La nueva moda de la élite política, esa misma que cada día parece más separada de la ciudadanía, es establecer perímetros a ciudades, regiones, comunidades autónomas o pedanías si hace falta. La excusa es parar la transmisión del coronavirus, la realidad es bien distinta. Una vez que la disputa política parece haber abandonado el debate sobre del autoritarismo del gobierno, la política espectáculo dirige todos sus focos hacia la toma de medidas supuestamente sanitarias. Supuestamente porque, en realidad, sin medidas suplementarias no sirven para nada salvo que la élite política aparente que hace algo al respecto.
Perimetrar sin eliminar actividades no tiene sentido alguno pues lo único que genera es desconfianza respecto al otro. Por ejemplo, pensar que los únicos que infectan son los madrileños que salen de puente. O los sevillanos que se expanden por toda Andalucía. Así pueden seguir hasta la más cainita disputa entre pueblos. Siempre es el otro el que tiene el mal en sí, nunca el nosotros que hace las cosas mal. De hecho en muchos casos algunos presidentes regionales deben pensar que, por ejemplo de nuevo, como en Madrid Isabel Díaz Ayuso está loca y en Cataluña no hay nadie al mando seguro que vienen a invadir mi pueblo, el cual, por cierto, está en unos niveles muy altos de infectados. ¿Por qué? Porque no se han limitado las actividades. Si Emiliano García-Page cierra por temor a los madrileños pero permite que los de Toledo vayan a Albacete y los de Cuenca a Ciudad Real a hacer actividades realmente o es un xenófobo patrio, o no sabe lo que se hace. Algo aplicable a todos los demás presidentes.
¿Qué sentido tiene que todas las actividades sociales dentro de una Comunidad se puedan desarrollar y se señale al de la Comunidad de al lado? Ninguna salvo aparentar. El 58% de los contagios, según diversos estudios, se producen en el ámbito laboral o en relación al mismo. O lo que es lo mismo en el ámbito económico. Ese mismo ámbito que no se puede tocar para no aumentar la crisis económica. El resto de los contagios o son en actividades sociales, las cuales no se han prohibido realmente sino limitado con el toque de queda. Si se perimetra una región o ciudad pero se permite que las actividades principales sigan presentes se insiste en agravar el problema. Que una persona de Madrid vaya a Santander para estar en su segunda residencia, sin hacer más de lo que haría en su propia residencia no expande el virus en tanto en cuanto las actividades en uno u otro sitio están permitidas.
La llegada de dos puentes en todo o en parte de la Comunidad de Madrid ha vuelto a activar ese miedo al otro infeccioso, pero ningún político se ha parado a pensar –supone un gran esfuerzo- en el porqué de la expansión del virus donde manda. Si los casos aumentan en Andalucía a ritmo exagerado, sin que hayan llegado madrileños o catalanes de vacaciones, será porque el problema está en otro sitio. Tampoco ayuda que Juan Manuel Moreno Bonilla señale a tres ciudades (Sevilla, Granada y Jaén) mientras libera la suya propia (Málaga) para poder ir el fin de semana a ponerse morado de espetos y cervezas. No se toman las decisiones racionalmente sino para aparentar y acomodar a las necesidades individuales de la élite política –que Carmen Calvo vaya a ver unas obras al lado de su casa en el puente es, ¡sorpresa!, mera casualidad-.
Al perimetrar las regiones y ciudades parece que esa élite política del espectáculo hace algo. Es más desvían el debate hacia si este o aquel tipo de temporalidad o perimetración es mejor o peor, cuando la realidad es que se siguen permitiendo las actividades laborales y de ocio (con horario restringido nada más) que son las que provocan la expansión del virus. Y como no se van a limitar seguirán aumentando los contagios pero la élite política podrá decir que están haciendo cosas. Cosas inútiles, pero cosas que pueden vender mediáticamente. Sin confinar a las personas, sin cerrar o ser mucho más exigentes con según qué actividades sociales, sin controlar el ámbito laboral con mayor eficacia y decisión, da igual que se establezcan perímetros o cordones de seguridad, el virus continuará expandiéndose y los hospitales colapsando. Más ahora que el coronavirus estás distribuido de forma pareja por toda España, no como al comienzo de la pandemia.
Medidas ineficaces que, además, pueden afectar a lo económico que no se dice pero se quiere proteger a toda costa. Porque las medidas realmente eficaces no se tomarán en favor de la economía. No se crean otro tipo de milongas vengan de Pedro Sánchez o de Pablo Casado. El partido de la clase dominante tiene claro que lo primero que hay que salvar es la economía, la de algunos autónomos y ciertas pymes da igual, y luego, si eso, las personas. El problema es que no se atreven a decirlo así, con toda la crudeza, por eso se recurren a medidas inertes para frenar la pandemia. Eso sí, por el camino van dejando un rastro de clasismo (como Díaz Ayuso en Madrid), de xenofobia (como sucede con Page y Mañueco con Madrid), o de caradura (como Moreno Bonilla con Málaga). Ustedes piensan que hacen cosas, ellos y ellas se ponen medallas, pero en realidad las personas del común son las que están siendo perjudicadas social, política y económicamente. Y ellos de fiestuqui con Pedro J., no hay que olvidarlo. Tener miedo a que alguien vaya al cementerio del pueblo de sus padres a dejar un ramo de flores en su tumba y no a treinta personas ocho horas encerrados en una oficina es que está pensando en términos irracionales. Por tanto en términos espectaculares. Por tanto en términos antipolíticos.