La hipérbole continuada que existe en los medios de comunicación de derechas (casi todos hay que recordar) debe obedecer bien a la ingesta de sustancias psicotrópicas, bien a la no ingesta de sustancias grasas. No hace tanto tiempo, un buen cochinillo, un cocido o cualquier otro manjar graso, regado con algún buen caldo del país, llevaba a un estado de reflexión mayor a columnistas, editores, jefes de sección y directores. Ese chute de energía grasa proporcionaba el sustrato necesario para la pensar antes de escribir, a dejar la mala baba y el odio aparcado. Luego, después de salir de la redacción, ya si eso venían los cubatas o lo que cada cual quisiese utilizar para levantar el ánimo. Hoy, semi encerrados, con dietas rigurosas y frugales para aparentar en la sociedad espectáculo, es normal que el columnista o editor acuda frente a la pantalla del ordenador de mala uva. Lo otro es que acudan cargados de vaya usted a saber qué, algo que les lanza a sacar el ser maligno que se hay dentro. Sin descartar nunca que haya aumentado el número de malas personas escribiendo.
Al problema de la ingesta se suma una política espectáculo donde la reflexión ha sido abandonada en el segundo basurero de la historia y cada cual intenta destacar con la primera soplapollez que se le ocurre. Y como en los medios de derechas, cuanta más basura intelectual se lance, más columnas, más radios y más seguidores en redes se consiguen –lo que al final supone hacer caja-, mas estupideces se leen y oyen. Aspavientos lingüísticos, caídas del caballo premiadas (si al de Tarso le funcionó imaginen a estos), pobreza intelectual vestida de conocimiento porque se ha hecho una carrera –la cantidad de personas con doble titulación, en especial en Ciencias Políticas, que muestran un desconocimiento de lo mínimo de forma asombrosa, por no hablar de filólogos que tienen todo el conocimiento en sus cabezas no se sabe bien por qué-, y mucha bilis infectando las redes digitales.
Es continuo leer, como ayer mismo en Vozpopuli (que ha pasado del economicismo al amarillismo populista en menos de un año), su editor salía señalando al presidente del Gobierno Pedro Sánchez como catalizador de la llegada de un régimen totalitario. ¿Qué gilipollez es esta? Por edad ese personaje conoce perfectamente lo que es un régimen autoritario como el franquista, un régimen pelín más blando comparado con lo que es el totalitarismo. En esas en qué cabeza cabe hablar de totalitarismo del gobierno. Hasta el momento, desde 1978, la única legislación contraria a la libertad de expresión ha sido puesta en marcha –y sigue vigente sin que nadie pida a gritos que se elimine- por el PP. El Gobierno ha sufrido varapalos judiciales, lo que muestra que la división de poderes funciona. ¿Dónde está el régimen totalitario que intuyen estos columnistas y que nadie más que ellos ve? No es el único, son decenas los columnistas que hablan de ello de continuo en cualquiera de los medios de la derecha.
¿Argumentos en favor de esa tesis? Que el gobierno quiere controlar el poder judicial. Lo curioso de esto es que cuando era otro gobierno el que lo controlaba no decían nada de totalitarismo. ¿El mismo hecho ya no es delictivo si lo comete otra persona por afinidad política y/o económica? Otro argumento, que quieren imponer un lenguaje políticamente correcto que ahoga la libertad. Eso mismo se ha visto, en todo occidente, a derechas e izquierdas, desde hace décadas. Hoy en día, por poner un ejemplo, se impiden críticas públicas a los vientres de alquiler, a la explotación reproductiva, mientras en los medios de derechas hablan de gestación subrogada y de papis guays que se compran hijos –un espermatozoide no es capaz de autopóiesis-. De hecho, cuando es alguien muy famoso se oculta que ha pagado por explotar a una mujer. El tema es global, no privativo de España. Y si hace falta se inventan que hay un populismo punitivo y ya está o una ideología de género que destruye la sociedad. Por cierto, esto de destrucción de la sociedad lo dicen los hipermegaliberales que sólo creen en el individuo.
En esta columna se ha criticado al gobierno con dureza cuando han pretendido llevar a cabo políticas que perjudicarían a la mayoría de la población (como los impuestos al diésel, la falta de perspectiva con la España periférica…). Aquí se ha catalogado al jefe de gabinete del presidente como camarlengo (epíteto que ya han copiado algunos). Aquí se ha hecho notar la pulsión autoritaria del ahora candidato podemita a la Comunidad de Madrid. Siempre con argumentos, sino racionales, sí razonables. Pero afirmar que el gobierno está limitando la libertad y que camina hacia un estado totalitario (con lo que eso supone) sólo se puede hacer bajo la incidencia de sustancias psicotrópicas. A lo que añadir pobreza/maldad intelectual.
Están llevando la crítica a ese extremo en los medios de derechas para provocar la repulsión de la mayoría de ciudadanos. Están esparciendo un discurso del odio que recuerda al homo sacer que analizase de forma brillante Giorgio Agamben. Un individuo al que se tiene por sagrado (como individuo) pero al que se puede matar sin cometer crimen alguno. No es que les moleste no tener el poder (que en buena parte algo de eso existe); no es que les molesten ciertas alianzas gubernamentales (que molestan a buena parte de los españoles); es que quieren imponer su visión de la vida por todos los medios sin importarles que la democracia se vaya por el sumidero. La libertad de expresión se sustenta en el valor de decir verdad, la verdad propia sí pero argumentada. No soltar soplapolleces para alimentar el odio.
Ningún demócrata, como hacen algunos que se cuelgan medallas de ello, puede tolerar discursos de odio y mentirosos porque ese tipo de discursos provengan de partidos o personajes del propio espectro ideológico. Da igual que el discurso provenga de la izquierda o la derecha. Si se piensa que los que están más cerca no son malos porque están más cerca se está dando paso a ser el primero en la lista de posibles víctimas a futuro. La actual generación de políticos es de las peores de la historia patria, eso seguro, pero curiosamente los que esparcen el odio en periódicos, radios y periódicos, son casi los mismos que estaban en La Conspiración de los años 1990s, o con los peones negros que negaban el atentado yihadista… Y, también hay que decirlo, están los que ven fascistas por todos lados porque les ayuda para su supuesta lucha antifascista y facturar miles de euros por eso mismo, los cuales alimentan el odio que otros se encargan de difundir. Mala es la generación de políticos, pero la de columnistas, periodistas y demás doxósofos no es mejor.
Mientras tanto los españoles las pasan putas para aguantar bajo una terrible pandemia y cada vez hay más gente que está en situación de pobreza y sin esperanza.