Andan parte de las bases “sanchistas” del PSOE sorprendidas con los cambios que viene realizando el secretario general en funciones en el gobierno y el grupo parlamentario. La salida de Carmen Calvo ya sonó rara para las feministas, aduciendo unos problemas médicos, y la de José Luis Ábalos tampoco estuvo exenta de algún fruncimiento de cejas, más cuando todo se redujo a un problema familiar de difícil solución. Ahora con la caída de Adriana Lastra, la populista portavoz parlamentaria, la situación no ha mejorado. Si a ello se suman nombramientos de personajes como Óscar López o Rafael Simancas, normal que haya cierto asombro por todo lo que está cambiando.
Sin duda habrá mucho militante “sanchista” que alabe todo lo que haga su nunca bien ponderado presidente. Como se dice en el interior del PSOE, son sugus que todo aceptan sin rechistar. Pero hay otras muchas personas que no dan crédito a lo que pasa. No hay que hilar muy fino, todo sea dicho, para entender que Pedro Sánchez está adaptando el PSOE a su persona. Tras haber pagado a algunos y algunas con cargos por los servicios prestados durante su regreso a la secretaría general frente a Susana Díaz y Patxi López, ahora se ve con la libertad de hacer lo que le dé la gana con el PSOE. Aprovechando que las baronías están a lo suyo y a esperar tiempos mejores y que en el PSOE no hay nadie mínimamente coordinado para confrontarle, aunque sea a nivel partido, el presidente del gobierno piensa construir un PSOE que sólo atienda a los gustos y deseos de él. Ni Felipe González llegó a tanto.
Es normal que un partido, como tal, cuando está en el gobierno tienda a aplacar fogosidades, a ser una máquina de apoyo, pero sin perder su esencia. Y la esencia del PSOE de la militancia (sentido crítico, debate, pluralismo, acracia…) está desapareciendo a pasos forzados. Aprovechando la pandemia, y por ende las agrupaciones cerradas, se ha dado un paso más frente a lo prometido en las últimas primarias. Las bases ya no importan salvo para los demagógicos y populistas referendos. Ahora, cualquier grupo de militantes no puede presentar su lista de delegados sin pasar por la recogida de avales y teniendo que recorrerse toda la provincia (lo que en el caso de Madrid puede ser tortuoso por la amplitud o en otras provincias por las distancias) para intentar hacer campaña o algo parecido. Antes se podía sin más. Tampoco gustan los que han tenido pose de izquierdistas (caso de Lastra, a la que guarda su abstención para que gobernase M. Rajoy), ni los que piensan por sí mismos. Cambiará la cara de toda la ejecutiva con amigos (como el nuevo portavoz parlamentario), fieles, grupos de presión y lo que pueda vender a nivel externo.
Pero todos, eso sí, entregados al proyecto que presenta en la ponencia del 40° Congreso. Una mezcla de recuperación del buenismo de los años de José Luis Rodríguez, todo el programa económico de la Unión Europea y el programa España 2030 y lo de la resiliencia. Si leyesen la ponencia verían que parece un corta y pega de todo lo citado anteriormente. Un partido a su imagen y semejanza, sin molestias internas, virado a la derecha (¿recuerdan que en las primarias de 2014 él era considerado el candidato de derechas y del aparato frente a Pérez Tapias y Madina?). Todo ese impulso izquierdista de las bases queda en el pasado como algo romántico, para dar paso a esa izquierda insulsa y entregada a la clase dominante que no se cansa de perder elecciones por Europa. Quiere un PSOE totalitariamente sanchista y eso le concederán, incluso los que hoy se quejan del cambio de la portavoz parlamentaria.