No lo reflejan las encuestas. No sale en los telediarios. No le dedican ni un minuto en las tertulias, televisivas o radiofónicas. Pero entre el Común existe cierta sensación, cierto comportamiento respecto a la cosa política. No es desinterés. No es liquidez como suelen decir los apologistas de Zigmunt Bauman. No es desconocimiento. No es carencia intelectual. No es falta de valores, ideología o compromiso por el bien común. No, no es nada de eso. La mayoría de los españoles están bien informados, medianamente informados de lo importante por si no desean ser tan optimistas. Tienen valores “fuertes”. Es otro tipo de sensación.

Da igual si se es de izquierdas o derechas, esa sensación está presente en todas las personas. En la mayoría de las personas que no son las focas aplaudidoras que abundan en redes sociales en favor de unos y otros por dinero, militancia o en la búsqueda de sexo. El Común, es decir, la amplia mayoría de los españoles no son dogmáticos, como dice Jean Birnbaum en un reciente ensayo (El coraje del matiz. Ediciones Encuentro), gustan del matiz hacia lo que creen y hacia lo que expresan los demás. Esa polarización que están generando desde la clase política, por puro interés personal (ergo pecuniario), no se ve reflejada en las personas. Es más, desde la izquierda se critica que el supuesto gobierno de izquierdas —aunque suelen autocatalogarse de progresistas por algo— no haga cosas de izquierdas (básicamente mantener la estructura del Estado de bienestar); desde la derecha también critican que los partidos de ese lado sean melindrosos o exagerados en el libertarismo.

Si lo piensan bien, la mayoría de españoles, con sus matices, se encuadran entre una socialdemocracia no woke y una democracia cristiana no libertaria. Por supuesto que hay comunistas o liberales, pero en general se es más conservador que otra cosa. Reformista o gradualista antes que revolucionario, tanto por un lado como por otro. Y bastante racional, como sucede, por ejemplo, con lo que sucede en Israel-Gaza. Ni sionista, ni islamista porque, como ya se contó, hay demasiados matices en ese conflicto. Sin embargo, desde la clase política impelen a decidirse por uno u otro lado. Lo cual es estúpido e irracional.

Es curioso como buena parte de la población de izquierdas disfruta y/o se ve más reflejado con/en las columnas Juan Manuel de Prada (un tradicionalista clásico) que con las de Antonio Maestre (un doxósofo). Igual que muchas personas de derechas aprecian columnas o entrevistas de personas socialdemócratas antes que con las columnas de algunos “liberales”. Se puede apreciar y estar de acuerdo con Enrique García Máiquez (que es de Vox) en muchas cuestiones comunes, o que afectan al bien común, y en desacuerdo con políticas del gobierno progresista, especialmente las globalistas, siendo de izquierdas. Digamos que en España abundan los conservadores azules y rojos, los cuales comprueban que tienen más en común entre ellos que con los supuestos adalides de la izquierda o la derecha.

Esto cada vez está más extendido entre la ciudadanía, cubriendo a una amplia mayoría. Con más o menos matices, la mayoría de españoles ni está por la polarización; ni por las mamandurrias que se reparten a los medios de comunicación; ni por estatalizar todo o desestatalizar una gran parte —en muchas ocasiones de forma encubierta vía apoyo al sistema público, como sucede con colegios concertados que siguen abiertos mientras se cierran los públicos, o entregar a una sociedad sanitaria un hospital para su gestión muy por encima del precio de mercado, algo que hacen hunos y hotros—; ni por que le estén diciendo qué puede o no hacer dentro de lo lógico. Hay exceso de legislación coercitiva e impositiva no se sabe bien para qué. Bueno, para financiar el gran montaje del sistema de partidos sí se sabe.

Toda esta masa no deja de informarse, cuestión bien distinta es que vomite cuando abre casi cualquier periódico o escuchar cada canal de radio. Sigue estando informada pero siente que se ve incapaz de cambiar el sistema de los pocos. Van cambiando de partido para ver si hay suerte y “este sí hace algo distinto”. Pero no. Al final del camino, primero, están a sus cosas de políticos y, segundo, acaban haciendo lo mismo. Todo es impostura, como esos peperos y voxeros que acuden prestos a cualquier procesión pero rechazan la doctrina, toda ella, de la Iglesia católica. O esos izquierdistas que hablan de la clase trabajadora y la última vez que vieron a y hablaron con un trabajador fue en 2001 y porque fue a casa a cambiar una cañería rota. Como clase diferenciada que son , tienen más cosas en común los de Vox con Sumar que con el pueblo al que dicen representar.

Esta sensación está presente en personas formadas, informadas y racionales. En la gran mayoría. Y se acaba pensando que con mantener todo lo bueno que se ha levantado, con no gastar en cosas que no hacen falta, con una mayor rotación de las élites y una verdadera preocupación por el bien común, un bien que no se piensa de arriba hacia abajo, sino al contrario, tampoco se necesitaría más. Al final, solo hay matices, importantes algunos, entre unas posiciones y otras, y eso no puede derivar en ver al contrario como un enemigo, tal y como hacen Pedro Sánchez o Isabel Díaz Ayuso —los dos demagogos y más aprovechados de la polarización—, sino como una alteridad con la que compartir espacio en esta vida. Con diferencias, sí, pero con muchas más cosas en común de las que nos quieren hacer ver desde la clase política. ¿No tienen esta sensación ustedes?

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