En estos días de felicidad impostada, menos para algunos directores de periódico ya que Pedro Sánchez podría ser presidente antes de terminar las festividades, los trabajadores y trabajadoras de centros comerciales, grandes superficies y demás almacenes de venta sufren acoso laboral por parte de sus patronos. No sólo les explotan mediante la extracción de plusvalías, con horarios infames y con horas extras no abonadas, sino que les martirizan constantemente durante su jornada laboral con cierta musiquilla taladradora: los villancicos.
Imaginen a esa dependienta de tienda de ropa que no sólo tiene que lidiar con personas excitadas en busca de una talla imposible; no sólo tiene que recolocar de vez en cuando las prendas de ropa que las personas, que cada vez carecen de menos educación o pensamiento en que dejar tiradas las mercancías supone que alguien tendrá que recogerlas y colocarlas para que otra persona vuelva a realizar la misma acción (mientras hacen esto piensan que es su trabajo, con esa mentalidad de clase media o nuevo rico que ha perdido las formas educativas si es que alguna vez las tuvieron), dejan por cualquier lado; no sólo tiene que estar pendientes de que no roben el género (ya que su jefe ha decidido que igual si roban mucho es porque las trabajadoras son compinches y cuentan fórmulas de quitar los chivatos que hacen sonar la alarma); no sólo tienen que estar de pie ocho horas (con el calzado menos adecuado) y volver a casa en un transporte público atestado de gente y sin poder sentarse, para que además tengan que escuchar las cancioncillas de la época navideña una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez…
Los villancicos no son grandes canciones, ni tienen letras hermosas que eleven los espíritus, más bien al contrario. Salvo muy raras excepciones son canciones reiterativas o que te animan a cortarte las venas por la tristeza que transmiten (ejemplo: Noche de Paz o Silent Night). A todo esto suelen hacerse grabaciones con niños y niñas de voz chillona que evocan al niño o niña repelente de nuestra infancia, que no sólo se dedicaba a hacer la pelota al profesor o profesora, sino que te apuntaba en la pizarra ejerciendo un totalitarismo de la tiza que con el tiempo hace comprender por qué los burócratas de la Alemania nazi consintieron el exterminio. Niños y niñas con voz de pito (que cuando pasa por el sistema de autoafinación provoca un mayor tono agudo) cantando una y otra vez como si les fuese en ello la vida. Y como tampoco es que sean recopilaciones muy extensas de villancicos, el suplicio se repite cada hora aproximadamente.
Hay que ser muy cruel para hacer escuchar a las trabajadoras y trabajadores cancioncillas como “El burrito sabanero”, “La marimorena” o “A Belén pastores” durante ocho horas seguidas. Aunque la mayor crueldad es aguantar esas dos tonadas navideñas que son como la gota malaya para el cerebro de la clase trabajadora que está en esos centros de consumo masivo. “Hacia Belén va una burra, rin, rin” con sus puñeteros cascabeles tintineando continuamente que se clavan en la cabeza y no se van de ahí. Y el “Fun, Fun, Fun” que en cuanto se escucha eso de “veinticinco de diciembre” comienzan los sudores fríos y el temor a una canción que es como el taladro que se utiliza para levantar aceras y asfalto. Pero si hay un villancico cruel que se ha puesto de moda en los últimos tiempos es “Feliz navidad” cantado por José Feliciano y un niño chillón. Esa canción una y otra vez debería ser considerada como un crimen contra l humanidad. ¿En qué momento se desvió el magnífico músico portorriqueño?
¿Por qué no mezclan y quitan a los niños chillones y ponen algunas canciones un poco más rockeras, por ejemplo? Ahí tienen de ejemplo a Lynyrd Skynyrd con un villancico actualizado y con sonido rock. Bruce Springsteen adaptando a su estilo junto a la E Street Band “Santa Claus is coming to town”. En España, por desgracia, no hay adaptaciones que no impulsen al suicidio como “El tamborilero” de Raphael. Quizás algunos villancicos flamencos pero no a todo el mundo le gusta el estilo. Y “el villancico del rey de Extremadura” de Extremoduro seguro que los centros comerciales y grandes superficies no lo emitirían. Como les da igual el sufrimiento de los trabajadores y trabajadoras, raro que algún reponedor no acabe cogiendo algún toro de almacenamiento y cometa algún crimen, tiran de lo barato, de lo que no hay que pagar derechos de autor aunque sea un suplicio y un acoso laboral flagrante en el que debería la fiscalía entrar de oficio. Eso sí, todo con sonrisas y por la venta que al fin y al cabo es lo que importa. La salud mental de la clase trabajadora no es problema y si se enferman, el sistema de dominación español permite que se les eche a la calle. Poco pasa en los centros comerciales para lo que aguantan esas mujeres y hombres especialmente en estas fechas.