A priori la elección de León XIV es la demostración palpable de que los cardenales electores son más inteligentes y más racionales de lo que el «catolicismo mediático» cree. Seguramente los ultras de la Iglesia no estarán contentos porque, salvo la elección de un reaccionario, no lo iban a estar casi con el 89% de los cardenales encerrados en la Capilla Sixtina. Ya se leen comentarios sobre el comunismo teológico del nuevo romano pontífice, así como estupideces de los no católicos señalando que les mola mucho. Típica reacción de quienes anteponen sus prejuicios a algo que no se sabe cómo saldrá.
La Iglesia Católica es mucho más grande que todas esas ideologías mundanas. No es que cada cual no se acerque a unas u otras, es parte del ser humano tender hacia alguna postura sociopolítica, mucho más desde la irrupción de la modernidad, no, es que el católico no se mueve por razones políticas, o no debería, ni afronta la fe como algo que cuelga del liberalismo, del socialismo, del conservadurismo o del -ismo que se quiera. Es evidente que el Evangelio puede ser leído de distintas formas. Formas plurales, pues no dejan de ser interpretaciones de seres humanos, quienes, pese a estar hechos a imagen y semejanza de Dios, no dejan de ser eso, humanos. Y de esa humanidad surge la apuesta por una mayor afirmación en la sociedad o una mayor batalla contra el espíritu de los tiempos.
La inteligencia de los cardenales electores, que es lo importante en el texto, viene determinada por su capacidad para decidir con prontitud —con todas las cosas que vienen sucediendo en el mundo hoy mismo era necesaria una respuesta— al romano pontífice. Ha sido elegido, si se considera que la primera votación es de prueba y error, a la tercera. Ello indica que tras medir las preferencias personales han acordado con rapidez la persona que mejor encajaba en ese perfil ya analizado. Antes de entrar al Cónclave, por si no lo recuerdan o no se han enterado, se expuso perfil en las Congregaciones Generales, un perfil que encaja muy bien con lo que representa el nuevo Papa.
León XIV tiene sentido misionero, tiene solidez teológica, tiene don de lenguas, conoce perfectamente cómo funciona la curia romana, cree en la sinodalidad y proviene de una orden, no de la profundidad vaticanista. Su breve discurso, ese que han calificado como comunista los ultras, es continuación de los pontificados anteriores, de los tres anteriores. Su presentación con la muceta supone mantener las formas, la estética tradicional, algo que no es baladí. Haber sido General de la orden de San Agustín le ha permitido conocer muchas realidades sociopolíticas. Y hasta ayer mismo era el prefecto del Dicasterio para los obispos. Una mixtura entre los ortodoxo y lo necesario para estos tiempos. En eso, a priori, han acertado los cardenales dada la prontitud de la elección.
No es de izquierdas, ni de derechas. No es liberal, ni conservador. Es católico, es un cristiano aunque con la responsabilidad del obispado de Roma —como ha expresado al rememorar las palabras de san Agustín en su discurso pre-bendición—. Ahora, tras rezar quien así lo considere necesario por su buen juicio, habrá que ver si el melón sale dulce o apepinado. Pero a priori parece ser la mejor elección respecto al perfil que los propios cardenales habían consensuado. A quienes no les guste sin conocer la obras solo cabe recordarles que tienen un problema que nada tiene que ver con la Iglesia católica. Lo de León XIV no les ha debido gustar pues les recuerda que en la Iglesia existe una encíclica como Rerum Novarum de otro pontífice León. Y ya se sabe que esa encíclica como la DSI siempre la tienen olvidada.