No ha sido producto de un calentón en radio o redes sociales, bien al contrario el insulto ha sido producto de un escrito en prensa y por ende, se entiende como es normal, reflexionado. Para el escritor cartagenero hay millones de imbéciles en España, especialmente la clase política a la que dedica más epítetos. Ya sabe, usted que lee estos párrafos es imbécil y algo inculto según el saber de Arturo Pérez Reverte.
Lleva varias semanas promocionando el “majestuoso según él” libro de Edu Galán sobre las masas, las redes sociales y la victimización. Un libro que no sólo es de un amigo sino de la empresa en la que él publica sus propios libro. Un libro que recoge todos los saberes y expone la realidad como a “don Arturo” (que dicen sus seguidores) le hubiese gustado poder contar. Un libro contra el psicologismo de la izquierda escrito por un psicólogo de izquierdas. Bonita paradoja aunque para un admirador de la filosofía de Gustavo Bueno todo es posible. Unir nación con marxismo o criticar el psicologismo utilizando los instrumentos de la psicología. Desde luego si el miembro de la RAE pensaba hacerle una buena campaña de publicidad a su amigo está consiguiendo justo lo contrario.
El artículo “Ofendidos del mundo, uníos” es una pretendida crítica al exceso de victimización, “el infantilismo maniqueo, la fiebre neopuritana y políticamente correcta en que se sumen la democracia, la sociedad y la cultura occidentales”. No le gusta lo agónico de la política y la sociedad, esa división entre amigo y enemigo, lo cual es sumamente respetable y algo que puede no gustar a muchas personas. Como se comentó ayer en estas mismas páginas son muchos los que señalan a los otros de cometer esa lucha agónica y Pérez Reverte también lo hace. A más, a más, utiliza las palabras de Galán para criticar esos excesos de las redes sociales y de paso dar un palo a la izquierda (curioso que no se haga a la derecha que también es puritana, utiliza la guerra judicial para criminalizar, etcétera): “No soporto la estupidez buenista, que es de una maldad incalculable. Las redes sociales nos han dado la posibilidad de delatar, reforzar la ortodoxia y ser aplaudidos por ello. La izquierda es paternalista e infantil. Yo querría una izquierda inteligente, culta, retadora, alejada de esta izquierda psicologicista y boba”.
Esa frase requiere un pequeño análisis pues calificar de paternalista e infantil a la izquierda –además de no inteligente, ni culta-, así, en general, es bastante análisis de brochazo gordo. ¿Qué izquierda? Supongamos que la política. Igual es verdad que es bastante paternalista y muy infantilona en su gran mayoría. Supongamos que la intelectual. Aquí empieza a ser más complicado catalogar algo sin saber a quiénes consideran los autores de izquierdas porque articulistas los hay infatiloides, incultos y bastante paternalista –en el mal sentido de la palabra-. ¿Qué es ser culto para ellos? Es complicado que digan que la izquierda, la política por ejemplo, es inculta cuando tiene entre sus filas en el parlamento a personas como Manuel Cruz –de quien por cierto podrían leer su premiado libro La flecha (sin blanco) de la Historia donde habla de víctimas y victimarios-, Javier de Lucas o el ministro José Manuel Rodríguez Uribes. Igual no son cultos como les gusta a estas personas, que todo es posible.
El problema es el gregarismo que fomenta ¿sólo la izquierda? Decía Elías Canetti –¿se puede citar al premio nobel o no es demasiado culto para gusto del académico?- que las masas comenzaban siendo abiertas para una vez llegado al límite cerrarse (en el libro Masa y poder). Una vez cerrada la masa era como una sola persona que actuaba de forma irracional, infantil o asalvajada. Las redes sociales permiten sumar muchas personas a esas masas abiertas que tan pronto se cierran y descomponen, como se vuelven a abrir por otra causa. Para ello se utilizan los bots y los trolls controlados por este o aquel partido o grupo de presión, como en las masas abiertas se utilizaban a prensa, agitadores profesionales y gánsteres de lo político. Es el mismo mecanismo psicológico con medios diferentes. De hecho la crítica de Galán y Pérez Reverte se asemeja bastante a lo que expuso tiempo ha Gustave Le Bon en su Psychologie des foules (simpleza de la clase política, emotividad, falta de rigor, etc.). Nada nuevo bajo el sol. Pánico a las multitudes –Serge Moscovici escribió un magnífico tratado sobre el tema: La era de las multitudes– (habrá que obviar referencias bibliográficas que según los autores la izquierda no es culta), lógico, pero son los medios de comunicación (donde trabajan estas dos personas) los que fomentan esas masas abiertas/cerradas, esa victimización como juicio sin Justicia y que están controlados por la clase dominante. De hecho los mismos que pagan los royalties a Pérez Reverte manejan esas masas desde sus medios de comunicación (uno de los aparatos ideológicos). Son los medios de comunicación los que han acabado transformando el ámbito político y los que permiten populismos e infantilismos varios. Es el sistema en sí… pero de eso no hablará el académico ¿Por qué?
Porque sus tiros van hacia la Universidad, por ejemplo, lugar donde “la represión contra los espíritus libres es implacable”. “Las universidades, antaño motor del pensamiento, se han convertido en sanedrines de corrección política donde se reemplaza la razón por la emoción y el debate por la ignorancia, con alumnos felices de cantar a coro y profesores acojonados o cómplices” ha dejado por escrito. O bien no conoce las universidades, o bien no conoce a los profesores universitarios y habla vagamente. Que una cosa es que a un profesor se le expediente por decir que hay razas superiores –excepto en Catalunya- y otra que la libertad de Cátedra haya sido derogada. En las Universidades españolas, al menos en las públicas, se sigue formando de la mejor forma a las personas que allí acuden. Igual Pérez Reverte quiere ser catedrático universitario y como no le dejan se ha enfadado.
¿Cuál es el resumen que hace de ello el escritor? “En realidad siempre hubo dictadores –obispos, ayatolás, espadones–, pero antes lo eran tras imponerse con las armas, la religión o el dinero. Ahora lo hacen con los votos de una sociedad que los aplaude y apoya. Pobre de quien se atreva a contradecirlos; a no ofenderse como es la nueva obligación. Tenemos, a fin de cuentas, los amos que deseamos tener: fanáticos y oportunistas respaldados por el pensamiento infantil de millones de imbéciles”. Antes de analizar el texto en negrita, es curioso que hable de dictadores y coloque a religiosos y militares y olvide a los monarcas y aristócratas que han sido muchos más que los otros. Se podría admitir que la clase política actual no es la mejor que hayan visto los ojos de los españoles, pero de ahí a señalar que hay una dictadura hay un tramo largo. Igual a Pérez Reverte no le gusta la democracia de partidos, prefiere la democracia donde están representados los organismos vertebradores del pueblo. Igual sí, pero ya conocemos ciertos mecanismos lingüísticos que llamaban democracia orgánica a otra cosa. Bien dictaduras del superhombre, bien aristocracias.
Existe una falacia en el argumento del académico (y de Galán en cierto modo). Toman la parte por el todo, como estos son los amos es porque gustan. El sistema -¡vaya vuelve a aparecer!- es una democracia de partidos y por tanto las personas eligen representantes de las distintas opciones que se presentan. Para cambiar ese mecanismo habría que exponer qué alternativa se presenta y tener en cuenta el contexto actual. No se puede llamar infantiles e imbéciles a millones de personas que carecen de otra opción que elegir dentro del marco establecido. Quien deposita su voto, que puede hacerlo hasta con la nariz tapada o por mera rutina, no es imbécil y mucho menos infantil a priori. Y como no conoce a todos los españoles, calificarles de imbéciles e infantiles no es más que parte de cierto engreimiento o soberbia intelectual. Tampoco existe como en el Ensayo sobre la lucidez de José Saramago un voto en blanco que invalide elecciones o ponga en cuestión el sistema y la clase política. Esto lo sabe Pérez Reverte pero le es más cómodo llamar imbéciles a quienes votan. Igual estos amos no son los que gustan, pero son los que se permite tener. Tampoco se ve en el cartagenero una apuesta por la revolución, más bien al contrario. Le gusta la equidistancia elitista de criticar pero sin aportar soluciones reflexionadas según el entorno.
Hay en el ambiente de su artículo cierto tufillo aristocrático, elitista. Lo digital ha abierto la puerta a muchas personas para realizar críticas frente a lo apacible de la crítica controlada anterior y esto parece molestar al escritor. Sigue existiendo una izquierda culta, respondona y nada infantil. El buenismo, del que los Nuevos Filósofos franceses son los padres, no surge en sí como una demanda izquierdista, el puritanismo tiene más que ver con fórmulas de teología política calvinista-protestante (vean lo que sucede en los países donde esas escisiones cristianas son preponderantes y verán críticas por nimiedades), pero hay que señalar a la izquierda que está más acostumbrada a la crítica y olvidar a la derecha. Descontextualizando todo, evidentemente. Las personas son imbéciles porque votan lo que votan y no lo que algunos dicen que habría que votar. ¿Quiénes son esos algunos? Los intelectuales amigos de Pérez Reverte. La élite que todo lo sabe y que tiene la auctoritas para fijar la diferencia entre culto e inculto, entre inteligente y mediocre, entre ser puro e impuro… Si es que deberían gobernar, como en la república platónica, los sabios autoelegidos y autorreferenciales. A malas, una aristocracia elegida pero con las características que digan quienes se invisten de sabios. Más bien la aristocracia de los todólogos y los doxósofos porque siempre critican, nunca ofrecen alternativas y se permiten el lujo de decir lo que hay que leer para entrar en lo cánones de lo culto o no. Igual la misantropía de Pérez Reverte le impide contextualizar para no insultar. O se la suda todo mientras le sirva para rellenar su ego. Al final le va a pasar como cuentan los argentinos que se suicidan, subiéndose a su ego.