La sociedad actual camina hacia un abismo enorme donde tienen buena parte de culpa los partidos políticos, el activismo y los medios de comunicación. La posibilidad de multiplicar por un millón cualquier tontería o estupidez que a cualquiera se le pueda ocurrir es enorme con las redes sociales digitales. El problema está cuando al otro lado no hay nadie…, al menos nadie que tenga la valentía de advertir que eso ni es científico, ni es verdad, ni es algo que pueda ser considerado a debate. Buena culpa de ello, hay que reconocerlo, se encuentra en el buenismo, en lo políticamente correcto, en la elevación de los sentimientos a verdad absoluta, en la pérdida de una visión materialista, en la aceptación “muy tolerante” de cualquier opinión por estúpida o peligrosa que sea y, en términos generales, en la estupidez humana generada por el propio sistema para sobrealienar a las personas.
“Sobrealienar” porque haciendo ver que las personas, al luchar por su felicidad (falsa), van a superar la alienación consiguen alienarlas por partida doble. No es un problema de falsa conciencia, que también, sino de alienación suprema, la cual encaja perfectamente en la sociedad del espectáculo. El individualismo elevado a la categoría de realidad máxima –cuando se ha demostrado por activa y pasiva que el individuo como tal es una invención del mundo de la Ilustración- y salida alienante por la vía del activismo en grupúsculos sin fuerza. Llevar a las personas al vacío más elemental (el material) pero con numerosas “experiencias” por vivir como seres deseantes y sentimentales. No sólo se aliena para dominar en la materialidad sino que se aliena, mediante numerosos mecanismos de reproducción social, lo subjetivo. Es el mundo de las magufadas. Esa pretensión de cientificidad basada en el sentimiento o en la mera especulación porque sí.
Comenzando por el periodismo como mecanismo de alienación magufo, cabe recordar que desde hace muchísimos años las noticias falsas, el escándalo por nimiedades, la carencia de ética -no sólo periodística-, la opinión sin reflexión –ni conocimientos para ello-, se han convertido en la tónica normal de la profesión ¿de fe? Porque los periódicos en su mayoría parecen gacetas de una congregación o una fe determinada. Da igual cuál, siempre hay un medio para una fe concreta, la cual, como pueden suponer, nunca se equivoca sino que es la otra fe la que lo hace. Medios de comunicación que no enseñan la verdad sino “su” verdad. Normal pues son aparatos ideológicos al fin y al cabo, pero es que hacen de lo magufo elemento de verdad incontestable. Miles de artículos dedicados a las estupideces más variopintas –en algunos casos hasta se permiten psicoanalizar a distancia al lector o lectora-, miles de artículos aceptando las más peregrinas estupideces acientíficas, miles de artículos hablando sin parar de conspiraciones tan imposibles que se caen por su propio peso.
Hace poco la mayoría de medios han publicado entrevistas con una supuesta científica china que habría abandonado su país y que asegura que el coronavirus se fabricó en un laboratorio. ¿Pruebas? Ninguna pero como lo dice ella y así se fastidia al contrario, se convierte en verdad. Una verdad sagrada además. Lo mismo ocurre con columnistas que afirmaban hace bien poco, con soberbia y rotundidad, que el gobierno de España está dando un golpe de Estado. O que hay comunistas en el gobierno. Noticias falsas a todas horas o estupideces para distraer al personal constantemente.
El reino de las magufadas se encuentra en el activismo –hayan o no oenegés de por medio-. Ahí caben todas las ocurrencias por muy acientíficas que sean. En ocasiones no son ni humanistas, sino simplemente pulsiones de grupúsculos o personas que deberían hacérselo ver por algún psiquiatra. El sentimiento como derecho humano es la última de las magufadas engendradas por el activismo. Si yo me siento cabra todo el mundo deberá reconocerme como cabra. Ya hablaba Hegel del gusto de las personas al reconocimiento, pero si viese lo que sucede en la actualidad le hubiese estallado la cabeza intentando insértalo en su sistema dialéctico. Aunque en cierto sentido no es más que la inversión de la inversión de la dialéctica y por tanto no una vuelta al punto de origen sino al colapso de la misma. Ya se ha hablado de cierto colectivo de hombres que quieren seguir siendo hombres físicamente, ejerciendo de lesbianas, pero que les reconozcan como mujeres porque así lo sienten.
Al contrario que una religión, que introduce una serie de normas sociales, políticas y dota de sentido al ser humano, estos activistas no dotan de sentido el mundo sino que quieren imponer al resto de la humanidad sus sentimientos, su lenguaje o su “moral personal”. No cabe el diálogo porque saben que les tomarían por enajenados o enajenadas mentales. Como pasa con los antivacunas, los anti-5G y demás especímenes humanos que carecen de la distinción más humana: la racionalidad.
Y si se habla de política la situación es ya estrambótica. No sólo es que se haya legitimado la mentira como mecanismo de acción –la hipérbole de la sociedad del espectáculo-, es que cualquier magufada es válida. Incluso los propios verificadores son magufos en numerosas ocasiones porque tienen ideología propia (forrarse). El populismo, da igual si de izquierdas o derechas, como le sucedía al fascismo, es el lugar donde las magufadas tienen mayor cabida. Si tiempo ha se decía que era científico distinguir el carácter de las personas por su forma craneal, o se intentaba demostrar “científicamente” la existencia de razas superiores, ahora se lanzan al negacionismo de los datos científicos, de las investigaciones con numerosas pruebas para acercarse a la verdad, apoyados en pseudociencias o en supuestos conocimientos de ciencias sociales (¿existen ya las ciencias sociales o no son más que un reducto de ideología de dominación?) sin atisbo de apego a lo material. Magufadas son tomar ciertas frases, descontextualizarlas, desintelectualizarlas, sacarlas de la obra en que están insertas y dotarlas de verdad absoluta. Realmente más que magufada se podría hablar de teología, pero como supuestamente son cuestiones “científicas”… Esto por no hablar del usual haz lo que yo diga pero no lo que yo haga tan típico de la clase política. Especialmente en los bandos populistas son muy de teologizar con su ética que al minuto es pisoteada por la acción propia.
Guy Debord, el autor de La sociedad del espectáculo, hoy no tendría capacidad en su ordenador para poder escribir acerca de la sobre-alienación social que existe. La clase dominante, y por ende los distintos aparatos ideológicos, dan cobertura a todas estas muestras de acientificidad y falsa conciencia para dominar con mayor tranquilidad; para evitar que se tome conciencia de la lucha de clases –término que no tienen problemas en utilizar con mayor frecuencia que en la izquierda política e intelectual-; para entretener con bagatelas a las masas que acaban cretinizadas; para, incluso, hacer negocio de todas esas magufadas vía series de televisión, camisetas o esponsorizaciones de grupos con capacidad monetaria para garantizarse el retorno de la inversión y la limpieza de imagen (todo muy RSC); para poder enfrentar a los grupos con conciencia que realmente ponen en peligro su dominio –como viene sucediendo con el feminismo y lo queer-; para poder instaurar el Reich de los mil años. Ninguna revolución es posible en estas condiciones, como pasó en mayo del 68 y sus rebeldes festivos. ¿Por qué festivos? Porque afirmaban que las “revoluciones serán fiestas o no serán”. ¿Entienden ahora todas esas performances, bailes, batukadas y demás aspectos festivos de la “progresía revolucionaria” actual? Magufadas políticas que ni suponen un arañazo al sistema.
Nada mejor que recordar las palabras de George Marchais (éste sí comunista y no el de los tiburones) en L’Humanité, en aquel mitificado por la clase dominante mayo del 68, las cuales les parecerán muy actuales: “Esos falsos revolucionarios han de ser enérgicamente desenmascarados ya que están sirviendo objetivamente a los intereses del gaullismo [cámbienlo por neoliberalismo o nacionalismo si quieren] y de los grandes monopolios capitalistas. […] Desarrollando el anticomunismo, los grupos izquierdistas sirven a los intereses de la burguesía y del gran capital. […] Los pseudo-revolucionarios pueden hacer lo que quieran, no cambiarán en nada esta realidad histórica”. Lo mismo después de cincuenta y tantos años…, eso sí, con el añadido de que “si se siente se es” (da igual comunista que mujer) y mucho revisionismo histórico –o es ¿histérico?-.