No, no se ha perdido la cabeza por aquí. La realidad es que la intervención de los dos ex-dirigentes del PSOE en el programa Espejo Público ha dejado al descubierto la actitud y las formas de Pedro Sánchez. Es ese espíritu crítico el que hay que volver a traer, ese decir lo que se piensa, basándolo en datos no sobre cualquier idealismo mágico, ese anteponer el bien común al bien personal, ese suponer que en el partido los afiliados son algo más que palmeros del líder máximo.
Felipe González y Alfonso Guerra han estado sembrados y no, precisamente, por lo que quieren destacar los medios de comunicación que se han echo eco de la entrevista. Lo primero, en términos generales, han demostrado tener más capacidad a sus ochenta y tantos años que toda la generación y recua de acémilas políticas que se tiene en la actualidad. Que dos señores de edad provecta vean mejor, analicen mejor y se expliquen mejor que los 350 diputados, los senadores y la mayoría de diputados regionales con sus presidentes al ente, dice poco y mal. Todos los sugus, esto es, los palmeros irracionales que salen en turba para acosar a quienes discrepan del señor monclovita, dirán que son fachas, unos vejestorios y que hay que expulsarles del PSOE, pero entre toda esa turba no lograrían juntar un análisis medianamente acertado como ellos.
No es cuestión de glorificar a quienes hicieron de las suyas y cometieron numerosos errores en sus tiempos de dirigentes máximos (para eso ya se dedicó una tesis doctoral de casi 1.000 páginas), pero es que lo que han afirmado ayer en el programa matinal lo debería firmar cualquier socialista que entienda lo que es ser socialista. ¿Está creciendo España pero la redistribución de la riqueza, con aumento de la pobreza infantil, es nula? Sí. Cualquier economista, menos el presidente del gobierno que lo es de aquella manera —como los títulos que quiere convalidar de forma rápida de los extranjeros, sin tener en cuenta lo que hacen pasar a los españoles cuando quieren convalidar los suyos—, lo viene diciendo. Y las cifras microeconómicas están ahí, sin tener culpa un volcán, o la ultraderecha, o una lejana pandemia ya, que son las típicas excusas de los palmeros del señor de Ferraz.
No merece la pena volver a hablar de la amnistía de los sediciosos, de la exculpación de Puigdemont o de todas esas bajadas de pantalones de Sánchez con sus socios, ya se preguntó retóricamente Alfonso en el programa si eso merece la pena electoral y gubernamentalmente. Sino que en otra cuestiones que parecen más baladíes le han dado leña al mono Sánchez hasta romperlo, con el añadido de que son personajes públicos que tienen capacidad de convencer. Estos señores se comieron una verdadera campaña, corrupción mediante, y no se lanzaron a cambiar la ley —ayer afirmaron que hay elementos suficientes legalmente y que en caso de duda mejor no tocar nada—, tragaron como pudieron y al final resultaron absueltos de la gran mayoría de cargos —¿saben Juan Guerra salió absuelto de todos los cargos, aunque la dimisión de Alfonso se debió más a prestarle un espacio público para cosas privadas (algo que hoy en día parece que el uso de Moncloa es normal para los negocios de la esposa)?—.
Felipe y Alfonso han recordado, cuando unos militantes les han increpado sobre decir las cosas en los órganos competentes, que cuando ellos era secretario y vicesecretario del PSOE los Comités Federales duraban un día y medio y solo podían hablar los que tenían algo crítico que decir (aunque luego se colaban aduladores). Algo que es imposible pensar en el PSOE del sanchismo inilustrado. Bien porque la mayoría de los que están allí han sido elegidos a dedo y dependen de ese dedo para comer, bien porque las carencias intelectuales del actual Comité Federal son evidentes respecto a los de otra época. Sin decir muchas más palabras han señalado que Sánchez es un dictadorzuelo que no permite la crítica.
Felipe le ha contestado a Susanna Griso que no duda de su purga si no fuera el expresidente. En “su” PSOE hubo unas cuantas purgas, de hecho Alfonso se cargó a toda una agrupación sin preguntar antes pensando que todos eran del sector crítico —lo que luego canalizó hasta la desaparecida Izquierda Socialista de Luis Gómez Llorente, Antonio García-Santesmases y Pablo Castellano (purgado con cierta razón porque se pasó tres pueblos)—, el problema es que había renunciado hace poco la ejecutiva crítica, entrando a la dirección felipistas y se los llevó por delante. O, cómo olvidar, aquello de la «línea que se mueve», o no salir en la foto. Pese a eso, convocaron un congreso federal para decidir lo de la OTAN, se dieron de leches en los comités federales con sindicalistas y críticos… lo mismo que hace su sanchidad.
Y, especialmente, para finalizar, el hecho de que tienen, aunque se puedan equivocar, una clara visión de lo que quieren para España, para lo que debería ser España. Como afirmó Felipe, con todos los matices que quieran, al salir del gobierno habían dejado una España mucho mejor de la que encontraron. Esa debe ser el principal preocupación de un gobernante, el bien común, el futuro de las siguientes generaciones. José Luis Rodríguez Zapatero o Sánchez ¿han dejado o van a dejar una España mejor? Igual aquel pacto del Betis debería darse de nuevo para desembocar en un nuevo Suresnes. El peligro es que Sánchez está haciendo y hará política de tierra quemada, no dejará nada que recuperar a este paso.
Post Scriptum. A Sánchez hay que reconocerle el mérito de haber logrado que dos antiguos amigos hayan llegado a hablarse de nuevo, después de 22 años sin hacerlo. Hasta para reconocer, sin mucha efusividad, que las amistades te caen y no queda otra que aceptarlas. No hace tanto Felipe no hubiese defendido, como hizo cuando la celebración del aniversario de 1982, a Alfonso.