La alegría de M. Rajoy por haber aprobado los Presupuestos Generales del Estado le ha durado muy poco. Concretamente menos de 24 horas. Es muy humano pasar de la euforia al fracaso y eso le ha ocurrido al Partido Popular. La sentencia del Caso Gürtel ha sido demoledora en todos los aspectos. Han condenado a los cabecillas y a los dirigentes del PP imputados a elevadas penas de cárcel. La sentencia deja probada la existencia de una Caja B en el Partido Popular desde los años 90, es decir, desde los tiempos de José María Aznar. Pero, el mayor golpe ha sido la condena a la propia formación conservadora por haberse beneficiado de esa Caja B. Por otro lado, aunque los jueces no entran en profundidad, también hacen mención a que esa contabilidad paralela servía para pagar sobresueldos a los dirigentes, aunque en la sentencia no se explicita ningún nombre concreto.
La reacción política y social ante esta sentencia ha sido demoledora. En cualquier país del mundo democrático una decisión judicial de este calibre hubiera provocado la dimisión del Gobierno y la convocatoria inmediata de elecciones generales porque la salud de un Estado depende en gran medida de la coherencia democrática de sus dirigentes. Sin embargo, estamos en España con nadie por encima del propio Gobierno que fuera capaz de levantar el teléfono y anteponer los intereses del pueblo a los intereses particulares de cada uno. En nuestro país eso no ocurre porque el Jefe del Estado no tiene la capacidad de dirigirse a su Primer Ministro para sugerir o indicar el camino a seguir en una crisis política como la que se ha abierto hoy.
Por responsabilidad con el pueblo, M. Rajoy tiene dos obligaciones: en primer lugar, impedir que España caiga en manos del discurso vacío, «fraudulento» y extremista de Ciudadanos; en segundo lugar, abandonar el Gobierno. Parecen dos cosas absolutamente incompatibles pero, sin embargo, el señor M. Rajoy puede hacer un último servicio a España y a su pueblo permitiendo, de producirse, el voto de censura y apoyándolo. Es un modo de dimitir con la dignidad que da quien es responsable con su vocación de servicio al pueblo español porque la convocatoria inmediata de unos comicios daría una victoria a Albert Rivera que, en la situación actual del país, sería una verdadera tragedia. Si la condena al PP por beneficiarse de la corrupción es totalmente incompatible con la permanencia en el poder, esto no puede ir acompañado de entregar España a quien es inválido para ejercitar funciones de Gobierno.
Como M. Rajoy no va a dimitir ni va a convocar elecciones, sobre todo después de que se le aprobaran los PGE el pasado miércoles, las miradas se han dirigido al único político que podría hacerlo o, al menos, intentarlo a través de una moción de censura: Pedro Sánchez.
Al secretario general del Partido Socialista la sentencia de la Gürtel y sus consecuencias políticas le plantean una oportunidad única que ninguno de sus predecesores ha tenido jamás, sobre todo por la situación de «anonimato» mediático en la que vive por su decisión de renunciar a su escaño de diputado.
La presentación de una moción de censura no implica un único planteamiento basado en si se dispone o no de los apoyos suficientes para ganar. La moción, en la situación generada por la sentencia de la Gürtel, es un movimiento estratégico independientemente del resultado.
En primer lugar, Sánchez tiene la oportunidad de desmontar definitivamente a Albert Rivera. Si Ciudadanos se negara a apoyar la moción del PSOE, o a abstenerse para permitir un cambio de Gobierno, estaría apoyando claramente al PP de la Gürtel, de la corrupción. Por tanto, Rivera se convertiría en el sostén de un partido que se lucró de la corrupción y que mantuvo una Caja B. ¿Esta no es razón suficiente para presentar la moción?
En segundo lugar, la moción de censura pone encima de la mesa una oportunidad de que Sánchez se presente ante los ciudadanos con un proyecto de país, realmente de izquierdas, tal y como prometió en el 39 Congreso. En la situación de «anonimato» mediático en que se encuentra en la actualidad, sin apenas focos que trasladen a los ciudadanos el programa socialista, Sánchez no puede desaprovechar esta coyuntura y tiene la obligación con el pueblo de dar un paso al frente y presentar la moción de censura.
A Sánchez se le ofrece la oportunidad de demostrar al pueblo que el Partido Socialista junto a Podemos tienen vocación de servicio absoluto al pueblo y a sus necesidades reales. Es el momento de la unión de todas las discrepancias internas que pueda haber, es la hora de que todos los líderes socialistas y de Podemos se unan dejando atrás las rencillas debilitadoras que abrieron vías de apoyo que se traducen en abstención o en fuga de votantes a Ciudadanos, la mayor amenaza para el pueblo que existe en la actualidad en este país. Pedro Sánchez debe apoyarse en la experiencia de gobierno de Susana Díaz y otros barones. Ha llegado la hora de la unidad de toda la izquierda y del consenso interno entre cada una de las corrientes de pensamiento.
Pedro Sánchez tendrá la oportunidad de ser congruente, de provocar que Ciudadanos anteponga su falta de discurso o su cuñadismo ideológico a la ética política de apoyar un cambio de Gobierno. El pueblo español no se merece tener en el Gobierno a un partido condenado por lucrarse de la corrupción. No son casos aislados como ha dicho M. Rajoy, se trata de unos procedimientos instalados en Génova 13 desde la época de Aznar. El pueblo que se ha manifestado ante las puertas de la sede nacional del PP merece que, al menos, haya un líder político que se deje de cálculos aritméticos para afrontar su responsabilidad. El pueblo no se merece que el máximo aspirante a suceder a M. Rajoy sea alguien que mantiene discursos joseantonianos o que no tiene más ideología que el patrioterismo o el entreguismo a las élites económicas.
El pueblo se merece que, de una vez por todas, que sus políticos actúen con coherencia. Pedro, ¿te atreverás o te esconderás detrás de los números? Sé valiente y actúa.