No confundan con mitómano. No es lo mismo. El mitomaníaco es peligroso, más si como sucede con Pablo Casado quiere presidir un país. La mitomanía es una desviación psicológica que altera la capacidad cognoscitiva y discursiva de la persona. Una definición sencilla sería decir que la mitomanía es una “tendencia o inclinación patológica a fabular o transformar la realidad al explicar o narrar un hecho”. Pero es quedarse corto en términos psicológicos. Algo hay de verdad en ello pero lo que afecta a la cabeza del dirigente popular no es sólo el fabular al narrar, sino un proceso de mentira patológica. De invención de la realidad que le circunda completamente. Una completa perturbación de la personalidad pero no por sufrir un desdoblamiento o una esquizofrenia, donde querría algún tipo de afecto, sino porque la mentira es su forma de existencia en sí.
Esto ocurre con Casado quien es capaz de inventarse que está visitando Harvard (que manía con la universidad tiene este chico) cuando en la imagen, en la que está con su esposa, aparece detrás la catedral de Santiago de Compostela. Miente incluso en los momentos en que se encuentra acompañado por sus seres queridos. No es la mentira del cuñado, que cuando es descubierta, afirma que él jamás dijo eso o se marcha enfurruñado, es construir un mundo en su mente producto de su imaginación falseando la propia realidad. Una enfermedad que tiene difícil cura, incluso con terapia.
El sábado en cierto programa de televisión, más conocido por ser el ejemplo perfecto del periodismo pantunflo, entrevistaron a Casado y no dejó de mentir pregunta tras pregunta inventando un pasado inexistente, un presente irreal y un futuro distópico. De sus palabras pareciera que quien ha gobernado estos últimos años, no los últimos meses, haya sido Pedro Sánchez y que suya haya sido la culpa de hasta las cloacas del Estado. Le culpó de destruir España, de destruir la economía, de destruir todo y de traer las diez plagas de Egipto demostrando no sólo que no sabe de economía, derecho o política, sino que es un enfermo peligroso para el futuro del país. Lo de los ciclos largos, o las ondas largas, de la economía parece que no lo estudió o no acudió a clase ese día. Pero él erre que erre regodeándose en la mentira. Como negar que haya habido corrupción institucionalizada en el PP. Y ¡cómo no!, apareció ETA y el terrorismo.
En su patología recoge todos los datos que encuentra, para hacer la mentira más verosímil que de eso trata la mitomanía, y los va soltando descontextualizados y fuera de lugar. Decir que el PSOE dejó el abandono en un 30% (cifra de 2006) sin ver que muchas de aquellas personas se lanzaban a levantar muros de ladrillo por l burbuja creada por el PP, partido que tampoco ha hecho nada por mejorar pues nos sitúa como segundos en mayo abandono, es inventarse la realidad. O como ir a Andalucía y decir que había 300.000 personas dependientes en espera, todos imputables al PP que negó durante dos legislaturas el dinero necesario. Miente para conformar su realidad personal que le hace estar separado realmente del mundo en el que habita. Una escisión entre mente y realidad que no puede ocultar con su sonrisa forzada. Porque si se dan cuenta siempre sonríe de manera forzada, enseñando dientes, y con los músculos tensionados.
Al quedar desvinculado del mundo, como se ha visto en sus títulos falseados de Harvaravaca, Casado se siente impelido a prometer lo que haga falta. Aquí hay que sumar su falta de conocimientos y de lo mínimo para ser presidente. Toma prestado de aquí y allá conceptos inconexos pero que pueden aparentar cierta consistencia y, como no le importa no saber qué es lo que realmente significan, se lanza a un torrente verbal que no dice nada salvo dos o tres mensajes donde concentra sus mentiras. No es el arte de la mentira como mecanismo político de elusión de la falta de discurso, o de aparentar dentro de la política espectáculo, o las máscaras del poder, no es mentira que esconde el verdadero rostro del poder, no, es la mentira patológica hecha persona. Algo que su amiga Isabel Díaz Ayuso parece también imitar.
Advertimos que Casado no podía gobernar por inculto y tuercebotas, pero hay que añadir, como en un segundo capítulo, que no debería ni llegar a la puerta del Congreso de los Diputados quien está afectado de esa peligros mitomanía. Otros políticos mienten, pero saben que lo están haciendo y lo hacen de vez en cuando, en el caso de Casado es siempre y a todas horas, incluso en su vida particular como hemos referenciado antes. No solo odia la democracia liberal, sino que esa mitomanía le acerca a ciertos perfiles de personalidad autoritaria que estudiasen en la Escuela de Frankfurt. Ese pensarse como Don Pelayo es sin duda patológico, como lo es en el caso del neofascista que le está robando los votos, pero la mentira continuada es peligrosa y necesitada de terapia. Hasta en tres ocasiones hemos escrito sobre sus mentiras en menos de un mes y no por cuestiones reiterativas, sino una nueva cada vez: cuando aparentaba ser terraplanista por el negacionismo que hace en cuestiones relativas a la mujer; como cuando propuso, sin querer y producto de no controlar las mentiras, un referéndum para solventar el tema catalán; o cuando habla del pasado, el cual no encaja ni con las posturas históricas de la derecha.
El cuñadismo de Albert Rivera es otra cosa, es fardar, querer siempre tener razón, pero no es una patología como vivir completamente todo el día en la mentira como le sucede a Casado. Quien cambia de chaqueta puede, incluso, tener cierto resquemor ético, aunque nuestros políticos en general demuestran que no les afecta demasiado, pero se ponen rojos cuando se les reprende por ello y balbucean cuando intentan justificarse. Con Casado no hay esa sensación pues su enfermedad le impide tener ética alguna y si la tiene es tan falsa como lo que afirma. Al racionalizar, si se puede llamar así al proceso de su mitomanía, la mentira se ve libre de toda ética, se convierte en un ser amoral que actúa en consonancia con ese mundo que se ha creado en su cabeza. No posibilidad de deliberación porque cualquier situación o acción que no encaje con esa gran mentira que está en su cabeza es rechazada de malos modos. Sólo hay que ver la forma en la que habla de Sánchez o Pablo Iglesias. No es un desafecto ideológico, como le sucede a Rivera o a los neofascistas, es una repulsión por no encajar dentro de su cabeza con lo que él conforma como realidad y verdad. Un peligro real para la ciudadanía española.