Tras el fallecimiento de Benedicto XVI ha habido de todo, como en la viña del señor: loas exageradas, ponderaciones justas y mala baba. Se le ha querido catalogar de nazi (falso), se le ha acusado de imputado por encubridor de abusos a menores (falso, porque tan sólo había una denuncia civil en la que estaba dispuesto a testificar en juicio si la vida le daba para ello y contar que nada le llegó), se le ha acusado de haber perseguido a Hans Kung (falso, quien le retiró de la enseñanza teológica fue Pablo VI) y de haber actuado contra la Teología de la Liberación (cierto y se ha explicado profusamente). En términos generales, se le ha catalogado de reaccionario, pese a haber sido progresista en su juventud, un neorrancio avant la lettre.
Como un debate teologal profundo da para un ensayo y no un artículo, mejor buscar ciertos aspectos que se pueden aprender de su pensamiento con afán práctico. Del pensamiento de Joseph Ratzinger pueden aprender muchas personas sin llegar compartir su fe. No es necesario ser católico para poder discernir virtudes intelectuales que cualquiera puede aplicar a su acción política. Unos observarán y aprenderán que algunos elementos tradicionales no son males, especialmente si son centrales a la doctrinar que dicen defender; otros verán que la hipocresía con la que se mueven por la vida, por mucho que sientan a Dios en sus vidas, tampoco es acorde a la Doctrina.
Libertad
Ratzinger siempre se preocupó por el tema de la libertad. Tanto la personal como la colectiva. Defendía que la libertad sin moral era mero libertinaje (contra el libertinaje escribió en muchas ocasiones) y la moral sin libertad era perniciosa. Esto aplicado al debate político atañe tanto a liberales como a “izquierdistas”. Entender que la libertad del yo es tan amplia como desee la persona, sin ningún tipo de límites, supone un extravío y un vaciamiento del sentido de la libertad. La moral ayuda a fijar los límites que hacen posible la convivencia en sociedad. Ese “nadie me puede decir cuántos vinos me puedo tomar antes de conducir” es libertinaje puro pues no tiene en consideración a los otros (los que pueden morir por ir bebido al volante). La existencia de virtudes éticas en cualquier sociedad permiten la unidad en la diversidad y evitan el relativismo. La persona posee una dignidad inalienable y sin moral esa dignidad es inexistente.
Luego están los que se inventan una moral que imponen por la fuerza, excluyendo cualquier tipo de veracidad de la misma, cancelando opiniones, expresiones o acciones. Son totalitarios del pensamiento, al cual recubren con una moralina que imponen como dogma, negando que pueda existir diversidad que no haya sido aprobada por ellos o ellas. Cualquier atentado contra la razón, que suele ser algo típico en la “izquierda” actual, acaba vendiéndose como un producto moral. Contra esto se pueden aprender en Benedicto XVI.
Caridad
Muchos han resaltado la importancia de la encíclica Deus caritas est de Benedicto XVI. Lo que no queda tan claro es que se haya comprendido en su completa profundidad. La caridad es un concepto clave en la teología, algo que en el proceso de secularización moderno se transformó en fraternidad (más o menos). Amor por el otro en correspondencia al amor que Dios tiene por cada una de las personas por igual. Entender la caridad como un mero donativo monetario, entregar una manta o un poco de comida es confundir la misericordia con el amor. Realmente en este tiempo, ni por la derecha, ni por la izquierda hay caridad/fraternidad porque no hay esa unión amorosa. Más viene existe misericordia de la peor, la que se hace desde una posición de superioridad virtuosa o poderosa.
Si se entiende al otro como un ser amado (no en el eros, basta con la filia), como alguien que es igual a mí, que me es fraterno, la perspectiva cambia radicalmente. Lo que se intenta no es ser misericordioso (algo que no es malo en sí, no vayan a creer) sino caritativo/fraternal. Se legisla en beneficio de todo el mundo porque, al final, somos hermanos (en la fe o en la mera humanidad), se busca el bien común. Que la casa de todos sea confortable y que no exista una diferenciación enorme de tal forma que se ponga a unos bajo la bota de los otros. Esto no lo tiene en cuenta nadie. Se habla de las personas como meros datos estadísticos, como meros artificios materiales, como simples números que están ahí. Fíjense en la hipocresía cuando se habla de pobreza infantil como si no existiesen progenitores pobres. Ahí no hay amor, ni caridad, ni fraternidad.
Relativismo
Vivimos en la época del relativismo, producto del individualismo propio de la postmodernidad. Una secularización casi completa donde la esperanza y la trascendencia son imposibles. Cuando la Iglesia católica manifestaba su rechazo al marxismo era tanto por el excesivo materialismo como por la teología que presentaba. El tiempo le daría la razón en algunas cosas y menos en otras, como sucedió con el liberalismo cristiano u otras pretensiones de revisar la base fundamental de la doctrina católica.
Hoy en día existen mil liberalismo, dos mil socialismos y tres mil cristianismos. Esto le espantaba a Ratzinger como espanta a personas de derechas e izquierdas, las cuales ya no saben ni qué es la socialdemocracia, ni el liberalismo, ni el propio catolicismo. Respecto a esto último, la gran enseñanza de Benedicto fue volver a poner la Trinidad y la Liturgia en el centro de lo católico. Lo otro parece que no hay quien lo arregle. El socialismo no es que un colectivo pueda utilizar a mujeres para alquilar sus vientres y tener descendencia. El liberalismo no es que desde el Estado se salve a las empresas (grandes) que han cometido errores de gestión. Ni que el Estado sea el dios sobre el que gira la vida de las personas, en especial para lo malo.
Cuando las ideas no son claras; cuando la moral es cambiante; cuando cualquier ocurrencia de un departamento de una universidad californiana toma cuerpo de fe; cuando la historia es una carga que se tira a un lado del camino o se revisa para que encaje con las ocurrencias de presente; cuando lo que se quiere es un socialismo/liberalismo/catolicismo que encaje con las apetencias de cada individuo; cuando se quiere que todo sea líquido, la dictadura está más cerca de lo que se piensa. No sólo la dictadura política, sino la social, que es la que realmente preocupaba a Ratzinger.
Y ese relativismo, que acaba convirtiéndose en dictadura, impide la posibilidad de la esperanza. El progreso de los progresistas carece de esperanza, es pura materialidad y tecnociencia. No hay teleología posible y, por ende, se carece de toda capacidad de trascendencia. Ese aquí y ahora. Ese mostrarse al otro en una completa figuración alienante (como sucede en las redes sociales). Todo ello hace al ser humano menos humano. Para combatir todo ello pueden encontrar en el pensamiento de Ratzinger un camino o un pequeño rincón para la reflexión. Quienes estos días se han reído de quienes han dicho que ha sido un eminente pensador (como se sostuvo aquí) lo hacen bien desde la incultura (muy propia de las redes sociales y la época relativista), bien desde la mala leche o la campaña orquestada desde el lobby gay.