La tesis de Pedro Sánchez supera los controles informáticos antiplagio, un dato fundamental que está desmontando la serie de publicaciones que desde ayer lanzan como fuego incendiario varios periódicos asociados a la llamada “caverna mediática”. Poco a poco la prodigiosa exclusiva de ABC va perdiendo fuelle, y si ayer la noticia del plagio era un escándalo internacional, hoy la cosa se reduce a que el trabajo no posee ningún valor científico y a que el tribunal que evaluó el trabajo universitario del presidente no pasaba de ser una “pandilla de amiguetes”. Seguramente mañana el seguimiento del pelotazo informativo quedará en que la susodicha tesis no respeta el interlineado, ni el tipo de letra Times New Roman, ni las comillas españolas. Y así, con el paso de los días, probablemente se irá olvidando, hasta disolverse en el maremágnum informativo del día a día. De modo que quizá estemos asistiendo a uno de esos montajes a que nos tiene acostumbrado el periodismo de trinchera al servicio de la derecha trabucaire.
A medida que pasan las horas, y tras la rápida reacción de Moncloa, que hará público el trabajo para que cualquier ciudadano pueda analizarlo y sacar sus propias conclusiones por sí mismo, el notición del siglo va perdiendo fuerza, y eso es lo peor que le puede ocurrir a una exclusiva periodística. Poco a poco va calando la idea de que el reportaje estaba cogido por los pelos, no suficientemente trabajado, y que sus autores dejaron demasiados cabos sueltos. Todo apunta a que la investigación de los periodistas se limitó a localizar a toda prisa un par de párrafos sueltos coincidentes con libros de otros autores, y que no se preocuparon por comprobar si esos textos cumplían con los requisitos para que pudieran ser considerados como plagio, entre ellos que al menos un tercio del trabajo haya sido copiado íntegramente por el supuesto plagiador. No parece ser el caso, ya que en la tesis doctoral del jefe del Ejecutivo solo se ha detectado, como mucho, un 13% de coincidencia textual, «un porcentaje normal», según los expertos consultados. Pero es que además los redactores tampoco se detuvieron en consultar los programas informáticos que suelen aplicarse en estos casos y que cazan al segundo si un texto es una apropiación indebida de otro autor. En ese sentido, Moncloa asegura haber sometido el trabajo de Sánchez a dos reconocidos softwares de detección: el programa Turnitin y el PlagScan, dos poderosas herramientas informáticas que pillan al vuelo hasta el párrafo copiado más escondido y oculto. Por si fuera poco, a estas horas una legión de periodistas convertidos en improvisados exégetas de todos los medios de comunicación sigue revisando con lupa cada página del trabajo publicado por Sánchez y aún no ha encontrado nada bueno. De haber salido información sensible, ABC no habría tardado en publicarla de inmediato.
Finalmente, a favor del presidente juega que los párrafos supuestamente copiados son referenciados y atribuidos a sus legítimos autores al final de la tesis (como fuentes de investigación utilizadas por Sánchez en su trabajo de doctorado, lo cual elimina cualquier posibilidad de apropiación ilegítima), y que la mayoría de los profesores y catedráticos consultados tras estallar la polémica aseguran que nunca, a lo largo de su carrera profesional, han visto una tesis con plagio, ya que es tremendamente complicado hacer trampas ante un tribunal universitario.
Todos esos pequeños detalles que los reporteros parecen haber pasado por alto han llevado a que finalmente se termine arrojando más sombras de sospecha sobre el rigor de la investigación periodística que sobre la propia tesis del presidente. Es decir, la exclusiva de ABC, que ayer parecía fulminar la carrera de Pedro Sánchez, hoy está más cerca del gatillazo, y resulta aún más evidente que tiene poco que ver con el impecable y riguroso trabajo periodístico que han llevado a cabo otros medios de comunicación en asuntos tan espinosos como las irregularidades en los másteres de Cristina Cifuentes y Pablo Casado. En otras palabras, la noticia huele a montaje urdido deprisa y corriendo, quizá desde esa inquietante “caverna mediática” que por lo visto tiene la consigna de poner en marcha el ventilador después de que se haya sabido que el Tribunal Supremo decidirá en poco tiempo si el presidente del PP, Pablo Casado, será imputado por las supuestas irregularidades detectadas en su máster. Conviene decir aquí que la jueza Carmen Rodríguez Medel, que instruye el caso contra el líder popular, ha visto indicios de responsabilidad penal en delitos como prevaricación administrativa y cohecho impropio. Todo ello sin contar con que Casado ha pedido al juzgado que no se le investigue y que sigue sin mostrar sus trabajos académicos, una actitud poco transparente y radicalmente opuesta a la adoptada por Sánchez, que desde el primer momento ha decidido optar por luz y taquígrafos al poner su tesis a disposición de todos. Tampoco hay que perder de vista que el supuesto escándalo de la tesis estalló horas después de que el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, apuntara directamente contra Sánchez en una sesión de control al Gobierno. Tras poner la diana en el presidente y sugerir que su preparación académica era más bien escasa se puso en marcha la máquina del fango. Acción-reacción; causa-efecto.
No parece, por tanto, que la exclusiva de ABC pueda llegar tan lejos como para sentar a Sánchez en el banquillo de los acusados por su tesis Innovaciones de la diplomacia económica española: análisis del sector público (2000-2012), un título plúmbeo que ciertamente no invita a su lectura (como suele suceder con el noventa por ciento de las tesis doctorales que se publican en nuestro país), pero que no es delito. Las próximas horas serán fundamentales para determinar si hay o no caso, aunque ya ha quedado meridianamente acreditado que quienes en los primeros momentos se sumaron alegremente al pim pam pum –véase ABC, La Razón y El Mundo– contra el presidente del Gobierno, a estas horas han levantado claramente el pie del acelerador. Mucho más tras advertir muy seriamente la Fiscalía de que el plagio es un delito y que el periodista debe ser “extremadamente cuidadoso”, teniéndolo todo bien atado, a la hora de acusar a alguien de esa conducta.
A estas horas lo único cierto es que los “cazadores de brujas” no tienen mucha más madera que la que ya ha ardido en las primeras horas de exclusiva, y salvo que el asunto dé un vuelco inesperado y aparezcan nuevos datos determinantes no dará para mucho más que para un par de titulares languidecientes. No será este el caso que cave la tumba del presidente del Gobierno, por mucho que le pese a Eduardo Inda y Francisco Marhuenda. Aunque sí, una vez más y lamentablemente, se haya echado otra palada de tierra sobre el buen periodismo.