decisión “coherente y honesta” la compra, pero también saben que se han separado de las esencias del partido. Es honesta porque su dinero no viene de la corrupción, pero coherente no lo es por mucho que los inscritos e inscritas decidan mantenerlos en sus cargos porque, siendo así, no se legitima el salirse de las esencias sino sólo su permanencia en los cargos.
No es nuevo en la izquierda este tipo de incoherencias. Ya en tiempos del PSOE de Felipe González en 1982 se decía que a los socialistas les afectaba el síndrome del “cambio de las tres ces”, de casa, coche y compañera/o. Han creído que, frente al acoso de los medios de comunicación, podía ser una buena solución, pero no se han percatado que justo “esa casa”, en “ese lugar” rompía toda la ética que habían mostrado al llegar al poder y que, en buena medida, mantienen casi todos los representantes de Podemos. Un error que se enmienda mediante la democracia. Algo que deberían aprender en el PSOE que ahora se lanzan a atizar, pero los 100.000 euros de su secretario general de sueldo siguen clamando al cielo. Y más cuando se lo paga la afiliación. Pedro Sánchez debería estar callado porque su sueldo tampoco es que sea muy “ético”. Después de tantas incoherencias, pasadas, presentes y futuras, el socialismo está como está. Tal vez Pablo Iglesias e Irene Montero debieran aprender de los errores de otros.