Ahora que los franquistas han dejado de hacer sus cosas de franquistas y que por ello no hay que darles ni cuartelillo; ahora que los medios de comunicación de la clase dominante (prácticamente todos) intentan vender que Pablo Casado ha avanzado hacia… la nada realmente porque no hay que dejarse engañar; ahora es un buen momento para hablar de un sujeto social, por ende político, que puebla el mundo, los innovacionistas. Por no hacer el artículo demasiado largo y denso, se hablará de este sujeto transversal en términos políticos o lo que es lo mismo, cómo se comportan en el mundo de la política los innovacionistas. Término que está inspirado por algunos apuntes del profesor Gregorio Luri, aunque él no lo haya utilizado de esa forma, pero al que “robaremos” algunas ideas al respecto.
¿Quiénes son los innovacionistas? Son el resultado de la inflación ideológica de lo deseable. Son el deseo hecho carne, por así decirlo, y cuyo único principio es el progreso por el progreso. Un progreso que es pura innovación, pura tecnologización, pero una completa carencia de visión de futuro (a lo máximo que llegan es al relato del día siguiente), por tanto un progreso sin meta, sin fijeza y sin recuerdo. En otras palabras la distopía. Cuando ustedes oyen hablar a derecha e izquierda que fomentan el progreso, que son progresistas (“Yo soy más progresista que nadie” podría ser su lema), cuando apuestan todo a la última moda política, ahí, en ese preciso momento, están ante un innovacionista. Ustedes se preguntarán que todo en la vida no tiene por qué tener una teleología, una final espiritual, una meta clara y definida. Cierto, pero una cosa es no tener una meta definida, en términos humanos-políticos, y otra es no tener meta. Bueno, los innovacionistas sí tienen una meta, proseguir en el poder pase lo que pase.
Como dice Luri, los innovacionistas viven “en la fascinación de la continua inminencia de lo nuevo […] La forma emergente tiene para ellos más fascinación que la forma realizada”. Por ello es normal que se desprecie cualquier logro del pasado (“Felipe González es facha y no hizo nada por España”, por ejemplo) y se vanaglorie cualquier nimiedad del presente. En cualquier manifestación o rebeldía los innovacionistas acaban viendo al nuevo sujeto revolucionario -cuando se sabe que no va a revolucionar nada pero hay que darle un toque para tapar las contradicciones de la gauche caviar– o la llegada de una nueva era de libertad y bonanza económica –esto es muy de la derecha innovacionista-. Al final todo son sucesos históricos, todo es lo mejor que ha existido hasta el momento, enterrando no sólo el pasado (del que aprender) sino el propio presente con todas sus determinaciones y tendencias, dando prioridad, como no podía ser de otro modo, al movimiento antes que la práctica.
Los innovacionistas cambian los dispositivos políticos de día en día. Si ayer lo ideal era hacer campaña en Facebook, hoy lo es el twitter, al otro en tik-tok y el futuro… ¿qué importa el futuro? Pero al utilizar dispositivos que no sólo son tecnológicos sino que tienen un alto componente social (como han explicado Giorgio Agamben o Alain Finkelkraut), acaban cayendo en nuevas formas de dominación. Si antes, dentro de un partido, la participación en asambleas, en grupos de trabajo o lo que se organice permitían el contraste de opiniones, la crítica o la denuncia de la falsedad. Hoy todo eso ha desaparecido insertándose en un dispositivo (el móvil, la Tablet, el ordenador…) que acaba controlando al afiliado en vez de darle un canal de participación. Desparecido el debate, aparecen los vídeos de innovacionistas loando al jefe de turno, criticando al otro, sin importar que lo que se diga sea contrario a la ideología que se dice defender y sin posibilidad de debate. Y sin debate no se conoce al Otro, no hay posibilidad de llegar a algún tipo de verdad relativa. La innovación histórica acaba siendo el autoritarismo.
Los innovacionistas son panglosistas, es decir, viven en un continuo optimismo ante lo nuevo. Da igual qué, pero la nueva moda es lo mejor. Si aparece una niña que se salta el colegio pero apuesta por el capitalismo verde y hacerse rica, se le invita. ¿Mañana? Ni el tate se acuerda de Greta Thunberg o de cualquier otro títere del sistema. Si hay que apostar todo a la tecnología verde, a la robotización, se hace sin parar a pensar qué sucede con las personas reales. Se quitan aceras para poner carriles-bici porque es lo nuevo y todas las personas deberían ir en bici (en una España que la que no existen las cuestas debe ser). Si hay que inventar dinero se inventa para que los bancos o las empresas no se arruinen. ¿Las personas? No parecen existir, sólo hay perfiles de redes sociales. Fíjense que los innovacionistas han acabado por acaparar la administración pública. Desde el Estado se exige a la ciudadanía estar enganchado a un dispositivo tecnológico. No importa que se sea anciano o no se tenga dinero suficiente para renovar los equipos. Hoy si se quiere hacer cualquier papeleo, o se hace con firma electrónica o se pierde la oportunidad de acceder a becas, ayudas, etc. No sólo eso, existe la obligación de tener un teléfono a ser posible móvil para mandar comunicaciones. ¿Ven cómo se acaba dominando y controlando? Todo esto es obra de innovacionistas que no piensan en el ser humano como lo que es, humano. Hay que llenar todo de algoritmos, robots, máquinas y más máquinas para producir, de forma verde eso sí, productos que… ¿al final quien los va a consumir sin seres humanos?
Los innovacionistas, que como habrán comprobado son postmodernos, no entran jamás en contradicción. Lo que ayer se dijo es pasado, es la inanidad completa, sólo importa lo que se diga hoy. Y como lo de hoy mañana no tendrá valor, entran en una espiral de la completa autocontradicción que les permite erigirse todos los días en los campeones de lo bueno-nuevo. Como todo es movimiento no hay posibilidad de análisis y por ende de control de las cúpulas dirigentes, con lo que se llega al bonapartismo político tecnológico. Culto al líder, desaparición de la crítica, carencia de análisis, idealismo constante basado en datos y más datos completamente desagregados y sin ligazón y una constante repulsa hacia la realidad. Que no sólo es tozuda sino que no avanza al ritmo y los deseos de los innovacionistas. Pero no se preocupen, para ello tienen dos recursos: uno, recurrir a un lenguaje que no entienden ni ellos pero de carácter supuestamente científico; y dos, recurrir a eslóganes del pasado, incluso a palabras con raigambre (como lucha de clases, biopolítica…), para aparentar que existe algún nexo de unión con la historia –esa misma que no existe para los innovacionistas, salvo si sirve para utilizarla contra alguien-.
La política actual está plagada de innovacionistas. Los pueden ver a derecha e izquierda. Se conoce también a los innovacionistas porque a quienes piden análisis, debate, crítica, materialismo los califican de reaccionarios (a derecha e izquierda), anticuados, desubicados… Y todo porque no acaban de entender, como hacen los innovacionistas, que lo que hoy sucede es histórico, cuando con suerte será una nota al final de los libros de historia del futuro… si es que quedan libros e historiadores. De historicidad en historicidad acaban por ser un mecanismo ideológico perfecto para la clase dominante. La cual, por cierto, no se mueve, sigue ahí acumulando y acumulando sobre sociedades que están en el límite de ser completamente pobres pero enganchadas a la tecnología. Decía Louis Althusser que el marxismo no era un humanismo (ni un historicismo), pero lo de los innovacionistas va más allá, porque les importa todo lo humano sin humanismo y sin materialismo. Eso sí, todo lo tratan como un acontecimiento que cambiará la vida de las personas pero ¿han preguntado a las personas qué quieren o lo saben porque se lo han dicho desde los aparatos ideológicos de la clase dominante? Los innovacionistas son los intérpretes del espíritu de época, da igual si son individualistas, colectivistas o medio-pensionistas, ellos interpretan y castigan a todas aquellas personas que les dicen no. La distopía ya está aquí.
El conservadurismo es la mejor etiqueta para el autor, cualquier tiempo pasado fue mejor y todo lo que sea innovación, avance o progreso le duele. Podía estar perfectamente al otro lado del frente, tampoco se la procedencia, quizás provenga de el.
La lejanía de Casado del franquísmo sociológico-germen del PP- hacia el franquísmo activo y combativo hace una degradación de la democracia,apoyada por los medios de comunicación de la clase dominante hacen una degradación de la democracia.