Hay que irse a los márgenes del periodismo para encontrar algo decente en el columnismo español. Otrora fue un arte el escribir una columna, como era un arte la viñeta. Cada cual ponía lo mejor de sí, buscaba el aspecto más imparcial posible en ese interior personal, anhelaba hacer daño al sistema o sustentarlo sobre una expresividad culta y una demostración de ciertos conocimientos o habilidades cognitivas, escribía como si fuese la última columna de su vida. Encontrar en estos tiempos algo que no sea una regurgitación de algo infecto, asqueroso, parcial, comprado se hace sumamente complicado.

Proserpina era una diosa romana, la encargada del inframundo, estéril, capaz de engañar a Teseo para que acabase subyugado por las furias. Por ello debería, cuando menos, ser la diosa del columnismo español. Principalmente porque escriben desde esa caverna donde solo se vislumbran juegos de sombras, donde las furias retozan en compañía de sus dominadores siendo fieras con todo aquel que intenta ser algo imparcial, que usca la verdad más allá de esas cadenas del inframundo. El columnismo español es completamente estéril respecto a la verdad y sus causas, no es más que vómito continuado de las consignas del que paga o de las propias intenciones.

Esto no quiere decir que alguien, siendo liberal por ejemplo, deba renunciar a los propios principios sino que se sitúa más allá de ellos en busca de esa verdad, de esa columa que podría llegar a negar parte de esos mismos principios. Hoy no hay principios, y cuanto más los sacan a colación menos fuertes y veraces son en esa persona, hoy hay intereses espurios. Porque si fuesen nobles todavía cualquiera podría valorar como positivo algún error de principios pues hay detrás algo que busca el bien común, alguna parte de la verdad, el bienestar de la mayoría, pero nada de eso se encuentra en el columnismo.

Ni quienes aparentan ser muy técnicos no dejan de tener detrás intereses nada claros o privativos de esa persona o grupo de personas. Cantamañanas, nunca mejor dicho porque aparecen al alba todas esas columnas, que bien pueden decir hoy A para mañana afirmar con la misma contundencia no-A. La columna ya no se utiliza como mecanismo culto sino como propaganda del motivo principal que se toca ese día en el periódico, en el grupo de periódicos o en el grupo editorial dado. Ya no hay una intelligentsia detrás del columnista, hay intereses que igual ni son propios de quien escribe. Solo en los márgenes, como se ha dicho al comienzo, se encuentran columnistas que intentan mostrar algo interesante, culto, estético, distinto a la mazamorra que distribuyen la mayoría.

Y como cualquier adocenado tiene la posibilidad de escribir una columna, salir en televisión, opinar en la radio, pues el nivel sigue bajando hasta hacer diosa a Proserpina. Auténticos incultos e incapaces pasan constantemente por el columnismo español, lo que unido a la todología, o la doxosofía, hace que el más imbécil de todos pueda ofrecer las más peregrinas o desopilantes teorías sin fundamento alguno. Ni el de los mayores, o los antiguos, como ustedes prefieran, ni el del conocimiento propio, ni el de la nobleza del bien común. Aquí todos hacen de su capa un sayo y hasta el más tonto hace relojes. Claro que habiendo 30 periódicos de tirada nacional con diez columnistas diarios salen a trescientas columnas donde igual una es algo que merece la pena ser conservado. El resto tiene más apariencia de apparatchik, de mayordomo de la clase dominante o de búsqueda de casito o huequito para pasar el cepillo o recoger el sobre como quien saca la hucha del Domund. Rindan pleitesía todos a su diosa Proserpina.

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