¿Existe un perfil de yihadista español que siga un patrón determinado de comportamiento o el prototipo se va transformando y mutando con el paso del tiempo? “No podemos hablar de un perfil concreto, pero sí que aparecen rasgos comunes que se repiten en algunos de los candidatos a ser radicalizados, ya que no todos sirven para que les inculquen el discurso radical de los terroristas. En primer lugar se fijan en personas cada vez más jóvenes, algunas en busca de su propia identidad, de algo que dé sentido a sus vidas. Esta falta de personalidad que se suele consolidar en la adolescencia hace que cuanto menor es el joven a radicalizar más vulnerable sea”, asegura a Diario 16 David Garriga, psicólogo, criminólogo y experto en terrorismo fundamentalista.
Según informes del Instituto Elcano, los soldados de Alá detectados en España suelen ser varones de entre 25 y 39 años, aunque es probable que a partir de ahora lleguen cada vez más jóvenes a la guerra santa. Entre los policías que se han encargado de investigar los recientes atentados ocurridos en Cataluña ha llamado poderosamente la atención la juventud de los integrantes de la célula de Ripoll. Los cinco abatidos por los Mossos d’Esquadra en Cambrils tenían entre 17 y 24 años, todos ellos procedentes de familias inmigrantes magrebíes. Eran los cachorros del nuevo yihadismo internacional: Moussa Oukabir (17 años, nacido en Ripoll, Girona); Omar Hychami (también 17, de Marruecos,); El Houssaine Abouyaaqoub (17, marroquí); Said Aallaa (19, de Naour, Marruecos) y Mohamed Hychami (24 años, nacido al igual que sus compañeros en Marruecos). En el mismo prototipo juvenil entraría Mohamed Houli Chemlal, el muchacho melillense de 21 años que resultó herido en la explosión del chalé de Alcanar, en el que murieron el imán de Ripoll, Abdelbaki Es Satty, de 44 años, y Yousef Aalla. Además, otros tres hombres de mayor edad han sido detenidos: Mohamed Aalla, de 27 años, dueño del Audi utilizado en Cambrils; Sahal El Karib, de 34, propietario de un locutorio; y Driss Oukabir, de 28 años, que denunció el robo de su documentación, con la que fue alquilada la furgoneta de las Ramblas. Todos estaban considerados “buenos chicos” y llevaban viviendo en Cataluña desde la más tierna infancia. Ni siquiera Moussa Oukabir, uno de los más jóvenes −a quien durante las primeras horas tras los asesinatos se consideró el conductor de la furgoneta que segó 15 vidas en las Ramblas−, despertaba sospecha alguna entre sus amigos y vecinos e incluso carecía de antecedentes penales. En el barrio pasaba por ser un “chaval normal” e incluso “ejemplar”, un muchacho que devolvía el dinero honestamente cuando la cajera de un supermercado le entregaba una vuelta de más por error y que siempre andaba con un balón en los pies, al igual que el resto de sus compañeros integrantes del comando, que también acostumbraban a jugar al fútbol sala con otros jóvenes del barrio e incluso hablaban un perfecto catalán con acento de Ripoll.
La inmadurez de todos ellos lleva a sospechar a los investigadores que el yihadismo ha puesto sus ojos en la población juvenil e incluso en los adolescentes, ya que son mucho más influenciables, manipulables y sumisos que los adultos a la hora de ejecutar la orden de cometer un atentado. Este dato se ve reforzado por el hecho de que el ataque perpetrado horas después en una zona céntrica de la ciudad de Turku, en el suroeste de Finlandia, y en el que fueron asesinadas dos personas y otras seis resultaron heridas, fue llevado a cabo a punta de cuchillo por otro joven yihadista marroquí de apenas 18 años.
Parece evidente que el Daesh busca savia nueva entre la juventud musulmana, ya sean chicos desorientados que vagan por calles y mezquitas o integrados que se radicalizan frente al ordenador. Moussa Oukabir era el típico ejemplo de hijo de migrados nacido en España, es decir, un inmigrante de segunda generación que teóricamente debería estar arraigado, integrado en la sociedad española y participando activamente de los valores de la cultura occidental. Sin embargo, no era así. Se había radicalizado, probablemente en un entorno de malas compañías e influido por los mensajes de odio que el Ejército Islámico va lanzando a diario en las redes sociales. Es lo que los expertos conocen como “yihadistas autóctonos” (homegrown terrorism) un fenómeno sobre el que cabría realizar estudios mucho más detallados que los que se disponen hasta la fecha para averiguar qué factores sociales y personales empujan a estos jóvenes a convertirse en auténticas máquinas de matar. En países como Reino Unido o Francia es frecuente que los terroristas provengan de segundas generaciones mientras que en España la cantera de yihadistas se nutría hasta ahora de individuos llegados de terceros países. Sin embargo, el caso de Oukabir confirma que los muchachos musulmanes nacidos ya en España, los llamados “autóctonos” con DNI nacional, empiezan a pisar fuerte en las filas del Daesh. Todavía hoy resulta escalofriante uno de los mensajes que el chico decidió propagar en las redes sociales poco antes de tomar parte en los crueles atentados: “Mataría a todos los infieles, sólo dejaría a los musulmanes que siguiesen la religión”.
Otro de los jóvenes cachorros de la célula de Ripoll era Younes Abouyaaqoub, de 22 años, el terrorista que se dio a la fuga tras conducir la furgoneta y lanzarla a cien kilómetros por hora contra los vecinos y turistas que paseaban tranquilamente por las Ramblas. Electricista, persona tranquila y afable, según los que lo conocían, tampoco estaba fichado por la Policía ni se le seguía el rastro por supuesta radicalización. Su carácter aparentemente amable y educado no le impidió desencadenar una espiral de locura y cuando los Mossos d’Esquadra consiguieron acorralarlo en un viñedo de la localidad catalana de Subirats se levantó la camiseta con frialdad, exhibió un cinturón de explosivos falso y gritó “Alá es grande” antes de ser abatido por los policías.
Está generalmente admitido por los expertos que la frustración y el consiguiente odio a ese Occidente que los excluye y margina puede ser un factor importante en la radicalización de estos muchachos
Con tanta gente joven en un mismo comando terrorista, los expertos se preguntan quién hacía las veces de líder veterano y guía espiritual capaz de infundir el valor religioso a la inexperta célula yihadista. Y es ahí donde entra Abdelbaki Es Satty, el misterioso imán de 45 años de Ripoll (Girona) a quien en el pueblo se conocía como El Curilla. A medida que avanza la investigación cobra mayor fuerza la hipótesis de que Es Satty –uno de los fallecidos en la explosión del chalé de Alcanar– fue el gran “dinamizador” del grupo. El clérigo, que tenía nueve hijos y estuvo implicado en el 11M, había salido de la prisión de Castellón en enero de 2012, donde cumplió una condena de cuatro años por tráfico de drogas. Probablemente era él quien mantenía contactos con agentes del Daesh, de ahí sus viajes a Bélgica –nido de yihadistas–, Francia y Marruecos. Era supuestamente un salafista radical que incluso daba clases particulares a menores. En los días anteriores a los atentados anunció que regresaba de forma sorpresiva a Marruecos, como queriendo poner tierra de por medio. Sin embargo, la Policía sospecha que nunca llegó a salir del país, sino que terminó refugiándose en el chalé de Alcanar, junto a sus discípulos. Todo apunta a que fue él quien cometió el error con los explosivos que provocó la deflagración en la vivienda. Sea como fuere, lo cierto es que algunos de los jóvenes yihadistas se dejaban ver por la mezquita que dirigía Es Satty, probablemente para entrevistarse con el imán y pedirle consejo espiritual antes de embarcarse en el macabro plan. Avala esta teoría la declaración de Said Oukabir, padre del chico de 17 años abatido por la Policía. “Le manipularon y le convirtieron en otra persona, en un asesino de inocentes. Era muy bueno, de verdad, el que más se preocupaba por mí de mis hijos y no tenía ningún vicio malo. El imán de la mezquita de Ripoll es el que le metió esas ideas locas en la cabeza”, aseguró al diario El Mundo. Y aquí es donde cabe plantearse cuántos “imanes Es Satty” hay sueltos por España, cuántos “programadores” de yihadistas pululan de forma incontrolada por nuestro país. El Ministerio del Interior vigila cerca de 1.000 mezquitas en todo el Estado español, y considera que al menos 150 podrían ser puntos calientes de captación de futuros terroristas suicidas. Pese a todo, el papel que jugó el misterioso clérigo de Ripoll en los atentados está aún por determinar y tampoco se puede obviar el dato de que el 75% de los yihadistas se radicalizan en solitario a través de internet.
“La captación suele ser a través de dos vías, muchas veces simultáneas, por lo que hace más difícil de realizar un seguimiento completo. Una es a través de las redes sociales y la segunda a nivel personal. Esta vía es la más usada para el adoctrinamiento de los candidatos. Por ejemplo, en algunos de los jóvenes de Barcelona sus perfiles en redes sociales era bajo en cuanto a radicalismo pero su adoctrinamiento estaba fuera de la red”, asegura Garriga. Un candidato a ser captado para la Yihad pasa por cuatro fases: identificación (se busca a la persona vulnerable y candidata); captación (se accede a esta persona); adoctrinamiento (manipulación psicológica); y radicalización violenta (paso a la acción).
Parece claro que los integrantes de la célula que atentó en Barcelona y Cambrils arrojan un perfil de yihadista algo diferente al que hasta ahora se venía manejando, aunque solo sea por las edades juveniles de casi todos ellos, por estar solteros y por haber pasado la mayor parte de sus vidas en España. Por otro lado, el nivel educativo es variado, aunque predominan aquellos que poseen escasa instrucción. Mientras el yihadista británico o francés suele contar con estudios avanzados, incluso universitarios, ya que provienen de segundas y terceras generaciones, en el caso español abunda el analfabeto integral de primera generación asociado a la inmigración de los últimos años por razones económicas. Un dato resulta revelador: desde el año en que se produjeron los atentados del 11M hasta 2012, ocho de cada diez yihadistas no superaron la enseñanza secundaria.
La cultura y la educación de los jóvenes, ya sean inmigrantes con pasaporte extranjero o de nacionalidad española, es un factor muy importante a tener en cuenta si queremos vencer al terrorismo en un futuro que desgraciadamente no se prevé cercano. Según los expertos del Instituto Elcano, “de aquí surge la urgencia de implementar en nuestro país un adecuado plan de prevención contra la radicalización asociada a esa expresión del fenómeno terrorista”. Conviene no olvidar que algunos fundamentalistas musulmanes deciden sacar a sus hijos de las escuelas españolas para enviarlos a las madrasas en sus lejanos países de origen. El único objetivo es que los pequeños reciban una educación estrictamente religiosa y teológica, donde disciplinas como la ciencia, la filosofía o la poesía no tienen cabida. En estas escuelas coránicas los chicos reciben una instrucción espartana, severa, cuasimilitar: los levantan a las cuatro de la mañana, se les somete a dura disciplina con castigos físicos incluidos, los obligan a pasar horas enteras memorizando los versículos del Corán y se les inculca el odio hacia Occidente. Por supuesto, no faltan lecciones teóricas sobre la Yihad y sobre la inmolación como forma de alcanzar el paraíso, un capítulo básico de la religión musulmana para los clérigos fundamentalistas. De esta manera, cuando los muchachos regresan a España ya piensan de manera diferente y muestran comportamientos extraños y hasta violentos. Un nuevo soldado de Alá ha sido programado. Según denuncian algunos profesores de escuelas públicas españolas, educar en valores democráticos a un chico musulmán que vive en un entorno familiar radicalizado resulta sumamente complicado. Se aíslan en su mundo, rechazan a sus compañeras de pupitre por llevar faldas o pantalones cortos y su nivel cultural e intelectual suele ser más bien bajo, en ocasiones pésimo, ya que muchos caen en el absentismo escolar o simplemente no les interesa lo que el profesor les enseña durante las clases.
En paralelo a la escolarización, resulta llamativo que en España uno de cada cuatro condenados por actividades relacionadas con el terrorismo yihadista o muertos ejecutando un acto suicida no tuviese una ocupación conocida. El paro, la mala situación económica y la falta de expectativas laborales también influyen a la hora de dar el salto a la guerra santa, aunque los analistas advierten de que en este tipo de terrorismo no todo puede reducirse a una explicación economicista, ya que los factores religiosos, educativos, familiares y psicológicos ocupan un lugar preponderante. En el caso de la célula de Ripoll, ninguno de los implicados era un marginal que vivía en un gueto oscuro y apartado, sino personas perfectamente integradas en su comunidad vecinal, y eso desconcierta a los expertos. De hecho, Mohamed Hichamy, uno de los abatidos en Cambrils, trabajaba como encargado de Conforsa, donde ganaba más de 2.000 euros al mes, sin duda un sueldo que le daba para vivir holgadamente.
Con todo, está generalmente asumido por los expertos que la frustración puede ser un factor importante en la radicalización de estos muchachos. Si no alcanzan determinados objetivos en la vida y no cuentan con herramientas suficientes para gestionar ese fracaso puede generarse un incremento de la agresividad y la violencia. Situaciones que propician esta frustración son la sensación de sometimiento a la sociedad y al poder, la pobreza y la exclusión social. “Finalmente otra característica presente en los candidatos a ser reclutados es la búsqueda de un reconocimiento público fácil y rápido. Ser protagonistas, famosos con el mínimo esfuerzo, como puede ser participar en un atentado, son características descritas en los manuales de adoctrinamiento. Otros trastornos de personalidad antisocial (diagnosticado o no) influyen también: narcicismo, violencia, escaso control de la agresividad, poca costumbre de planificación o disciplina, crisis de identidad, necesidad de pertenencia a un grupo −ya sea por protección o seguridad−, y deseo de desafiar a la autoridad”, asegura Garriga. Queda por estudiar la interpretación freudiana: frustraciones personales derivadas de una religión que en ocasiones reprime y castiga determinadas conductas sexuales.
Una vez que estas personas son adoctrinadas suelen entrar en “distorsiones cognitivas” muy parecidas a las que sufren los integrantes de las sectas: pensamiento polarizado (o todo o nada); sobregeneralización (llegar a conclusiones precipitadas y erróneas basándose sólo en una pequeña percepción de la realidad); culpabilización del otro (en este caso culpable es Occidente de todo lo que pasa); y abstracción selectiva (lo negativo es más relevante que lo positivo). Los expertos coinciden en que es preciso invertir más recursos en prevención para evitar que los jóvenes encuentren atractivo el discurso de los terroristas. Urge pues construir una “contranarrativa” eficaz frente al discurso yihadista y unos mecanismos y protocolos oficiales para alertar a las autoridades cuando se sospecha de un nuevo caso de radicalismo.