Van a conseguir todo lo contrario a lo que pretenden. Cuando atacas a un grupo cuya identidad no se construye sobre el éxito tal y como lo entienden los poderosos, lo que se logra no es su destrucción sino un aumento del grado de cohesión del grupo. Eso le pasó al Millwall FC de Londres. Tras atacarles constantemente y retratarles como ultras, al final consiguieron que cualquier aficionado del equipo esté orgulloso de pertenecer a uno club tan odiado. De hecho, hacen del odio de los demás en parte de su seña de identidad.

En el caso del Millwall, además, se añade la persecución del trabajador blanco como un ser antimodeno o antipostmoderno y, por tanto, reunión de todas las cosas insidiosas a ojos de la clase dominante en el plano ideológico-cultural. En el Atlético de Madrid no hay una clase predominante distinta a lo que puede haber en otros equipos. No es más que un reflejo de la sociedad en la que vive, pero sí que no es un club rico, con dinero a espuertas como los que dominan dictatorialmente la competición. Es más rico que casi otros 17 equipos pero no tiene a su favor ni gobiernos regionales, ni diputaciones provinciales, ni ayuntamientos. Carece de completo apoyo institucional al nivel de otros equipos con menos presupuesto. Y eso en España es un hándicap para según qué cosas.

Reside junto al más poderoso equipo que existe a nivel mundial, dirigido por un miembro de esa clase dominante a nivel social y a nivel prensa tiene en contra a todos ls medios. Sí, tienen periodistas que cubren la información del equipo pero son hostigados o depurados en cuanto se salen de la línea marcada por el florentinismo inilustrado, que es la dictadura mediática actual. Como le sucedió al Millwall, el Atleti es perseguido, en cuanto se puede, por todos los medios de comunicación, los cuales intentan asimilar a sus aficionados con lo más ultra y peligroso que existe en España. El problema, para los medios, es que como hacen los aficionados del club londinense, los rojiblencos hacen suyo el himno: “No one likes us, we don’t care”. Que casticizado viene a significar: “Nadie nos quiere, nos importa una mierda”.

Si hay una afición identitaria por encima de las demás, pues compite en el territorio del mal absoluto, contra el anticristo, es la rojiblanca. Cuanto más la atacan más rojiblanca se hace y llega a deja pasar alguna que otra acción que sobrepase los límites. Desde hace unos años, ahora que molesta al poderoso, se añade cada semana un nuevo enemigo, una nueva ofensa, una nueva afrenta que provoca que la afición del Atleti vaya disfrutando con ese odio que despierta, especialmente si los que maman son de Tiempo de Juego, Carrusel, Marca y As. Y si son los Teleñecos de la noche, el gozo es máximo.

La millwallización rojiblanca es cada día mayor, tal y como reconocen Antonio Hedilla y unos cuantos más aficionados, pero es que a ello se suma lo que se contaba aquí hace unos días, la lucha ya no es solo deportiva, como sucede con las gentes del Millwall, sino que traspasa la frontera deportiva para insertarse en la lucha cutlural contra el postmodernismo y su arma de destrucción masiva, el buenismo. Gozan cuando les señalan por sus canciones, sus gestos o sus “mandar a la mierda” a cualquier que les ataque. Querían destruirlos y han conseguido reforzarlos. El mal depende de vencer para sobrevivir y capta todas las alamas que puede para ello, se diversifica racialmente para estar en la pomada de la victimación, mientras que los rojiblancos no necesitan la victoria, el dominio y toda la prensa detrás, les vale con saberse mejores, el bien.

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