¡Sí, señor presidente! ¡No sé a qué está esperando para hacerme ministro! Si son ciertos los rumores que corren en la prensa cavernaria sobre la posibilidad de hacer algún tipo de cambio de gobierno, no tiene que buscar más. Aquí me tiene. Soy el perfecto candidato. No porque lo diga yo –que también- sino porque sus socios de gobierno –y casi en términos generales (en su partido se ha utilizado mucho el tema)- vienen estableciendo una parámetros de quién puede y no puede ser ministro, ministra o ministre.
Estudios tengo para aburrir. Doctorado cum laude, licenciatura de las de antes cuando había que estudiar toda la historia de la Ideas y las Formas políticas en un año, a cascoporro. O toda la Teoría Política del siglo XX. Infinidad de cursos de especialización, certificados de profesionalidad -que son más largos que algunos master y desde luego con más esfuerzo que el de Casado- y hasta dos libros “científicos” publicados. A eso súmele experiencia laboral en industria e ingeniería –en temas de calidad y compras-, experiencia como docente universitario y, incluso, años de poner copas para poder costearme algunos gastos del doctorado. Porque aquellos doctorados eran costosos ya que había que gastar dinero en libros, fotocopias de revistas especializadas (todavía no las vendían por internet), viajes, conferencias y congresos a los que asistir para exponer alguna cuestión “científica” –por desgracia no se editaban los papers presentados y ahora no cuentan para la ANECA como publicaciones-.
Una joya que podría estar en casi cualquier ministerio. Total tiene a Alberto Garzón en Consumo, así que con mejor curriculum tampoco desentonaría. Me “autoidentifico” como marxista, por lo que de izquierdas parece que soy. Igual mucho para su gusto o el de sus partenaires de gobierno, pero siempre es bueno tener un porculero contra la oposición y que sepa de lo que habla. Esas mañanas descojonándome de Pablo Casado pueden ser antológicas. Y si es por cubrir cuota, no hay problema me acojo a la ley que piensan establecer desde el ministerio de Igualdad, digo que me siento mujer, lo cambio en el registro y ya ocupo la cuota de mujer. Con aspecto de hombre, con biología de hombre, pero con “mucho sentimiento de mujer”. Una bicoca, se lo digo yo a usted. Además el camarlengo monclovita tendrá alguien que le contradiga sin hacerle la pelota y con conocimiento de causa. Valgo para un roto y para un descosido. Lo dicho, está perdiendo la ocasión de hacerme ministro, ministra o ministre.
Elitismo y carencia de conciencia.
Todo muy gracioso -ahora se pasa a la parte más o menos seria del artículo- pero en el fondo hay algo muy de verdad y que es espeluznante para la izquierda, al menos. Se está extendiendo por todo el arco parlamentario un sentido muy platónico de gobierno de los sabios, de los que más títulos acumulan, de los que deben estar ahí casi por merecimiento de élite. Un platonismo que, como sucede con el filósofo griego, acaba desembocando en cierto totalitarismo del gobierno, cierta falta de democracia, pues se establece quién sí y quién no puede acceder a los cargos públicos en base a una supuesta excelencia. Lo que acaba quebrando los principios democráticos. Si para ser diputado o ministro hay que ser doctor, master o graduado en esto o aquello, la realidad es que más valdría ni convocar elecciones y que cada cual eche el CV para ver si le eligen. No es nuevo esto, desde hace tiempo se quiere sacar la soberanía de los parlamentos y derivarla a consejos mixtos de políticos y expertos para que decidan. Algo que no ha servido para mejorar la gobernabilidad esa que dicen ahora. El buen gobierno de toda la vida, vamos. El problema con este elitismo es que nunca es claro qué es necesario para ser élite. No hay debate sobre qué es lo mejor o no. Se suele aducir cuando no hay más méritos personales, profesionales, etcétera, que exponer y, como es evidente, por una infección burguesa en la mentalidad de izquierdas.
¿Tenían estudios las y los que sacaron adelante España en la transición, en las fábricas, en los convenios colectivos, en las huelgas que han conseguido derechos y deberes en beneficio de la sociedad? Unas sí y otros no. Si alguien se dice de izquierdas, defiende la izquierda o algo por el estilo debería –hay que ponerlo en condicional porque ya no es algo asumido en la conciencia de clase, si es que ésta sigue existiendo- cuando menos valorar a los posibles candidatos y candidatas no por sus títulos sino por sus valores, su capacidad, su experiencia vital o su brega en favor de la clase trabajadora. Ahora se estilan mucho más los representantes de lobbies, los titulados que no han trabajado en su vida –siempre sacan algún año en que sí lo hicieron para que parezca que sí son clase trabajadora-, los comunicólogos que jamás han comunicado con acierto o los brilli-brilli de las redes sociales. Pareciera que un trabajador o trabajadora no es persona que merezca estar entre “los elegidos”. Pareciera, incluso, que un/a sindicalista no mereciera estar entre “los elegidos”. Pareciera que alguien con experiencia vital, conciencia de clase y forjado en la dureza de una calderería, por ejemplo, no mereciera estar entre los elegidos. Una clara contraposición entre elitismo y democracia.
Ante las quejas de la mayoría del feminismo contra la ministra Irene Montero por una ley que acaba borrando a las mujeres y hundiendo sus luchas de siglos, desde Podemos han reaccionado –en el doble sentido de la palabra, por cierto- adulando a la ministra, elevándola a los altares, pero dando muestras de un elitismo burgués –“como somos más listos y educados tenemos el derecho a dominar” ha sido el lema de la clase dominante durante siglos- y un desprecio a las personas de la clase trabajadora. El curriculum presentado del principio es real, tan real como el de cientos de miles de personas. Algunas pensarán que tienen derecho a más o gobernar por su sabiduría, otras justo lo contrario pese a que tengan un doctorado y estén en el paro o trabajando en una fábrica. Los y las primeras son elitistas de pensamiento burgués, los y las segundas son conscientes de su pertenencia y del valor de la democracia. En un partido de izquierdas, para empezar, hay que ser de izquierdas y tener valores de izquierdas, no burgueses/elitistas. La vanguardia del proletariado no era de los doctores y masters, aunque algunos y algunas parecen pensar que sí. O peor, piensan que han sido elegidos por el Espíritu de la Historia para gobernar y enseñar la verdad absoluta. Sin percatarse que la verdad como absoluto es un imposible.
Un gobierno de los sabios es una dictadura al fin y al cabo porque la mayoría queda excluida. Suena casi a perfección pero lleva el totalitarismo en su esencia. La izquierda, si es que quiere seguir manteniendo sus valores de izquierda, no puede caer en ese burdo elitismo de la ideología dominante. Ese pensar que sólo algunas y algunos pueden gobernar. Tener estudios no es malo, ni bueno, como no tenerlos. Es el valor personal, la conciencia de clase, la experiencia vital o el compromiso ideológico lo que acaba siendo el mayor valor para un representante de la izquierda. Por eso es vomitivo que se metan con Adriana Lastra por carecer de estudios. Tan vomitivo como justificar la presencia de una persona por tenerlos. Al final del camino son las acciones de cada cual las que determinan la capacidad y la validez. Pero ir con los títulos por delante, ni es de izquierdas, ni democrático. Una infección más de la ideología dominante, esa que está muy insertada en la clase media aspiracional. Cada cual que saque sus conclusiones, pero Sánchez me debería hacer ministro si esos son los parámetros. O a cientos de miles de personas con cualificaciones parecidas. Si es que callados están mejor que acaban pareciendo de la Falange y las JONS –porque lo de establecer los cuidados como empoderamiento de las mujeres es de Primo de Rivera, Pilar o José Antonio-.