Ustedes piensan que lo están pasando mal durante este mes y medio de reclusión en su domicilio, pero no piensan en alguien como Albert Rivera. No sólo tiene que aguantar encerrado en su casoplón teletrabajando, pues ya no es parte de la dirigencia política, sino que además debe estar junto a su pareja acongojado por si se infectan estando a punto de ser progenitores (uno gestante y otro aportador según la nueva terminología postmoderna). Todo esto, empero, no es nada con el nerviosismo, el comerse las uñas a bocados, el sufrir esta situación como jamás habría pensado por no estar ahí, en el meollo, en el ojo del huracán. Debe estar pasando un período de abstinencia política difícil de digerir. Él que siempre estaba a la que saltaba. Él que se daba de empujones por aparecer en la foto de Colón. Él que iba un día tras otro a los programas de casquería de las mañanas a mostrar el cuñadismo ideológico del partido naranja. Él que se veía como presidente y se quedó con menos de una veintena de diputados por no responder a las peticiones de la clase dominante. Estar encerrado y sin poder hablar públicamente, salvo por Twitter, debe ser un suplicio.
Hay que destacar que las diputadas y diputados de Ciudadanos están teniendo un comportamiento casi ejemplar respecto a la situación dada. Hacen críticas, duras en muchas ocasiones, pero siempre están dispuestos al diálogo siempre y cuando sea para salvar la situación sanitaria y económica del país. Para “salvar al soldado Sánchez” ya han dicho por activa y pasiva que no se les espere. Inés Arrimadas, más allá de no tener mucha presencia pública por su embarazo, está dejando atrás su mote de “montapollos” y dando una lección de sobriedad y entereza a los dos “machos alfa” del trifachito. Igual es por esa preocupación por los cuidados más propia de las mujeres. O igual es porque ha visto que poco o nada iba a sacar lanzándose al cuello de un Gobierno de forma descarnada y montaraz cuando lo que importa es salvar vidas. Si el Gobierno yerra, lo mejor, ha debido entender Arrimadas, es mostrarle el error y la posible solución. Por ello han presentado 50 puntos a debatir en los Pactos del Coronavirus y no se dedican a cargar los muertos en una cuenta para arrojárselos a quien toque. De hecho Ciudadanos está sufriendo también el acoso del PP en la Comunidad de Madrid, tanto como para que Isabel Díaz Ayuso se plantee destituir a los consejeros naranjas, por no estar de acuerdo en algunas decisiones. Ignacio Aguado, otro pisacharcos habitual, fue sincero hace unos días y afirmó que posiblemente la cifra de muertos en Madrid fuese mayor a lo oficial.
En esta situación ¿piensan que Rivera hubiese actuado igual? Juan Carlos Girauta, ahora que es agitador de masas y concertista tuitero, sigue la estela del resto de la caverna de derechas (pues la hay también de izquierdas) defendiendo las libertades que, supuestamente, está recortando el Gobierno más allá de la reclusión. Pero bastante más moderado que sus compañeros de todología y columnismo. Lo normal, por su comportamiento político durante esos cinco años en los que tocó el cielo del estrellato, es que Rivera se estuviese bregando con Pablo Casado y Santiago Abascal para ver quién exageraba más, quién señalaba el error más grave y quién era el más españolazo. Sólo hay que recordar esas giras del odio y el rencor por toda España. Igual habría que ser condescendientes con él y pensar que adoptaría una postura sensata como los pocos compañeros y compañeras que ha dejado en el parlamento. ¿Qué haría Albert ya no se preguntan las masas? Pero se puede saber porque no han faltado sus mensajes en las redes sociales.
En primer lugar, eso del estado de alarma le parece poco. ÉL habría decretado es estado de excepción porque la reclusión por la emergencia sanitaria pandémica no encaja en ese tipo de estado, que lo ha leído él a un magistrado, el cual se ha debido olvidar de leer la LO 4/1981. “Yo prefiero estar dentro del Estado de Derecho y con las Cortes Generales controlando al Gobierno, que con prohibición de algunos derechos sin suficiente cobertura legal” ha dejado por escrito sin leer la ley que sí ampara la reclusión sanitaria. Más que Casado y Abascal incluso desde su casa. Tampoco ha dejado pasar la oportunidad de meter el dedo en la llaga de las desavenencias dentro del Gobierno. Al menos no ha caído en el bulo de otros políticos de la derecha que separaban a algunos ministros del PSOE del lado de Pedro Sánchez. Ha lanzado su puya. En activo habría lanzado una soflama advirtiendo de los siete mil males por tener en el Gobierno a unos populistas bolivarianos peligrosos. Claro que aquí mejor que se tape porque por su culpa no hubo otro tipo de Gobierno que desde el PSOE habrían aceptado.
Mejor se lo está pasando con la censura que supuestamente está llevando a cabo el Gobierno para acallar a la oposición y a las personas que critican al Gobierno. Una censura que nadie ha visto hasta el momento pero que según los todólogos de la derecha existe. Y si hay que inventarse que se echa a un columnista de cierto periódico progresista por escribir un artículo sobre errores de comunicación, se hace y no pasa nada. Cosas peores se han escrito por aquí y no han amenazado ni nada (cosa que sí hizo en su momento Rivera). Aunque es verdad que las explicaciones de Isabel Celaá no ayudan en nada. Eso de luchar contra las noticias negativas es confuso como poco y rozando lo detestable. Pero tampoco es que la ministra sea un prodigio del verbo fácil. Más allá de estas cuestiones Rivera está preocupado porque la democracia está en peligro y el Gobierno no tiene ningún pudor en utilizar a la Guardia Civil para sus malévolos planes de censura: “Yo no quiero que utilicen a nuestros servidores públicos para vigilar o censurar ‘el clima social contrario a la gestión del Gobierno’. Los ciudadanos tenemos derecho a opinar sobre la gestión del Ejecutivo. Se llama democracia y libertad. Alucinante”.
Posiblemente actuaría como siempre actuó. Exagerando todo, exacerbando la situación, moviéndose contento en un contexto agonístico, buscando su media hora de gloria cada media hora… en resumidas cuentas actuando como un populista del sistema que es lo que siempre ha sido. No obstante, en estos momentos hay que estar preocupados por su salud mental. Perderse un momento como éste sin poder meter cuña, sin cuota de pantalla, sin entrevistas, debe ser tremendo para su ego. Porque grande lo tiene como para anunciar que le hacían presidente o asesor o no-se-qué de un despacho en rueda de prensa es para pensar que si se quisiese suicidar con subir a su ego y tirarse le valdría. Y, además, le han chafado la presentación de “su” libro con la de firmas que iba a tener en Sant Jordi o en la Feria del Libro de Madrid. Debe odiar al coronavirus con toda su alma por lo que le ha hecho. De ahí que sería conveniente que Ana Rosa Quintana, en vez de dar pábulo a todos los bulos, le llevase a plató a una entrevista. Aunque sea corta. O su querida Susanna Griso, en vez de deleitarse necrofilicamente, le podría invitar a un café. Aunque sólo sea para que recuerde los buenos tiempos. No es política, es simplemente una obra de caridad.