Cuando falleció Francisco buena parte de la cristiandad puso su esperanza en la elección de un nuevo romano pontífice. Igual un poco menos batallador que el anterior, igual un poco más «occidental», pero que fuese un papa que congregase a los muchos bajo su protección y saber hacer. Los pocos muy «progres» deseaban alguien que fuese más allá del último pontífice; los muy pocos «tradis» alguien que revirtiese todo el papado de Francisco y, a ser posible, también el de Benedicto XVI —Caritas in veritate no gustó nada en ciertos sectores—. O lo que es lo mismo, los católicos ideologizados pedían que el nuevo sucesor de Pedro fuese «de los suyos», no de todos.
En estas llegó León XIV al que han querido vestir con casullas usadas por otros. Al seguir a León XIII seguro que es un rojazo y masonazo por la Doctrina Social de la Iglesia. Siendo agustino seguro que supone un viraje a la derecha, que por eso ha puesto de nuncio apostólico en España a un conservador como Piero Pioppo —que se lo han colado al secretario de Estado, se ha llegado a leer—. Nada de eso parece encajar en estos primeros meses de pontificado con lo que el papa hace y dice. Si hay algo que destacar, respecto a algunos de los anteriores, es su parsimonia, su tendencia a hacer sabiendo qué pasos se dan y hacia dónde.
Espiritualmente es irreprochable sus palabras tanto durante las bendiciones como durante las audiencias generales o encuentros amplios. Doctrina católica en su completa extensión. Ni un paso adelante, ni un paso atrás, ni al lado. Doctrina católica en su plenitud máxima, en su totalidad, en todo y no sólo en parte. Ni las presiones de unos, ni de otros le han movido a moverse de lo que, en realidad, los muchos pedían al obispo de Roma: ser doctrinalmente impecable. Y lo es, además, con una profundidad que sorprenderá a muchos… y con discreción —como las reuniones mantenidas para «dialogar» sobre la misa tradicional, de las que se han enterado un mes y medio después los tradis—.
Lo ha dicho en algunas de esas audiencias, las cosas van despacio porque las personas deben ir asimilando aquello que pudiese haber de novedoso. Es como cuando Benedicto/Ratzinger pedía a unos y otros que valorasen la lentitud con las que hace las cosas la Iglesia y no se lanzasen al cuello del Concilio Vaticano II. Reposar las cosas, valorarlas, ver las posibilidades y entonces actuar. Una parsimonia muy en concordancia con el espíritu de quienes llevan la barca y con el Espíritu que la impulsa. En tiempos de aceleración de todo, de ansias por conseguir los fines privados —el fin verdadero es del Otro, de Aquel no de los hombres—, que haya parsimonia en el Vaticano no es mala cosa. Bien al contrario es buenísima porque los tiempos de Cristo no son los tiempos de los humanos «demasiado humanos».
Los que hacen procesiones del «coño» le piden que diga que lo de Palestina es un genocidio porque la ONU «bla, bla, bla» y él responde parsimoniosamente que eso está por ver y que lo genocida no deja de ser un concepto un tanto jurídico. Lo que debe haber ya es un alto el fuego y que pueda reinar la paz mediante el diálogo sereno y misericordioso. A los que le piden que se moje con Israel, les responde lo mismo porque la Iglesia siempre defenderá la paz, como defiende la dignidad de las personas, y no se deja llevar por cuestiones de politiqueo humanas —politiqueo el definir o no una guerra como una cosa o la otra—. Paso a paso se anda el camino. Acaban cayéndose aquellos que quieren ir corriendo o saltando. Un católico tiene una eternidad por delante, así que parsimonia y doctrina.