Como Alberto Núñez Feijoo no tiene quien le sonría las gracias, vamos que no encuentra apoyos para poder ser nombrado presidente del Gobierno, está la prensa hablando de la amnistía día sí y día también. Desde el PSOE niegan que vaya a existir algo así como una amnistía; desde Junts afirman que no solo de amnistías vive el hombre; en Sumar están a sus cosas de pijos; y en los medios “progres” no paran de sacar a cualquier personalidad que diga que sí, que la amnistía es posible.
Andoni Ortuzar, el mandamás del PNV (mucho más que el lehendakari por aquello de su estructura jesuítica), ha dicho, tras conversar con Carles Puigdemont, que mejor no llamar a la amnistía así. Sería mejor llamarla de otra forma para no soliviantar a los ciudadanos. ¿Recuerdan lo de José Luis Cuerda y que consideren gilipollas a los ciudadanos? Pues eso. Cambiando el nombre parece ser que se soluciona el problema. Algo así piensa la vicepresidenta segunda Yolanda Díaz, la cual, haciendo un esfuerzo por demostrar su incapacidad, habló de tres tipos de amnistía: la amnistía general, la amnistía utilitarista (que el Tribunal Constitucional rechazó como inconstitucional); y la amnistía para procurar cosas que benefician al gobierno, o a España pues no tiene clara la distinción. Dejen que llegue a la verdad por ella sola… si puede.
La conllevancia de Renan
Entre todos esos artículos sobre lo beneficioso o lo constitucional de la posible medida a tomar destaca en las últimas horas el de Manuel de la Rocha (el padre del asesor e histórico de Izquierda Socialista y UGT). El abogado madrileño intenta ir un paso más allá y establecer que algo habrá que hacer para la conllevancia de Cataluña en España. Afirma que hay como dos millones de catalanes (realmente menos de millón y medio) que apoyan la independencia y creen que son una nación plena que necesita de su propio Estado para la libertad. Expone el debate de José Ortega y Gasset con Manuel Azaña en el que el segundo acabó afirmando que la decisión política que se tomase siempre sería contingente pues la historia avanza. En ello asienta que ya ha llegado el momento de hacer otro esfuerzo en la conllevancia pues el tiempo ha pasado.
Toda esa reflexión lleva a otro análisis. Uno que hace recordar las palabras de Ernest Renan ante la Asamblea Francesa para explicar lo que era una nación (tienen diversas ediciones de ¿Qué es una nación? en español). Explicaba el pensador francés que la geografía no era un determinante aunque influía, como tampoco eran determinantes el idioma, las convenciones, el pasado aunque influían en la conformación de la misma, pero no la determinaban porque, al final, la nación es un plebiscito de todos los días. Esta reflexión, sin duda, está emparentada con el avance histórico del que hablaban Azaña y De la Rocha. Cada día la nación se pone a prueba a sí misma en su desarrollo. Siempre y cuando exista la libertad necesaria para ello.
Los aparatos ideológicos
Al respecto de la libertad cabe hablar aquí, no recurriendo a John Stuart Mill, por ejemplo, sino a Louis Althusser. Es curioso que aquellos que han sido hijos del marxismo hayan olvidado las lecciones realmente fructíferas que salieron de aquellos, en muchas ocasiones, excesivos debates teóricos. Incluso muchos conservadores actuales han vuelto la mirada a esos marxistas casi olvidados para ver cómo confrontar la realidad. Lo más destacado de Althusser, y lo que permitió crear una pseudoescuela althusseriana con efectos prácticos, son sus aparatos ideológicos del Estado. Hoy en día cabría hablar de aparatos ideológicos en el Estado, pero la propia reflexión sobre ellos y sobre la reproducción en el sistema capitalista provee de instrumentos adecuados para ver cómo se ha llegado hasta aquí.
Cierto que PSOE y PP han permitido hacer lo que han querido a CiU (ERC, Junts, CUP y demás desmembraciones del pujolismo) y al PNV (a estos, además, con los cadáveres de los asesinados –muchos socialistas– encima de la mesa). Mientras daban unos pocos votos para la estabilidad de los gobiernos centrales, se permitía que hiciesen y deshiciesen en sus regiones. Incluso el PSOE, ganando unas elecciones con José María Txiqui Benegas, permitiendo que siguiesen en la Lehendakaritza cuando las urnas habían determinado otra cosa y compartiendo gobierno vasco. El plan Ibarretxe hizo que las tornas cambiasen durante un tiempo, el que aprovechó Patxi López para ser lehendakari con el apoyo del PP (¡qué pronto se olvidan las cosas!), pero han vuelto a su cauce con Pedro Sánchez. Y con Feijoo, cabe hacer esta apreciación, tampoco cambiarían pues en Galicia ha seguido el mismo modelo peneuvista.
La realidad del día a día
Retomando a Althusser, son los aparatos ideológicos en el Estado los que proveen las mentes de las personas. La educación, especialmente; los medios de comunicación (mucho más los públicos); las iglesias (menos las cristianas aunque forman parte del sustrato cultural); y las asociaciones de la sociedad civil (además de los partido políticos) son elementos clave en la socialización de las personas. Si la educación está controlada por secesionistas, sin posibilidad de salirse del marco fijado por la clase política; si los medios controlados por los gobiernos (directa o indirectamente mediante transferencias económicas) no abren el debate; si las iglesias obvian el ecumenismo civil; y si las asociaciones civiles están a sueldo de la clase política lo normal es que una mayoría de personas acaben pensando como quieren las élites. A ello súmenle las acciones del Capital y tendrán una sociedad secesionista en su mayoría. En Cataluña y País Vasco esos aparatos ideológicos han funcionado en un sentido mayormente.
La libertad de pensar y expresarse de distinta manera, el contrapeso de los aparatos ideológicos, han estado coartadas en ambos lugares. En uno por la mano vil del pistolero asesino, en otro por la acción conjunta de la clase política permitiendo la ausencia de alternativas y de respeto al otro. Erigir, como se pretende en otras regiones, una nación en base al idioma y a unos mitologemas históricos (con poco fundamento en la realidad) y no a la comunidad libre de los habitantes no conforma una nación real sino una inventada (como diría Eric Hobsbawm y no como los Escolar, que les dio por meterse a historiadores cuando, en algún caso, ni carrera tienen). Si a todo ello se le suma la alienación propias de las sociedades espectaculares de Guy Debord (magnífica la reedición de su biografía en la editorial Pepitas), el cuadro dista mucho de algún tipo de reivindicación sustentada en actos libres.
¿Se respetará la libertad de todos los españoles?
Que la nación sea un plebiscito de todos los días no encamina hacia la realización de un plebiscito material, salvo que exista libertad en todos los terrenos sociales. Conceder rango de oficialidad a las lenguas regionales en el Congreso de los Diputados es una fase espectacular más. Una especie de cortina de humo sobre algo que es más importante, la posibilidad de la autonomía personal como fundamento de la libertad y de los derechos humanos. ¿Se respeta la pluralidad a todos los niveles en esas regiones que se ponen magníficas? Difícilmente la respuesta sería afirmativa. Entonces no cabe ningún tipo de reordenación de las relaciones político-sociales hasta que se llegue a ese punto. La conllevancia es válida cuando es bidireccional. Si solo es aguantar las presiones del otro es otra cosa bien distinta y muy cercana a la opresión y/o el chantaje.
Como en todo, al final, lo que hay que seguir es el rastro del dinero y su vinculación con el poder. Los de Junts ya han pedido 22.000 millones de euros anuales y más competencias privativas en materia fiscal (ya tienen los aparatos de represión y de control mental). Los del PNV y Bildu más dinero mediante fiscalidad y más competencias (igual que los otros tienen ambos aparatos). Más desigualdad entre regiones entonces. Más diferencias entre unos ciudadanos y otros. Mayor control poblacional en unos sitios que en otros. Un paso más hacia la independencia sobre los lomos de los castellanos (esa nación que no existe, cierto jamás ha existido como nación, pero sí como pseudo-Estado, le guste o no a los Escolar), esto es, el antiguo reino de Castilla.
Cualquier tipo de acuerdo no debe estar basado en la mera conllevancia, como diría De la Rocha, sino en la libertad, la igualdad y el bien común. ¿Con la amnistía, que la llamarán acuerdo para resiliencia catalana o algo similar, se llegará a una sociedad más libre, igualitaria y donde prime el bien común o tan solo se satisfarán los deseos de parte? ¿Condonar, por unos míseros votos, los delitos cometidos bajo un régimen democrático servirán para mejorar la vida de todos los españoles? ¿Se desmontarán los aparatos ideológicos que esas regiones han instalado (habría que hacerlo en todas respecto a la compra de voluntades periodísticas)? Si no es obvio que las respuestas puedan ser afirmativas, que todo este espectáculo alienante sirve a otros propósitos, que al final es un problema más de clase política que de ciudadanos, ¿para qué? La clase trabajadora, esa misma a la que han convencido de no serlo (ha pasado la identificación del 50% al 16% en este siglo), no gana nada y esa debería ser la principal preocupación de partidos socialdemócratas y progres ¿o no?