Andan los líderes de Ciudadanos de plató en plató, por las televisiones y emisoras de radio del país, tratando de explicar a su electorado su indefendible pacto con los ultras de Vox. Ellos intentan convencer a la opinión pública de que la Andalucía de los próximos años, una vez superada la “dictadura susanista”, va a estar gobernada por gente de centro, razonable, moderada, y no por unos nazis enloquecidos con bigote retrofranquista y brazo en alto todo el rato. La propia Inés Arrimadas acaba de negar en la Cadena Ser que estemos a las puertas de un “trifachito” −como ya empiezan a llamar algunos al nuevo Ejecutivo andaluz−, e insiste en que el pacto es algo entre PP y Ciudadanos con “apoyos puntuales” de Vox.
Sin embargo, ese cuento infantil que tan dulcemente va vendiendo Arrimadas, y que es más bien un relato de terror (la histórica irrupción de la extrema derecha en la vida política española), no se lo traga nadie. La auténtica verdad, la pura y cruda realidad, es que en su intento obsesivo por desalojar al PSOE de San Telmo a toda costa Ciudadanos ha firmado una triple alianza con un Partido Popular cada vez más bunkerizado y con un partido nostálgico de otros tiempos como Vox que amenaza con enterrar todo lo bueno de nuestra joven democracia.
Albert Rivera ha planteado ese pacto como parte de su estrategia de acoso y derribo contra Pedro Sánchez, al que ya le ha colgado el sambenito de “traidor a España” por haber mantenido trato político con los independentistas. Además, en un nuevo intento por desgastar al PSOE, ha animado a desertar a todo aquel votante socialista desencantado que quiera transfugarse y pasarse a su partido.
Lo malo es que el plan de Rivera, su pacto diabólico con Abascal (a quien por cierto esa barba afilada le confiere un aspecto cada vez más mefistofélico) puede volverse en su contra como un bumerán, ya que además de asustar al personal en lugar de seducirlo nace afectado por una doble contradicción. Por un lado, los líderes de Ciudadanos acusan a Sánchez de pactar con los anticonstitucionalistas catalanes pero, ¿acaso no es Vox un partido tanto o más anticonstitucional y antisistema que los CDR de Torra? Santiago Abascal, en su delirio ultraderechista, pretende liquidar el Estado de las autonomías, las conquistas sociales y la ley de igualdad entre hombres y mujeres, tres pilares fundamentales sin los que la Constitución Española sería otra cosa bien distinta. A fin de cuentas, no nos engañemos, lo que busca el caudillo verde es cargarse la Carta Magna. ¿Estaría dispuesto Rivera a participar como cómplice directo en ese constitucionalicidio?
Pero es que además, en segundo lugar, al pactar con Vox en Andalucía, Ciudadanos abandona definitivamente la anunciada senda hacia el centro liberal, ese territorio mítico que dice querer conquistar Rivera planteándole una opa hostil al PP y también al PSOE. El polémico acuerdo con Vox confirma lo que todo el mundo sospechaba de la formación naranja: que en realidad no es un partido tan moderado y tan centrista como dice ser, sino un artificio muy bien diseñado por la propia derecha, una criatura de laboratorio salida de la cantera tradicionalista española aunque, eso sí, muy bien maquillada y peinada para no asustar y parecer más demócrata que nadie. Los jóvenes y guapos pibonazos que trabajan para Ciudadanos esconden bajo sus modelitos carísimos de pasarela al españolazo/a de toda la vida –ellos gentes de orden, trabajadores y aseados; ellas mujeres decentes y en su sitio–, de ahí que a Rivera no le haya resultado tan difícil darle la mano a Abascal y decirle aquello de “a tu lado me siento seguro, a tu lado no dudo”. En el fondo hablan el mismo idioma de las derechas patrias: la indisoluble unidad de España, el 155 duro, la alergia al rojo masón y en ese plan. De manera que por ahí uno y otro se entiendan a las mil maravillas.
Rivera ha apostado fuerte al no hacerle ascos a Vox, pero debe saber que ese pacto natural entraña no pocos riesgos. Puede haber votantes de Ciudadanos que se sientan estafados y engañados, ya que en su ingenuidad política habían llegado a pensar que el mundo naranja, estimulante y feliz de Rivera era otra cosa, un partido diferente, con nuevas ideas, moderno, alternativo. En realidad, tal como se estaba viendo, era más de lo mismo, la caspa de siempre, la “derechita cobarde” de la que reniega Abascal en los concurridos mítines nacionalsindicalistas que va soltando por las cervecerías vascas, cuna del nuevo fascismo español.
Cabe suponer que tras el error de cálculo que ha supuesto el pacto con Vox se abrirá un intenso debate interno en Ciudadanos (quizá una fractura) entre aquellos que están encantados con el regreso a la casa común falangista y los que se habían creído ciegamente que la ‘operación Rivera’ era un intento serio por europeizar a la siempre trasnochada y atávica derecha española.