Miklos Beer, el Obispo de Vac, da de comer a sus ovejas y a su burro, en una imagen que parece sacada de un portal de Belén. Pero las habitaciones de su residencia están llenas de refugiados que el obispo ha acogido personalmente.
Beer es un obispo católico de 74 años. Le quedan 6 meses para jubilarse, pero ha decidido luchar en favor de los refugiados en un país manchado por la xenofobia y cuyo gobierno se enorgullece de autodenominarse “intolerante”. Es uno de los religiosos húngaros que han empezado a cuestionar al Gobierno y a pedir compasión para los solicitantes de asilo, después de que Hungría aprobase una ley para detener a todos los potenciales refugiados, incluidos niños, en contra del derecho internacional.
Hay que tener en cuenta que el catolicismo es la religión mayoritaria en Hungría con un 37% de ciudadanos. El 14% se declaran protestantes, calvinistas o luteranos, y menos de la mitad se declaran no religiosos. Cuando cientos de refugiados empezaron a cruzar a Hungría en 2015, los luteranos fueron los primeros en acudir a ayudarles.
Tamas Fabini, pastor luterano, cuenta lo que ocurrió en las comunidades protestantes cuando los que huían de la violencia de sus países llegaron a territorio húngaro: «Cuando los refugiados empezaron a llegar a las estaciones, mucha de la gente de nuestra iglesia se ofreció voluntaria. Preguntaban ¿qué tipo de agua debemos dar a los refugiados?, ¿con o sin gas?, ¿qué tipo de comida comen los musulmanes?».
Los católicos fueron más cautelosos. Beer admite que mientras se construía el muro en la frontera con Serbia, quiso dar al Gobierno el beneficio de la duda para asegurar una migración ordenada. Cuando vio carteles y propaganda contra los refugiados, entró en shock. En 2016, el Gobierno urgió a votar “no” a admitir la cuota de refugiados correspondiente a Hungría en la Unión Europea, aunque el voto quedó invalidado por baja participación.
Beer y Fabiny, el obispo católico y el luterano, decidieron hacer un vídeo para dar la bienvenida a los refugiados en Hungría, pero los mensajes de odio y comentarios despectivos no tardaron en llegar.
En septiembre, un incidente especialmente angustioso en Ocseny les llevó a volver a alzar su voz: los habitantes del pueblo atacaron al dueño de un hospicio que ofreció alojamiento a un grupo de refugiados. «Así es la sociedad húngara ahora. No nos preocupamos de los otros. Sólo se rechaza automáticamente al extranjero», dice el obispo Beer.
Mientras la zona rural húngara está despoblada y muchas casas abandonadas, Beer no entiende cómo pueden dejar que se derrumben los edificios en lugar de dejar que los refugiados vivan ahí.
Los líderes religiosos saben que es arriesgado retar al Gobierno respecto a los refugiados, ya que las iglesias dependen del Estado para financiarse. «Algunos pastores están preocupados de que nos castiguen económicamente. Soy responsable de mi iglesia. Tengo que escucharlos y ser justo con el Gobierno también. Es una línea muy fina», dice Fabiny.
El obispo Beer decidió que lo mejor que podía hacer por los refugiados era acoger a algunos en su propia casa durante los meses más fríos del año. Su familia burguesa se exilió en el campo durante el comunismo y aún tiene extensas tierras con animales de granja, ovejas y un burro.
Dentro, su cálido y mágico hogar ya ha acogido a dos africanos, un afgano, un sirio y un iraquí..
Pero cuando el Gobierno húngaro lanzó la ley por la que los solicitantes de asilo deben ser detenidos hasta que se resuelvan sus solicitudes, no había nada que el obispo pudiera hacer para evitar que se llevaran a sus huéspedes. «Los dos africanos fueron a la oficina de policía y no han vuelto. Ahora están detenidos», dice triste.