Podemos como fuerza política ejemplifica mejor que ninguna otra la sociedad del deseo que el neoliberalismo, con su rama progresista incluida, está provocando. Casi en ascuas ya el fuego de la Ilustración, lo que queda en estos momentos postmodernos es, simplificando, una sociedad donde el deseo, por el mero hecho de desearse, se convierte en derecho adquirido. No hay derechos naturales subjetivos, producto de la razón y el análisis del sistema, sino derechos construidos en base al deseo, lo que acaba de constituir una ética del deseo (no lejana al epicureísmo) que debe ser plasmada en lo político tanto como en lo social. Una ética del deseo que no es antisistema, bien al contrario, sirve para nutrir al sistema neoliberal de demandas, muchas de ellas asumibles y mercantilizables, y de debates inanes sobre el propio sistema. Digamos que los deseos son irritaciones necesarias para que el sistema opere de forma autopoiética.
Lo sucedido en La Rioja con el voto contrario a Concepción Andreu (PSOE) por parte de la colocada desde la cúpula del partido, Raquel Romero, no es más que ese ejemplo de la transformación de un deseo en derecho. No hay más que escuchar a la podemita para comprobar que está enfadada porque sus deseos, que son vendidos como derechos (“Usted no tiene más derecho que los demás a gobernar” le ha dicho a la candidata socialdemócrata), no se cumplen. Pero en buena lógica, si se utiliza lo racional, si se sigue siendo ilustrado, los deseos de Romero no son más que eso deseos que no tienen por qué plasmarse. Una persona puede desear volar por sí misma pero, salvo que se construya unas alas o se las inserte mediante algún proceso quirúrgico (que de todo hay en esta vida), es un imposible.
Henar Moreno de IU, que sigue teniendo en su seno una formación moderna como el PCE, ha sido más consecuente y acordó ciertas medidas con el PSOE, separándose de Podemos, aunque pudiese albergar la esperanza de tener un cargo. Sabe que sus deseos, sin acción, por el mero hecho de serlos no bastan. A lo que habría que añadir un análisis sistémico mucho más racional. Por un voto desea la diputada de Podemos que le den tres de las ocho consejerías de que dispone La Rioja. ¿Para llevar a cabo un programa de izquierdas y enterrar décadas de gobierno de la derecha? No. Para “pillar cacho” y satisfacer los deseos. Bueno y colocar a unas cuantas personas. El deseo de estar en el poder por el mero hecho de estar transformado en derecho casi inalienable.
A nivel estatal no crean que la situación cambia radicalmente. El deseo de Podemos es tener ministerios y, si leen sus distintos discursos, esos deseos se han transformado en derechos. Pactos que devienen en derechos de pernada política pero que no se sustancian en algo material, en algo programático. Pablo Iglesias está contando todos los días sus deseos, revestidos de derecho de conquista o algo parecido ya que le gustan las series de ese tenor. También Pedro Sánchez expresa sus propios deseos, como gobernar en solitario, pero en cambio sí tiene un cierto derecho a intentarlo derivado de los resultados electorales. Ninguna de las dos posiciones es irracional, pero tampoco racional. Están en el mismo limbo en que tienen al sistema político, pero en el caso de la formación morada se intenta legitimar ese derecho mediante una consulta interna y arrogándose la decisión sobre el voto de partidos coaligados. Como Alberto Garzón no dice nada, aunque ha aplaudido la reacción de IU en La Rioja y en Asturias, pues no sabremos si está completamente de acuerdo, o si será uno de los ministrables.
Una sociedad del deseo que es completamente insaciable y que genera, al final, una tensión en el sistema político que abre la puerta al retorno de los monstruos. La sociedad del deseo, pese a su poso material, niega todo materialismo, es individualista y exige sin parar. Pone la libertad por delante de todo, siempre y cuando sea expresión de un deseo transformado en derecho, y esconde que al final del camino todo es por el dinero. Por lo material. Pero se niega cualquier tipo de materialismo en sí porque es de antiguos, de melancólicos, de racionalistas, de ilustrados, de modernos. Mientras tanto el sistema se va resquebrajando y los monstruos, que sí demandan desde lo material, ganan terreno. Al final no habrá deseos que pedir, ni deseos que desear, salvo que se encuentren en una plataforma de venta por correo, se fabriquen en un recóndito lugar, pero a cambio podrás tener todos los “me gusta” del mundo en tu cuenta manipulada y espía de redes sociales diversas. Podemos como paradoja de la sociedad del deseo ya incluso en su nombre, pero con sus acciones en distintas instituciones se observa, no ya que tengan un partido lleno de “raros” y apalancados, sino que se mueven por el deseo sin más. ¿Para qué? Para lanzar la Operación Chamartín, producto del deseo de la clase dominante.