La ciudadanía, que no la sociedad civil (que es otro concepto distinto), ha reaccionado con una entrega, caridad y consideración tras los graves sucesos de la DANA que deja en muy mal lugar a la clase política. Muchísimas personas hablan de Estado fallido, algo que no es cierto porque el Estado español posee todos los instrumentos para que esa solidaridad no hubiese hecho falta. Nadie podía evitar la catástrofe natural sucedida pero sí que había mecanismos suficientes para intentar minimizar sus efectos devastadores. Y ahí es donde aparecen los principales culpables.
La AEMET avisó de forma correcta y en tiempo de lo que podía suceder, de esa gran masa de agua que se avecinaba. El Estado, y una Comunidad Autónoma como u Ayuntamiento son Estado, tenía los mecanismos burocráticos para intentar paliar las cosas. Si desde la Comunitat hubiesen dado la alerta a tiempo, hubiesen pedido el cese de actividades laborales, la necesidad de permanecer en las casas y todo aquello que los protocolos establecen no se hubiese evitado el destrozo material, pero igual sí bastantes muertes. La Comunitat y los distintos ayuntamientos tendrían que haber avisado e instado a la ciudadanía a extremar los peligros, luego cada cual dentro de su libertad podría haber seguido las indicaciones o no. Hasta ese punto de control no puede llegar el Estado.
Cerrar todo es una decisión complicada, se entiende, pero más vale pecar de exceso de prudencia a que te pongan la cara colorada por no hacer lo que había que hacer a tiempo. Si luego la DANA hubiese sido menor (aunque a las 14:30 horas caía agua en el interior como si fuese el diluvio universal) mala suerte, pero se habrían tomado las decisiones que eran necesarias en una emergencia de ese nivel. Nada de eso de hizo porque los políticos no se atreven a tomar decisiones de este tipo por el que dirán o “no vaya a ser que pierda seis votos”. Toda la gestión de la catástrofe en el ojo de la tormenta debían ser tomadas por la Comunitat y los ayuntamientos con los mecanismos suficientes que tienen. Ahora bien, ¿qué hacer después de haber cometido innumerables fallos?
Aquí es donde entran otras partes del Estado que, obvio es decirlo, tienen también sus mecanismos para actuar perfectamente. Al día siguiente se deberían haber valorado y tomado las decisiones que eran (son, siguen siendo) necesarias. No puede ser que se estén pasando la pelota hunos a hotros y mientras las personas estén en una situación de abandono total. Uno que si no le piden y el otro que si no le envían y mientras la gente pasándolas canutas. El Gobierno central podría haber enviado a los zapadores, helicópteros y unidades del ejército necesarias para numerosas labores, además de haber reforzado los distintos cuerpos policiales. Tiene los instrumentos en la mano para hacerlo pero hay que tomar esa decisión en el momento adecuado y sin pensar en las consecuencias. ¿Quién impide establecer el decreto de alerta? El miedo a perder seis votos e intentar ganar cinco.
Que Alberto Núñez Feijoo apareciese por la zona damnificada a quejarse de que nadie le había informado (como ya se ha analizado aquí) es de miserables, pero que el Gobierno no tome el mando y asuma el riesgo es patético. Como patéticas son las fotos del presidente Pedro Sánchez haciendo ver que está en el tema, mientras las decisiones no se toman a la espera de no se sabe bien qué. No cabe más que sospechar que todo se trata de acción partidista, electoralista e, incluso, malvada. No puede ser más que el mal lo que empuja a toda la clase política para no actuar. Es verdad que la acción en el terreno no sería inmediata, ya, pero no puede ser que no hubiesen abierto vías cuanto antes para los servicios mínimos vitales. Que haya ciudadanos que se hayan metido allí, en el ojo del huracán de la devastación, deja en mal lugar a la clase política porque tienen los recursos y mecanismos suficientes.
Lo que ha demostrado la DANA es una concatenación de incompetencias por parte de la clase política por no querer tomar decisiones. Para subir o bajar impuestos son los primeros. Para comer con empresarios, pegarse viajes o contratar a incompetentes también. Pero cuando hay que decidir sobre la vida y la muerte de personas les entra el carácter timorato, el cálculo electoral o la maldad —insisto en que la maldad no debe ser excluida de todo esto—. No hay mejor ejemplo que la consejera de Industria y Turismo Nuria Montes poniéndose chula con la ciudadanía y advirtiéndoles con impedir de todas las maneras que se acerquen a la morgue a por sus muertos. Es que se ponen chulos, además de su incompetencia. En realidad lo que no quieren son escenas de duelo que les puedan quitar seis votos. Son malvados…
Luego están los opinólogos, los columnistas a sueldo de ideologías o partidos, todos esos que no hacen más que sostener a los hunos y los hotros y que ante una catástrofe no necesitan tomar partido (¿se puede tomar partido en algo así?). Tomen cualquier periódico y verán que los hunos están diciendo que el PSOE es el culpable y los hotros que es el PP. Son la misma porquería. Pero los peores son aquellos que asumen la apariencia de ser neutrales o no estar ideologizados (suelen malmeter contra las ideologías paradójicamente) y que están extendiendo que España tiene un Estado fallido. ¿Saben qué es un Estado fallido? Ni puta idea (perdón por la expresión) de ello pero da igual porque hay un interés ideológico detrás de ello.
Un interés en modificar la estructura, los aparatos y el alcance del Estado. Unos para centralizar todo, otros para desmantelar todo, aquellos para que sea lo mínimo para que no haya nada más que el mercado. Los conocen muy bien por sus artículos, sus comentarios en redes sociales y por su común ignorancia. Una vez una de estas opinólogas se enfadó porque le dije que debía estudiar un poco más antes de verter ciertas opiniones relativas a algo que no era su materia de supuesto conocimiento. Son así de chulos e ignorantes. No se sabe si por querer meterse en política, donde no desentonarían, o porque mintiendo, lanzando falacias o acogiéndose a la doxosofía sacan rédito personal (económico, siempre hay que seguir el dinero).
Los medios de comunicación, como aparatos del y en el Estado, no son neutrales. Algunos dan asco por amarillismo, pero el resto no se escapa de la calificación de miserables. Sin importar la verdad, la realidad de lo que cualquiera puede ver, buscan culpable o evitar la culpabilidad de aquel que les nutre de dinero desviando la atención. Son como los miserables de Manos Limpias que han denunciado a la jefa de la AEMET, pero con cierta aura de imparcialidad e instrumento de la democracia. Lo serían si actuasen como periodistas y no como mamporreros o simplemente ejecutores de las órdenes de hunos y hotros.
Ante una desgracia como la sucedida, la ciudadanía ha demostrado que no hay bandos, no hay colores, hay unidad y fraternidad entre los españoles. Millones de personas entregadas al envío de los insumos necesarios; miles ayudando sobre el terreno. Y, mientras, la clase política, los opinólogos y los columnistas dando asco. La fracción más política de la clase dominante es de una gran repugnancia en España. Parecería que disfrutan chapoteando sobre los cadáveres de sus congéneres. A la estupidez humana hay que sumar la maldad partidista.