Ha dado la casualidad que hoy mismo se hayan juntado, al menos en la visión de quien esto escribe, dos frases/textos que, así, como a lo tonto, encajan perfectamente. Emiliano García-Page afirmó que hoy en día para ser de izquierdas había que ser un poco conservador. También expuso que le molesta más que se pacte con los traidores a España que los insultos que recibe de Pedro Sánchez y que ahora se han visto por los mensajes intercambiados con José Luis «el sobrinas» Ábalos.
El sanchismo es la izquierda del sistema. La basura putrefacta generada por una elite que se está desgajando de los ciudadanos aún más y que solo actúa mediante la división de las sociedades en grupúsculos, todos con sus supuestos derechos mucho más importantes que los demás, y potenciando el cambio estructural del propio sistema —la nueva economía de lo verde, la harina de gusanos, la desindustrialización total de occidente, etc.—. Eso es lo que venden como izquierda mientras que la derecha sería lo mismo con supuestamente menos impuestos y mucho capitalismo de amiguetes. El nuevo eje izquierda-derecha sería, de existir, la doble vía del liberalismo, con matices más libertarios o más wokistas a los lados.
Todo esto deja fuera a socialdemócratas y conservadores de viejo cuño y raigambre. Nada de populismos que, al final, son el «enemigo perfecto» del sistema para seguir adelante con sus propuestas, como se demuestra en aquellos lugares donde hay gobiernos populistas. «Pero es que han puesto una cruz en una plaza» dirá algún conservador despistado mientras va camino de la cola de Cáritas a pedir comida porque no le llega con sueldo en esa pírrica industria auxiliar que ha dejado en el país el «magnífico» populista. Socialdemócrata y conservadores, con unas mínimas diferencias, son lo que quedan como alternativa al sistema actual.
Aquí es donde entra la segunda parte del visionado de quien esto escribe, el artículo Ciudad de Dios de Enrique García-Máiquez. Allí dice: «Se venía hablando muchísimo de la superación del eje izquierda-derecha que inauguró la Revolución Francesa. Yo, que soy de derechas, las cosas como son, he visto siempre con escepticismo esa supuesta superación, pero ahora sí está más cerca. El voto obrero a Trump ya lo subvertía tanto como los postulados elitistas e la izquierda caviar. León XIV, un Papa a la vez misionero y norteamericano, que señala a la Doctrina Social como alternativa y que asume en su nombre toda la historia de la Iglesia desde el siglo V, va a impulsar el salto definitivo a otro marco político con más raíces y, por tanto, con más porvenir».
Una larga cita que muestra a las claras que el futuro está en algo parecido a lo socialdemócrata. La Doctrina Social de la Iglesia muestra que no es descabellado intervenir en la economía para subvertir aquellos excesos del sistema capitalista, aunque sea en su versión globalizadora. San Juan Pablo II, viendo que no había alternativa, siempre impulsó un mercado capitalista con límites. El principio de subsidiariedad de la Iglesia entronca bien con los postulados socialdemócratas, aunque no todos lo llegaban a compartir, de ir dejando que cada parte de la estructura general del sistema vaya cumpliendo con sus funciones: desde la familia al Estado debe haber una autonomía e cada nivel que no tiene que desembocar en una división o escisión.
El papa Benedicto XVI nunca quiso, siguiendo la doctrina, que el catolicismo fuese una religión de Estado o del Sistema. Entendía, tras analizar lo mal que le vino a la Iglesia ser parte interviniente de la construcción del Estado moderno o los diversos nacionalcatolicismos, que la Iglesia debe tener un papel en la conformación de la moral y ética de un Estado o del Sistema y, si pudiese, ser la preponderante. Pero no más. Como expresa el querido García-Máiquez en su artículo cada cual en su espacio, la ciudad de Dios es una, más importante, mientras que la ciudad terrena es la que es con sus cosas —ya podía García-Máiquez haber citado al papa san Gelasio I—. En lo concerniente a la moral sí que pueden haber discrepancias con los conservadores clásicos pero plural es la casa del Señor.
Lo socialdemócrata, por tanto, es el nuevo conservadurismo. No importa que se mantengan las tradiciones —si se fijan bien, en España, donde hay un gobierno socialdemócrata no hay debate sobre lo tradicional—, no importa que la Iglesia exponga su doctrina, es necesario que el capitalismo funcione con la libertad suficiente para no esclavizar a los ciudadanos, el reparto de funciones desde abajo a arriba es necesario porque la caridad o solidaridad siempre se verá mejor desde lo más cercano… Al final, con el paso del tiempo, las diferencias entre socialdemócratas clásicos y conservadores clásicos son mínimas. Las justas para que convivencia sea fructífera pues el ser humano y cualquier sistema político se muere sin la polaridad, sin el agón.