Llevan ya un tiempo sus señorías, especialmente las de la oposición, tomando el parlamento como un lugar donde hacer las gracietas que llevan pensando días, donde montar la algarada para impedir el uso de la palabra, y para transformar aquello que debería ser –al menos lo era hasta hace poco- un lugar de debate y deliberación en el centro de la ridiculez mayor del reino. En la historia siempre ha habido graciosetes, pero normalmente eran diputados que estaban situados en los lugares altos del hemiciclo y actuaban bien para ganarse el favor de sus jefes de filas –estar en esos lugares indica que no se tiene la “gracia” del mandamás-, bien para cumplir con un rol concreto en según qué ocasiones. Hoy no. Hoy los hooligans están situados en las primeras filas o directamente ostentan las jefaturas. Una moda que introdujo Podemos de la que hoy se quejan.
Broncas, aspavientos, malas formas…, siempre se han dado en el parlamento –hasta se han sacado pistolas y se han pedido duelos- pero no era lo normal. Los periodistas parlamentarios esperaban declaraciones sólidas, contundentes, cierto sentido pugilístico, pero no algaradas constantes y bravuconadas desde el primer al último minuto del día. La supuesta sede de la soberanía nacional es mancillada por aquellos mismos a los que se les cae constantemente su nombre o los que invocan la voluntad popular. La formas, los rituales y la educación marcada por el carácter personal no sirven a la política espectáculo y el pozo inmundo del populismo, pero sí permiten el debate y la transmisión al resto de la ciudadanía de valores y símbolos de comportamiento que las actuales Cortes –el Senado es primo hermano en este sentido- han hundido para poder salir en el corte de las redes sociales. Un corte, por lo demás, que mañana mismo, sino es a los cinco segundos, se habrá olvidado y no dejará rastro en la consciencia o la inconsciencia de las personas. Lo que sí quedará son las malas formas y el dividir todo entre amigos y enemigos.
Teodoro, del güito a los carteles
Que Teodoro García-Egea muestre cartelitos, copiando a Albert Rivera cabe recordar, no es más que la última falta de respeto al orador en uso de la palabra. La intención de buscar la foto con la palabra “Informe”, acusando al vicepresidente segundo de estar bajo investigación judicial, no le dará ni un voto, pero su falta de educación sí que puede dejarle sin dos o tres. Y si no pierde votos, que todo puede ser, provoca repugnancia hacia su persona en tanto en cuanto representa a una opción política con todos los “valores” que se pretenden simbolizar. Habría que explicarle al pepero que las imágenes comunican si se transmite un significado. Como la mayor parte de la población ni sabe de lo que habla, queda su imagen comunicativa de matón de barra de bar, borracho a las tres antes de cerrar. Tampoco puede quejarse mucho, ni intentar arrogarse Pablo Iglesias una beatitud respecto a lo hecho por el pepero, pues en Podemos se ha hecho eso y algunas cosas más en todos los parlamentos donde han tenido representación. La educación es para todos, incluyendo los que no están bajo el mando del “ser superior” o amado líder.
Esto del matonismo parlamentario es una parte del ridículo que se debe soportar y que está muy apoyado por los propios medios de comunicación que informan sobre el trabajo en la cámara baja. Conocedores de ello, los políticos del espectáculo actúan en consecuencia, más si a tu jefe de filas le han dado un rapapolvo de órdago al mostrar su estilo cantinflesco. Lo que se denuncia aquí todas las semanas sobre Pablo Casado, se lo ha dicho Pedro Sánchez a la cara y delante de toda España. Sabedores de lo que llama la atención, en Vox, por ejemplo, sacan la artillería pesada para colocar sus temas en la agenda. ¿Creen realmente que Macarena Olona es tan macarra como aparenta? Puede que lo piensen pero no es así. Es parte de la actuación, algo que dominaba como nadie Alfonso Guerra que se llevaba a su terreno a los medios. Pero antes sólo estaba él y, a veces, algún mal imitador. Peor que eso es cuando se hace el ridículo inventándose la historia de España para pelearse con alguien que ni está en el parlamento.
¡Qué mala la monarquía hispánica!
La pelea por ver quién es más nacionalista andaluz, que está librándose entre los trotskos de Teresa Rodríguez y las huestes pablistas de la región, ha promovido el esperpento histórico que ha ofrecido Isabel Franco en la tribuna del Congreso. Todo un discurso de buenismo sobre la inmigración y que podría ser un buen punto de debate y discusión ha quedado dilapidado al hablar de multiculturalidad, genocidio, invasión de la monarquía hispánica y demás absurdeces que ha proferido en menos de dos minutos. Si hay que ir al absurdo mejor tomar la visión negacionista de la invasión islámica del falangista Ignacio Olagüe. No parecen, ¡con lo listos que dicen que son!, haber leído mucho sobre aquella época en Podemos. La multiculturalidad jamás existió. Cualquier conocedor del Corán y la Sharia lo presupondría sin haber estudiado historia. Hacer esclavos o matar a los que no se quieren convertir a la fe del profeta no parece que sea un camino multicultural o de respeto a la diversidad. Caminar por una calle por la izquierda –religiosamente el lugar malo- para ni rozarse con los musulmanes, tampoco dice mucho en favor de una sociedad diversa. Más bien recuerda a cierto segregacionismo que se ha practicado hasta hace poco.
Si alguien piensa en Maimónides como ese cordobés sefardita, por ende judío, como gran conocedor de la Torá, la filosofía y la medicina y que tanto impactó a sus congéneres dentro de una Hispania musulmana no ha leído nada. El sabio cordobés hubo de huir porque estaba perseguido por el sultanato del momento. Para ser una sociedad diversa eso de perseguir por sus ideas a las personas suena a otra cosa. De hecho los invasores musulmanes y sus descendientes, siguiendo la ley coránica, catalogaban a los no musulmanes de las religiones del libro como dhimmis y gracias a pagar impuestos podían seguir con sus cosas de religión, pero sin mezclarse con los seguidores del profeta –vamos, como pasa en Podemos por dentro-. Al fin y al cabo necesitaban mano de obra barata para asentar su poder. En cuanto alguien levantaba la voz o quería ejercer su libertad la cabeza se separaba del cuello por la caída del alfanje rápidamente.
Y ya lo que es de órdago y de profundo desconocimiento, salvo que se tenga mala fe, es calificar la reconquista –más allá del debate sobre el tema- de genocidio e invasión de la monarquía hispánica. Se puede ser republicano y estúpido, o monárquico e inteligente. Pero tratar de vender como genocidio lo que pasó en las guerras peninsulares –ya que fueron muchas, diversas y dentro de los dos bloques- es para que no vuelva a subirse a una tribuna. Para que exista un genocidio, lo primero, debe haber intención de matar adrede a una raza o grupo religioso por el simple hecho de serlo, algo que jamás pasó por la cabeza de la monarquía o monarquías. De hecho, la conversión al catolicismo era ofrecida como alternativa a la expulsión. Jamás ningún rey o reina actúo de forma genocida –siendo éste un vocablo casi contemporáneo-, entre otras cuestiones, porque necesitaban población y mano de obra. Lo mismo que hicieron los musulmanes. Tampoco queda muy clara cuál es la cultura sefardita que legaron y si había sefarditas y católicos allí ¿cómo llegaron? Si estaban de antes ¿quién invadió a quién? (Pongan el meme que prefieran aquí)
El mito de las tres culturas no deja de ser un mito, moderno además, que sirve para alimentar cierto andalucismo. Pero utilizarlo para una pelea barriobajera en el Congreso es de no haber leído mucho. Si lo necesita es recomendable que se haga con un ejemplar del libro de Ignacio Gómez de Liaño (Democracia, Islam, Nacionalismo) para entender qué supone eso del multiculturalismo. Vocablo éste, por cierto, en desuso por haber resultado un fracaso en la práctica. O igual quiere Franco que las mujeres andaluzas vayan con velo, que se les case a la fuerza con 12 años, que estén sometidas al hombre, que deban entregarse a la causa de la yihad si así se le reclama…, todas esas cosas que están por todo el mundo musulmán. Gastronómicamente, artísticamente y lingüísticamente hay un legado musulmán sí, pero poco más. O como no le gusta lo cristiano/católico y quiere prohibir la semana santa y las ferias dice esas cosas. En realidad es una disputa con Rodríguez y su andalucismo brilli brilli, pero transforma el parlamento en un lugar de incultura. Si hasta los secesionistas se moderan y no dicen lo que dicen en Cataluña –que santa Teresa era catalana, por ejemplo-, por qué los podemitas tienen que inventarse historias. Ni Alejandro Rojas Marcos llegó tan lejos y cuidado que las soltó gordas. Al final acaban emparentando con el falangismo ideológico en muchas ocasiones…