Ustedes tienen la suerte de no recibir en sus e-mails, cuentas de telegram, whatsapp y demás canales oficiosos mensajes con mil y una reuniones de políticos con asociaciones de distinto tipo, organizaciones empresariales o sindicales o entre distintos grupos políticos. Reuniones y más reuniones que se producen semanalmente a distintos niveles institucionales que intentan mostrar que la clase política se mueve, hace reuniones, no está rascándose la barriga. Pero como bien se dice “intentan demostrar” para poder sumar acontecimientos a esa rueda de la política espectáculo en que se ha convertido la cosa pública y publicable. Porque lo segundo tiene casi más importancia que lo primero. Si es publicable debe mostrarse hasta la extenuación, reiteradamente aunque no produzca ningún tipo de resultado.
La política entendida como espectáculo tiene estas cosas. Provocan reuniones sin fin por el mero hecho de reunirse aunque se sepa que nada se va a decidir, que nada de lo hablado se corresponderá con alguna demanda social o que se reúnen entre distintas dirigencias políticas con el único ánimo de hacer el paripé. Tengan en cuenta que las reuniones donde realmente se deciden las cuestiones no son públicas en casi un 99%. Recuerden cuando acordaron Pedro Sánchez y Pablo Iglesias hacer un gobierno de coalición, nadie se enteró de las reuniones de enjundia, ni de las conversaciones que provocaron aquello. Tampoco nadie se entera de las reuniones con determinados empresarios, a escondidas si es necesario, de los distintos gobiernos que han ido pasando a lo largo del tiempo, da igual PSOE, que PP, Podemos o la UCD. Curiosamente esas reuniones, sean con George Soros o con Florentino Pérez sí que interesan y mucho a la ciudadanía y por ende a la prensa. Pero esas no las muestran los políticos porque no les interesa mostrarlas.
Tan sólo cuando son reuniones en la que es más importante la foto que la reunión en sí aparecen en los medios de comunicación o se crean notas de prensa. Así pasó cuando Iglesias se reunió con Antonio Garamendi de la CEOE. Interesaba mostrar que no eran el coco, que había buena sintonía con la patronal por si cabía la posibilidad de gobernar. Ahora, una vez que ya están en el gobierno, siguen mostrando las reuniones de la ministra Yolanda Díaz con la patronal por lo simbólico mucho más que señalar que la reforma laboral del PP será pasto de la historia. Ahí balbucean, hablan con perífrasis o directamente cambian de tema. Unos y otros en los temas que son los que afectan en realidad a la mayoría de la población. Eso sí, se han reunido, se han sonreído, hasta se han tomado un café y luego para casa. Nada se suele decidir en ellas pero tienen que aparentar cada cual lo suyo.
Vayamos a un ejemplo. ¿Se imaginan de qué pueden hablar o decidir en una ejecutiva nacional del PP si todos dependen de Pablo Casado para seguir en sus puestos? Pues hay reuniones casi semanales para verse las caras, que Teodoro García Egea o José Luis Martínez Almeida digan cosas malas del gobierno y punto. Lo que tenga que decidir Casado lo hará con su grupo de confianza y los demás a tragar. Los mismo pasa en el PSOE, Podemos, IU, ERC y el partido que ustedes quieran poner en la lista. Apariencia de democracia, de estar haciendo algo pero en realidad nada de nada. Si no hacen caso de las resoluciones congresuales en el 99% de los casos –que se suponen un mandato de la voluntad general del partido- para aguantar a cansinos semana tras semana. Luego filtran a la prensa que éste o aquel ha hecho una crítica y a otra cosa. Pero la reunión la venden. Lo mismo se puede aplicar a Comités Federales, Comisiones Nacionales, Coordinadoras Federales o Asambleas Ciudadanas. Exageran al crítico (que suele ser uno que tienen ahí para aparentar además) y callan que la mayoría de intervenciones son de alabanza o meros discursos de autoafirmación.
Peor es cuando se reúnen con asociaciones o vecinos. Les escuchan, les prometen que tendrán en cuenta sus peticiones y si no avanza más el problema se olvidan a los diez minutos. En términos generales suelen reunirse para poder decir que están cerca de la ciudadanía, siendo conscientes, eso sí, de que sólo aquellas cuestiones que encajen con algo que ya hayan pensado en el partido tendrán visos de llegar, al menos, ser propuestas parlamentarias. En general las demandas ciudadanas, que en algunos casos puede entrar dentro de lo racional por la miríada de demandas particularistas (quiero un seto en la puerta del vecino y no en la mía, por ejemplo), no llegan nunca a tener una aplicación práctica, salvo aquellas de las que ya estaban convencidos los propios partidos porque encajen con su ideología o su programa. El programa o el convencimiento es anterior a la demanda (que si no es similar se encaja en lo legislado como sea) con pocas excepciones. Salvo cuestiones sindicales, empresariales o que clamen al cielo de los justos (estas son pocas) las demandas quedan en eso, en demandas. Pero la reunión se ha producido y se ha vendido ya que lo que interesa es vender.
Si se hiciese un listado de todas las notas de prensa y declaraciones de todos los partidos políticos con esas reuniones y lo que dicen se ha acordado o se ha tomado nota y se comparase con un listado de todas las prácticas y legislaciones que se han conseguido verían seguramente que el 90% de las demandas quedan huérfanas. La parte racional indica que es imposible cumplir con todas las demandas, cualquiera lo observa porque se llegaría a rozar el infinito de admitir las demandas individuales de cada persona. La parte subjetiva indica que las reuniones se hacen para vender que se han reunido con ese colectivo que esta semana tiene repercusión mediática –y del que se olvidan a la semana siguiente-; con esas asociaciones de vecinos para ver que se hace algo –no como el que esté en el gobierno-; con otros partidos para analizar cualquier cuestión que se pueda vender -¿han visto como no se publicitan las reuniones intergrupales de los partidos en el gobierno (aunque tampoco es que haya muchas pues basta con un café o una charla de teléfono pues la mayoría de diputados no pintan nada para las direcciones)?-; entre presidentes de comunidades autónomas; entre presidentes de gobierno; y así hasta el infinito de las reuniones sin que acaben generando políticas públicas para la ciudadanía.
La política espectáculo acaba en meros movimientos espectaculares donde las decisiones las toman muy pocas personas, sin apenas debate, deliberación y/o reflexión. Normal que haya tantos diputados y diputadas tan activos en redes sociales, venden que hacen cosas y que esas cosas son muy importantes cuando en realidad no lo son tanto. Las prácticas políticas, que son las que afectan a la realidad, son las que acaban demostrando si estas o aquellas demandas son tomadas en cuenta o si se acaban postrando a la clase dominante. Evidentemente, dentro de las prácticas hay algunas simbólicas que sirven para dotarse de cierta legitimidad de actuación pero, en muchas ocasiones, son meros efectos especiales que no conllevan a una vida mejor, al bien común o a hacer camino hacia una sociedad más libre. Da igual que sea cesar a un cargo político por una minucia (mientras se traga con amigos o allegados y sus trapisondas) que gastarse millones en infraestructuras inútiles. Utilizan ese simbolismo para aparentar que se hacen muchas cosas cuando la realidad es que no acaban de llegar a las personas que podrían necesitarlas. Es como hacer una ley de dependencia sin dotación presupuestaria o como construir aeropuertos sin aviones o como proclamar una república y ya. Mucha apariencia, que es lo que destila la política espectáculo, pero poca realidad. La política vive en la completa apariencia y en ese mundo los populismos son mucho más efectivos. Hoy en España, aunque es aplicable a otros sistemas vecinos, todos los partidos tienen rasgos populistas por ese vivir en la apariencia que se vende como realidad. En especial la entrega de los partidos al dirigente máximo de turno, pero siguen reuniéndose para aparentar.