Vivimos en el mundo de la post verdad, en una sociedad en la que se pretende terminar con los avances logrados por las mujeres a través de las noticias falsas o de la propaganda. Hay dos aspectos en los que, desde los sectores que pretenden la perpetuación del patriarcado, se ve con más vehemencia: la violencia/terrorismo machista y la violencia sexual. Ya lo vimos en la campaña electoral de las generales cuando la candidata del Partido Popular por Barcelona, Cayetana Álvarez de Toledo, ironizó en referencia al consentimiento de la relación sexual. Sin embargo, lo más grave es que esos comportamientos o esas intenciones traspasen en velo de la opinión personal para alcanzar a las instituciones y el mejor ejemplo de ello lo tuvimos con la sentencia de La Manada.
Por tanto, en referencia a la violencia sexual, es necesario conocer lo que es un falso mito y lo que realmente viven esas mujeres que son violadas a pesar de que no exista un consentimiento.
El primer mito que hay que destruir es que es la víctima la que provocó al hombre, es decir, que llevaba una ropa determinada o que realizó comportamientos que excitaron al violador. Sin embargo, ninguna manera de vestir, ningún tipo de prenda, justifica una agresión sexual. Además, este mito es muy dañino para la víctima, puesto que se produce un proceso de revictimización porque se la quiere convertir en la causante de la violación. Este tipo de comportamientos de culpar a la víctima han sido utilizados por las dictaduras más crueles o en los campos de tortura.
Otro mito que el machismo o los defensores del patriarcado lanzan para justificar la violencia sexual es que la mujer siempre está dispuesta a satisfacer los deseos sexuales del hombre y que un «no» esconde en realidad un «sí». Esto es una barbaridad porque «NO es NO» y no tiene más significado que un «NO». La violación tras una negativa puede provocar una serie de secuelas psicológicas que, en algunos casos, han terminado en suicidio, dado que todo el mundo espera que cuando se da una negativa en algo tan serio como una relación sexual la otra persona lo respete. Sin embargo, no es así.
Quienes abogan por la perpetuación del patriarcado afirman que la mayoría de los delincuentes sexuales son desconocidos para la víctima e, incluso, se llega a utilizar esa retórica para cargar contra inmigrantes o etnias, lo que mezcla el machismo con la xenofobia. La gran mayoría de las violaciones se producen en el ámbito del hogar y con personas conocidas por la víctima. En Estados Unidos, por ejemplo, el 51,1% de las mujeres ha sufrido una violación por parte de su pareja y el 41% por hombres conocidos, es decir, que sólo un 8% lo fue por parte de desconocidos.
Al igual que ocurre con las víctimas de la violencia machista y las denuncias falsas, a las mujeres que han sufrido la delincuencia sexual se las pretende desacreditar con el mantra de que «todas mienten» porque no todas denuncian. Sólo un 30% de las violaciones se ponen en manos de las fuerzas de seguridad o de los juzgados. El resto de mujeres calla por miedo al estigma, a las represalias o por vergüenza, sobre todo cuando hay una relación o que el violador es un conocido.
Aunque hay muchos otros mitos, hay uno que especialmente lacerante desde los sectores favorables a la eternización del patriarcado. Nos referimos a la creencia de que si una mujer acepta regalos de un hombre, éste tiene derecho a relaciones sexuales. Las personas libres no le deben sexo a nadie y, mucho menos, a cambio de lisonjas.