Al final hay, parece ser, un acuerdo sobre los nuevos estatutos del Opus Dei tanto tiempo reclamados por el Vaticano. Como bien saben, Francisco I modificó sustancialmente la constitución de los Movimientos de la Iglesia para adecuarse a una mayor transparencia y democracia interna. El Opus Dei en realidad no es un movimiento en sí sino una prelatura personal aunque contenga en sí un movimiento, una «orden eclesiástica» y la prelatura en sí. Esto es lo que la curia vaticana pretende dividir ahora, que cada parte del Opus Dei sea en sí misma lo que en esencia es.
Con la filtración de la ruptura de la antigua prelatura personal en tres —la prelatura, la sociedad sacerdotal de la santa Cruz y la asociación de fieles— se vuelve casi al principio de todo. Recuérdese que el Opus Dei tuvo muchísimos problemas para incardinarse en la Iglesia católica en alguna de las figuras del derecho canónico existentes. El carisma recibido por Josemaría Escrivá de Balaguer le llevó a conformar una «obra» que incluía diversas ramas, lo que algunos no dudaron en calificar de una iglesia en la Iglesia. No sería hasta el papado de Juan Pablo II cuando, al fin, lograron adaptarse a lo que la Iglesia católica demandaba de ellos y se encontró acomodo en las prelaturas personales. El pontífice polaco necesitaba soldados y nada mejor que todo aquellos que el Opus Dei le proporcionaba para aquellos momentos.
Una figura única, extraña pero que, pese a lo que haya pasado dentro o algunas actuaciones dudosas, siempre se mantuvo fiel al pontífice romano. De hecho, el santo polaco le concedió el obispado simbólico al prelado del Opus, el cual le fue retirado por Francisco. En otros casos, donde fueron los iniciadores de movimientos sacerdotes, se les otorgó el obispado en reconocimiento al trabajo realizado a título personal e intransferible —a algunos teólogos se les otorgó el capelo cardenalicio en reconocimiento como a Henri de Lubac—. Hoy esto ya es cosa del pasado. El Opus Dei debe transformarse y separar sus tres ramas constitutivas.
Fernando Ocáriz, prelado actual, ha mandando un mensaje abierto donde afirma que el alma del carisma recibido se seguirá extendiendo por las tres ramas pero que son otros tiempos en que las formas de obrar y de decir cambian pero la tradición, el espíritu se mantiene. Aceptan, como siempre han hecho, la decisión del pontífice romano y harán lo que se les pide conservando la unión de almas. Algunos esto lo han visto como una venganza, como la destrucción de la «Obra» por parte de la curia romana, la cual sentiría envidia de los frutos del trabajo de tan singular prelatura. Siendo todos humanos, demasiado humanos, podría haber algo de eso. También que desde el Opus Dei no se ha actuado con la debida firmeza en algunos casos lamentables. Y que no dejaba de ser un ente extraño dentro de la Iglesia pues no era ni una cosa, ni otra sino todas a la vez.
Algunos, con tufillo a azufre más que a incienso, les acusan de haber sido unos tibios, haber tragado con todo lo que provenía de Roma, por haber permitido que surgiese de su interior Hakuna, por no defender la misa trentina, por entregarse a los obispos todos progres, por ¡bla, bla, bla! Vamos por cumplir con el voto de fidelidad a la Iglesia católica. Curioso que estos mismos no digan nada del enfrentamiento de Kiko Argüello con Benedicto XVI por las misas separadas y extrañas del movimiento neocatecumenal, ni les exijan la trentina. Las leches al Opus Dei desde el ultramontanismo son extrañas salvo que esperasen que se separasen livianamente de la Iglesia para ser partícipes de la división y la separación que algunos desearían. O más bien hacer de la Iglesia algo que no es, una mezcla de confesionalismo y cesaropapismo.
Desde el Opus Dei, empero, lo ven como una oportunidad. Les entristece que la prelatura personal, con sus sacerdotes numerarios, vaya a quedar en nada pero son conscientes de que la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz y el movimiento de laicos van a seguir produciendo lo mismo que hasta el momento. No es de esperar que desde el Vaticano, como dicen las malas lenguas, vayan a querer hacerse con las propiedades del Opus Dei en sí, tan sólo es una división y cada cual seguirá como hasta ahora, separados jurídicamente pero en comunión de almas. La Universidades seguirán siendo opusdeístas, las editoriales igual y seguirán trabajando como hasta el momento. Parece más gatopardismo, o tocanaricismo, que otra cosa en realidad.
La Iglesia de Roma siempre ha tenido ciertas reticencias a los movimientos y demás asociaciones católicas por dos peligros: integrismo y desviacionismo de cualquier tipo. Lo del integrismo es un clásico que se ha manifestado casi contra cualquier fundador de movimientos, por ejemplo, es lo que se decía del fundador de Comunión y Liberación Luigi Giussani. A los Focolares se les ha calificado de desviacionistas. En el PSOE, por ejemplo, hubo una facción vaticanista. Todas estas cosas siempre han ocurrido. ¿Podría ser este cambio de estatutos un movimiento de prevención por el poder del Opus Dei en todo el mundo católico? Complicado por el voto de fidelidad. ¿Una pelea entre jesuitas y opusdeístas? Esto no deja de ser posible porque, como en toda organización, las peleas por el poder están a la orden del día, por muy inspiradas que estén. Algunos celebran con champán esta decisión, otros sacan la bilis pero ¿les han preguntado a las personas del Opus?