“Los radicales separatistas con Torra a la cabeza han secuestrado hoy Cataluña. La obligación de Sánchez es aplicar el art. 155 de la Constitución y proteger a los ciudadanos. Si no quiere, que convoque elecciones ya y lo haremos los constitucionalistas” afirmó ayer Albert Rivera. No se puede reunir en un mensaje tanto odio y mentiras como hace el dirigente de Ciudadanos. Como al tonto del dicho, al jefe de la secta naranja se le ha acabado la linde (Constitución y valores democráticos) pero él sigue. Posverdades que los medios de comunicación del establishment difundirán para nutrir el mensaje de odio de una persona que no ha encontrado su lugar en el mundo y quiere que lo pague la ciudadanía española. Ni han secuestrado Cataluña, ni se puede aplicar el artículo 155. Pero eso le da igual a Rivera no le importa no tener ya linde.
Es un unionista bajo una España inventada por él mismo y que defiende la libertad de la clase dominante para seguir saqueando lo público en beneficio propio. Una libertad de los que mandan para seguir explotando a la mayoría. Una falsa libertad que esconde la utilización del conflicto catalán para no rescatar a las personas que han ido cayendo por culpa de la crisis del capitalismo financiero. Nunca le habrán escuchado a Rivera quejarse de las ayudas a la fracción financiera dominante (como en el caso del Banco Popular y su entrega al Banco de Santander), pero sí que está con el tema catalán todo el día en la boca. Eso sí, sin hacer nada más que hablar y pedir a los demás que ejecuten acciones que, al minuto, son criticadas por él mismo por pusilánimes o poco democráticas. Si estuviese en el Gobierno seguro que haría mucho menos que Rajoy y Sánchez, entre otras cosas, porque le conviene que exista este conflicto político. Su único discurso es el del odio y sin conflicto no puede odiar y que le hagan caso.
Peor que el secuestro de Cataluña es el secuestro que quiere él para todo el conjunto de España. No piensa en otra cosa desde que se levanta. El blanqueamiento de Vox, el terror en las calles, la nulidad gubernamental, la humillación y todas esas posverdades que la Caverna y la derecha mediática están insuflando a los cerebros de las personas, mediante una estrategia de desinformación tremenda, no le molestan a Rivera. No le preocupa, por mucho que diga, que la democracia española s está resquebrajando más por sus actos que por la petición de la independencia de los secesionistas. Y aún tiene guardado el ataque a los supuestos privilegios de los vascos y los navarros, que es lo que quiere decir cuando habla de igualdad. No es igualdad entre las personas no, sino entre los territorios para el mejor pillaje de la clase dominante.
Pedro Sánchez y el sanchismo inherente a su acción de gobierno son para Rivera una lacra total. Por eso insiste en la convocatoria de elecciones. Si ustedes se dan cuenta Rivera y su gregaria Inés Arrimadas todo lo arreglan con elecciones. Puigdemont tenía que convocar elecciones. Quim Torra tiene que convocar elecciones, Pedro Sánchez tiene que convocar elecciones. Todo el mundo tiene que convocar elecciones por el deseo expreso del señor de la secta naranja. ¿Hay algún motivo más allá de las expectativas electorales propias? No. Porque eso de que el Gobierno está gobernando con comunistas, populistas, nacionalista, secesionistas, etarras y personas de mal vivir no es más que una posverdad de la derecha. Recuperan la anti-España fascista cuando carecen de argumentos y opciones que poner encima de la mesa. Y aunque las pusiesen ya se sabe que su palabra no tiene valor alguno. Y sólo quieren elecciones para ver si logran gobernar ellos, los naranjas, y así se consuma el deseo megalomaníaco de Rivera.
Como le dijo Aitor Esteban, además de parecer un teleñeco, el artículo 155 no se puede aplicar porque no hay acción punible de la Generalitat. No hay un enfrentamiento directo con la administración central del Estado y el Gobierno. Pero eso le da igual, Rivera una vez que ha dejado la linde atrás se salta hasta la constitución si hace falta con tal de acabar como sea con sus enemigos. Y así nutre al propio secesionismo en un juego de vasos comunicantes en el que los dos ganan con el enfrentamiento y los dos pierden por vaciamiento sino hay odio de por medio. Los valores democráticos de racionalidad, debate y consenso (ese que no se cansan de loar como mecanismo generador de la democracia actual) son para las derechas entre ellas. La anti-España no tiene derecho a esos valores. Pueden observar que sus propuestas iliberales esconden un poso dictatorial tremendo ya que sacan del sistema a la mayoría de españoles.
Mal que bien, estos días pasados el gobierno de España ha intentado sofocar el fuego y bajar la tensión. Pero justo los que no quieren eso porque no son demócratas han salido a hablar de humillación, a cortar algunas carreteras, a minusvalorar al Gobierno porque son realmente iguales. Ningún valor democrático jalona a Rivera, Pablo Casado o los CDR. Ni tienen sentido de Estado tampoco. Si a Manuel Fraga, en frase maliciosa y elogiosa a la vez de Alfonso Guerra, le cabía todo el Estado en la cabeza, a sus nietos no les entra ni la puerta del Congreso de los Diputados. En cualquier país del mundo, o como hizo el PSOE cuando gobernaba el PP, ante una situación como la planteada por los secesionistas en Cataluña responderían con apoyo. Nada de eso ha tenido Sánchez por parte de estas personas incultas, soberbias y muy pagadas de sí mismas. No sólo destruye el Estado Torra, sino que Rivera es quien más ayuda a ello.
Se acabó la linde democrática y constitucional y Rivera sigue, como el tonto, con su odio, odio, odio y más odio. Lo peor es que gracias a la Caverna mediática, que cada vez es más amplia, sus palabras antidemocráticas tienen eco y son amplificadas por opinólogos, sabiondos de salón y politólogos de la levedad. Nadie le dice a Rivera que miente, que su discurso atenta contra la democracia, que ya hace tiempo que dejó la linde atrás, que España será lo que quieran los españoles y españolas no lo que él haya idealizado en sus ratos libres o tomando cubatas. El peligro para la democracia se llama Albert Rivera, el que dejó atrás la linde.