En la presunta batalla que se ha desatado, al menos así lo cuentan los medios de desinformación de masas, existe un debate entre presuntos equidistantes y presuntos partidistas. Un debate que se ha extendido a personajes de la farándula, de la literatura, del periodismo, de las ciencias sociales, etcétera como si aquello fuese el no-va-más de lo intelectual. Sin embargo, por su posición en los medios de comunicación –con su repercusión en redes sociales- y la difusión que hacen del supuesto y, como se verá, estéril debate acaba impregnando a buena parte de la sociedad.
El problema es que se parte de un error analítico grave. Los que son equidistantes ¿respecto a qué lo son? ¿Los son en todos los casos? Los que son partidistas ¿realmente qué es lo que defienden o a quién defienden? Como ven existe una complejidad detrás del argumento simplista que utilizan la mayoría de todólogos, doxósofos y columnistas de medio pelo. Se puede tener equidistancia respecto a una pelea partidista pero, a contrario sensu, ser partidista de una posición ideológica. Se puede ser partidista de partido político pero equidistante de una lucha social. A fin de comprender el meollo del supuesto debate nada mejor que dividir de manera analítica a los grupos en disputa en apocados, revertianos o partidistas a fin de descubrir si ese “intento de realidad” que nos presentan es válido e, incluso, real.
Comenzando por los apocados, se puede decir que son personas que nunca se mojan en nada. Pueden votar o no, pero son personas que siempre evitan cualquier tipo de conflicto y que se muestran totalmente pasivos respecto a la política (prefieren dedicar sus neuronas a otros temas). Son como el escribiente Bartleby –el famoso personaje del cuento de Herman Melville– que prefieren no hacer nada más allá de lo “obligatorio” mientras su vida discurre sin más sobresaltos. En realidad su toma de postura es no tener una postura definida y definitiva.
Luego están los revertianos, por Arturo Pérez Reverte, que son esas personas que siempre se quejan de todo, que no son ni de izquierdas ni de derechas, pero son molestas hasta el extremo. Su no posicionamiento o falsa equidistancia al final acaba siendo un posicionamiento hacia cierto idealismo peligroso. Cuando el escritor cartagenero dice que la actual clase política carece de inteligencia (en el sentido intelectual), de poso, de grandeur realmente se posiciona en favor de un tipo ideal de político muy cercano al platonismo. ¿Qué significa esto? Que sólo aquellos que cumplen los requisitos y el porte carismático de estos profetas son bienvenidos. El problema es que en numerosas ocasiones esos seres tocados por el espíritu de la historia acaban estableciendo regímenes dictatoriales. Añádase que, curiosamente, las características de ese ser carismático las acaban definiendo tres o cuatro personajes, no es algo en lo que las masas –nótese que este tipo de personas hablan de las masas despectivamente siempre- participen. Los equidistantes revertianos son una especie de seres de luz que todo lo saben, aunque en realidad son ignorantes de la propia vida.
Por último están la categoría de los partidistas que tiene diversas subdivisiones. Hay partidistas que lo son de parte de una celebridad/personaje con el que están a muerte. Pase lo que pase les ciega el fanatismo por esa persona sobre la que acaban proyectando sus ilusiones, sus pulsiones sexuales o el deseo de venganza. En este sentido quienes esto leen reconocerán a muchas personas que son sanchistas, iglesistas, casadistas (de este menos es verdad), felipistas, etcétera. Es el fenómeno fan (como hace años con Los Pecos, Hombres G y demás grupos del estilo) donde se ha constituido una masa cerrada, por seguir la terminología de Elías Canetti, de fanáticos que son completamente intransigentes respecto a todo lo que rodee a su ídolo. Idola theatri (que diría Francis Bacon) han existido toda la vida aunque en tiempos de la sociedad del espectáculo son más frecuentes.
Luego están aquellas personas que son partidistas de un partido político y lo defienden frente a los partidos que confrontan con el suyo. Son personas más moderadas que las anteriores en general e, incluso, cuando tienen una asentada ideología no tienen reparos en criticar a sus propios dirigentes. Tienden a moverse entre el fanatismo del contexto –en el momento en que se hacen masa- y la inteligencia del día a día. Son más propensos a ver en las prácticas, como sucede con la siguiente categoría, lo importante del devenir político, obviando un tanto –todo lo que dejan- los juegos de espejos de los medios de incomunicación y las redes sociales. Son muy de agit-prop pero sin perder el sentido crítico. Y, por último, los partidistas de una parte de la sociedad, sean de asociacionismo, sean de postura ideológica, sean de postura religiosa. Como las dos subdivisiones anteriores existen personas más fanáticas, más militantes y gentes que intentan vivir de la causa que defienden.
Para los revertianos los apocados son una masa de borregos que no alcanzan a admirar la verdad, que está en otro lado, y los partidistas son unos meapilas iletrados incapaces de desprenderse de sus prejuicios ideológicos en pos de la verdadera virtud. Todos son estúpidos, incultos y deben quedar excluidos de los puestos de prestigio. Porque, al final del camino, los revertianos no ponen en duda jamás el sistema –da igual el sistema que sea- sino que señalan a los demás para situarse ellos en donde llega el dinero. Pérez Reverte cada vez que publica una novela de aventuras acaba intentando gestionar alguna polémica que le haga vender muchos libros. Y el resto de revertianos acaban mostrando la patita en situaciones similares. “Los políticos son todos muy malos y compren este libro donde explico por qué” podría ser el lema de estos supuestos equidistantes. Al contrario que el escribiente Bartleby, esta gente siempre da codazos, pescozones y empujones para estar siempre con el poder. En realidad se parecen más a Eichmann, el jefe de los transportes a los campos de exterminio nazis. Perfeccionistas de los dictados de la clase dominante que señalan a todos los demás para…, para que todo cambie sin que cambie nada. Por tanto, se califican de equidistantes pero toman parte. ¡Vaya si toman parte!