Una de las mayores bellezas que tiene la ciudad de Cádiz es que emana libertad, se respira libertad e inocula libertad a todos los que la visitan o a los que en ella viven.
En un país en que cada vez es más utópica la aplicación de algo tan bello como ser libre y, sobre todo, sentirse como tal, tener un reducto como Cádiz es un tesoro que nada ni nadie puede permitir que se pierda.
Mariano Jose de Larra decía que «un pueblo no es verdaderamente libre mientras que la libertad no esté arraigada en sus costumbres e identificada con ellas». Por esto los gaditanos son libres y la magia de Cádiz se transfiere a quienes la visitan.
Sin embargo, siempre hay quien quiere frenar algo tan hermoso. Hace años se aprobaron una serie de leyes respecto a la presencia de animales en las playas que en momentos determinados se aplican en su interpretación más estricta. Estas normativas se pusieron cuando hubo irresponsables que dejaban a sus mascotas sueltas, en algunos casos perros de razas peligrosas, y que atacaron a otras personas.
Hoy he sido testigo de cómo eso se aplicaba. En una de esas playas majestuosas de Cádiz una joven paseaba con su perro. No había mucha gente y el animal, un precioso labrador, no molestaba a nadie porque su dueña lo llevaba sujeto con la correa. No se trataba de una raza peligrosa, no había irresponsabilidad en la joven. Sólo paseaba y se relajaba por la arena gaditana respirando la libertad. En un momento determinado, unos policías montados en un buggy, la han parado y le han puesto una multa.
¿Cómo es posible que esto pueda ocurrir? No se trata de afirmar que es correcto que se incumplan las leyes. Nada de eso, pero la aplicación de la ley, cuando no se trata de delitos flagrantes que afecten a la seguridad, la dignidad o la vida de los seres humanos, se basa en muchos casos en el modo de interpretar la situación en que se puede haber cometido la presunta infracción. En el caso que nos ocupa el agente de la policía tendría que haber analizado si el animal estaba molestando a alguien o tenía una actitud amenazante; si la dueña le tenía suelto o le azuzaba contra el resto de los paseantes; cuánta gente había en la playa. Estas son algunas de las situaciones que los agentes tendrían que haber analizado antes de multar a la joven.
¿El perro estaba molestando a alguien? No. ¿El perro estaba amenazando a alguien? No. ¿La dueña estaba teniendo una actitud irresponsable? No. ¿La playa estaba abarrotada como para que el animal hubiera molestado a alguien? No.
Hay otro punto importante que se debe tener en cuenta. No sé quién es la joven, pero en estos días de puente son miles las personas que vienen a pasar estos días en Cádiz para disfrutar y para respirar de su libertad. Uno de los modos de sentirse bien, de relajarse, es compartir la alegría de sentirse libre con su mascota y que ésta sea partícipe de ella. Nada mejor que una playa gaditana para ello.
Que esto ocurra en Cádiz es, quizá, más sangrante que en cualquier otro lugar de España porque Cádiz tiene tatuado en su piel la palabra «Libertad». Por eso está gobernada por un partido que la proclama dentro de sus propios principios máximos; por eso en Cádiz se firmó La Pepa; por eso en Cádiz revivo lo más bello que puede sentir un ser humano: ser libre.