Sinceramente estuve más pendiente del derbi, uno de tantos, entre el Arsenal y el Crystal Palace que del encuentro de todos los encuentros que tanto gusta a Javier Tebas. Luego el Everton-Tottenham tuvo lo suyo. Y no me puse con la segunda división española porque no había partidos para no impedir que El clásico pierda foco mediático —como si no se supiera de qué equipos verdaderos son los aficionados de la mayoría de equipos de segunda—. Un invento del presidente de La Liga más para hacerla más pequeña. Por si no se dieron cuenta hasta tuvieron un balón especial que comprarán personas que utilizan zapatillas con velcro o viven en cabañas porque al resto, ni fu, ni fa.
Por curiosidad y por tener algo que escribir para hoy, me puse el partido en diferido. Lo que posibilita pasarlo rápido cuando es un juego insulso y detenerlo para ver, sin manipulaciones, alguna que otra jugada polémica o no. La verdad es que hubo tramos del partido en que la función de adelante y deprisa fue utilizada con insistencia. Futbolísticamente el partido fue un truño enorme. Comparado con lo que se ve fuera de España e, incluso, en algunos partidos «menores» españoles, el fútbol no fue el más exquisito. No se sabe si por la excitación de los jugadores, las bajas o simplemente que no tienen más que ofrecer. Intuyo que lo último, pero… ya saldrán los gonzalitos, manolitos, jusepitos y demás a decir que fue una oda al fútbol. ¡Perdón! Ni, fu, ni fa.
César Soto Grado era uno de los reclamos del partido. El hombre, vilipendiado por toda la caterva madridista, aumenta su récord de 15 partidos sin perder del Mal con él arbitrando. No llega a los extremos de Guruceta, Urío Velázquez y demás patulea con silbato, pero no es mala la hoja de presentación. Un récord que es el contrario con el otro equipo de la capital de España —¿curioso, no?— y en su haber existen agresiones claras al contendiente. Y la verdad es que las barrabasadas habituales que regala por los campos de España salieron a la luz e hizo de las suyas. En realidad fue lo mejor del partido porque, siendo malo con ganas, uno estaba a la espera de la siguiente ocurrencia.
Al final hubo bronca. Bronquita más bien, entre banquillos. Una rabieta más del balón de playa —cualquier entrenador normal le dejaría sin jugar seis semanas y un tal Luis le agarraría del pecho— que, intuyo, no ha gustado mucho en el lado velcro, que se extendió cuando salió del vestuario, donde estaba autorecluido, para liarla al final y tener foco mediático. 2-1 ganó un equipo al otro. Lo que pasó en el terreno de juego, en términos futbolísticos, es como el césped pintado de ese estadio, que ya no tiene Santiago en el nombre, una ficción. El Maligno no tenía buena cara, aunque como siempre estuvo rodeado de aquellos súbditos que le procuran rendimientos materiales. Como diría Carl Schmitt, es el verdadero soberano. Para el resto de aficionados al fútbol lo que se perpetró ayer en Madrid, ni fu, ni fa.
















