Los problemas del Banco Pastor venían de lejos, pero era cortejado por distintos bancos españoles, interesados por su implantación en Galicia, tierra de ahorradores y con baja morosidad. La entidad se caracterizaba por una implantación muy enraizada en la Galicia interior, con una potente captación de depósitos, a la vez que mantenía una presencia consolidada en las principales ciudades españolas.
José María Arias heredó una situación complicada. En lo personal sufría las comparaciones con otros empresarios y colegas locales desde Amancio Ortega en Inditex –con el que mantuvo una relación cercana, casi familiar durante años, hasta que se rompió por motivos desconocidos-, pasando por Manuel Jove, de Fadesa, y el omnipresente José Luis Méndez, presidente de Caixa Galicia. Era una concentración de estrellas rutilantes, ante las que Arias tenía poco que hacer. Sin carácter para enfrentarse a los desmanes de Méndez, sin coraje para desarrollar una estrategia como Ortega y sin visión sobre el futuro del sector. Su pasado, su apego para mantener la posición de la Fundación Barrié, que presidía y de la que es usufructuario, le impedía buscar soluciones a su banco más allá de conservar el poder, aunque fuese diluyéndose.
En el plano financiero, la cosa no pintaba bien. Tras varios intentos de hacer crecer el Pastor sin éxito, con fichajes de Consejeros Delegados externos —se recuerda especialmente el de Guillermo de la Dehesa, que pasó por el puesto con más pena que gloria. En 2002, Arias optó por fichar a Fulgencio García Cuéllar, ex consejero delegado de Popular, al que nombró Vicepresidente y Consejero Delegado. Entró en el banco como caballo en cacharrería, introduciendo al Pastor en una espiral de crecimiento feroz —muy fuerte el de la red del banco fuera de Galicia, especialmente en áreas de costa del este y del sur de España— multiplicando la exposición del Banco al sector promotor.
García Cuéllar había salido sólo unos meses atrás del Popular, por una gestión de personal disparatada, y por una gestión de riesgos excesivamente alegre. Luis Valls lo echó para evitar que soliviantase al personal que no comulgaba con sus formas y evitó, en último extremo, que García Cuéllar, con el apoyo de un par de accionistas, diese un golpe de mano en el Popular. Arias desoyó las voces que desde el Popular le desaconsejaban ficharle, hecho que tuvo fatales consecuencias.
El nuevo consejero delegado reventó las costuras del Banco Pastor en pocos meses. Se enfrentó con todo el mundo, decía que el Banco tenía una gestión anticuada y que se gestionaba con el paternalismo de una empresa familiar, incompatible con su carácter de empresa cotizada. Eso, que probablemente era cierto, le sirvió de argumento para sus fines: ejecutar una política de personal basada en el terror, una política de crecimiento desmedido y un claro afán de control del banco, que pasaba por la dilución rápida de la Fundación Barrié. Las chispas saltaron rápidamente, Arias dejó a García Cuéllar sin atribuciones pasados unos trimestres desde su llegada, pero no lo despidió hasta pasados unos años, porque el Pastor no podía hacer frente a la indemnización que habían pactado en caso de cese.
Fuentes del antiguo Banco Pastor han confirmado a Diario16 que la desesperación de Arias era creciente y visible al ver que García Cuéllar estaba repitiendo la maniobra que había intentado en el Popular de los Valls: crecimiento muy fuerte, dilución de los accionistas, intento de cambio de control a través de un golpe de mano, etc. En definitiva, todo lo que Luis Valls y Rafael Termes le habían advertido. Arias llamó a García Cuéllar a su despacho, al lado de la sala en la que se reunía, lustros atrás, el Consejo de Ministros de Franco en verano, y trató de frenarlo. García Cuéllar exigió el cumplimiento íntegro de su contrato y, en caso de cese, una pensión del orden de los 900.000 euros, al parecer el doble de lo que el Popular le había pagado hasta su marcha al Pastor.
García Cuéllar había sembrado la semilla del destino del Pastor, multiplicando en un corto espacio de tiempo las sucursales y la exposición inmobiliaria, abriendo guerras con colegas porque necesitaba dotar humanamente las nuevas oficinas, sumiendo al banco en el descontrol. Mientras los beneficios crecían, el riesgo se incrementaba y las necesidades de capital en plena bonanza se multiplicaban, por lo que el Pastor necesitó ampliar capital para soportar ese brutal crecimiento. Eso fue un toque de atención para Arias que no supo ver que la obstinación en mantener el control del Banco a través de la Fundación era una pretensión vana. El crecimiento como antídoto para compensar el veneno de la bajada radical de los tipos de interés, condenaba a la Fundación a poner más y más capital a medida que el Banco crecía. Por otro parte, las autoridades todavía no habían comenzado a exigir más capital a las entidades financieras. La tormenta perfecta empezaba a asomar por el horizonte.
A García Cuéllar le sucedió Jordi Gost, un directivo que aquél se había traído del Popular. Con menos personalidad que su antecesor, se plegó a los deseos de Arias, pero no se produjo cambio en la línea estratégica, reduciendo, eso sí, el infernal ritmo de crecimiento implantado por su antecesor.
Con Jordi Gost al mando, el Pastor se adentró en la crisis financiera. En un vano intento por conservar su independencia, el Banco de deshizo de su participación en Unión Fenosa, pero no pudo evitar sufrir los efectos de las crisis.