Sabedor de que su vida política está cada día más cerca por los errores cometidos en el pasado, Albert Rivera intenta una última jornada que le sirva para presentarse ante el pueblo español, ese mismo que le señala como cuñado, como el salvador de España. Ya que la campaña quieren los dirigentes máximos de los principales partidos, salvo Unidas Podemos, que se desarrolle bajo los parámetros de la disputa de España con diversas dicotomías, en Ciudadanos no han tenido mejor idea que presentar una moción de censura contra Quim Torra. Una moción que llega a destiempo y que no cuenta con el respaldo de ningún partido salvo el PP, el cual la apoya por no dar que hablar. Pero, dada la escasa capacidad de análisis en la formación naranja (a Garicano le tienen apartado de estas decisiones), no se han percatado de varias contradicciones fundamentales.
Primera. Rivera no puede culpar al PSOE, en este caso PSC, por no apoyarla pues la formación naranja lleva meses insultando al máximo dignatario del partido socialdemócrata. Decir que el sanchismo es el mal y que por ello no se reunía con el presidente del Gobierno tiene como contraprestación que no le apoyen en una moción condenada al fracaso más estrepitoso. No se puede ir por la vida montando pollos y luego esperar que te solucionen un problema que no has sabido solventar a tiempo. La misma moción de censura hace un año, por ejemplo, hubiese tenido más sentido que hoy que ya todo el mundo sabe perfectamente lo que es el PDeCAT, o como quiera que se llame el puigdemontismo. Una burguesía echada al monte con claros síntomas de totalitarismo.
Segunda. Antes de unas elecciones generales la moción aparece como lo que es, una medida electoralista en busca de salvar la cara. Las encuestas de casi todos los medios, incluido el “malvado” CIS, tienen en común que Ciudadanos va camino de un fracaso electoral como no se recuerda en tiempos (salvo el de UCD en su momento). De ser la tercera fuerza política y disputar la hegemonía de la derecha al PP, Ciudadanos ha pasado a pelear por no desaparecer. La irrupción de Más País, y el giro hacia el españolismo y el centro del PSOE estrechan la posibilidad de Ciudadanos de volver al centro desde la extrema derecha populista en la que se ha metido en sus ansias por ser el jefe de la derecha española. Ansias porque en este caso el factor psicológico, lo subjetivo, es fundamental dentro del reducido grupo de palmeros y gurús de la secta naranja para virar hacia posiciones colindantes al populismo europeo. Tras dejar de ser liberales en la praxis ahora intentan la última pirueta mediática.
Tercera. Presentarse como defensores de la unidad de España, como garantes de la estabilidad cuando rechazaron no hace mucho tiempo entrar en el Gobierno, o formar coalición gubernamental, tal y como pidieron desde la clase dominante. Haber impedido un posible Gobierno de ciento ochenta y tantos diputados, con la posibilidad de actuar contra los desmanes de Torra y el jefe en la sombra Carles Puigdemont lo saben todas las españolas y todos los españoles. Y si lo basas en una gran mentira peor. Sólo a Rivera se le ocurre decir que “la moción de censura servirá para recuperar la normalidad y acabar con la pesadilla del procés”, cuando dependen para ganarla de los votos de la CUP. O se piensa que el resto de las personas son idiotas, o es que la mitomanía ha hecho presa en él. Populismo electoral sin más ya que realmente le importa más su propio devenir que el del pueblo catalán. De hecho, sin Torra y Puigdemont, Rivera no sería nada políticamente. Necesita el conflicto catalán para intentar sobrevivir.
Todo esto demuestra que Rivera ha entrado en barrena y que la clase dominante ya no le va a apoyar como hizo hasta el momento. Toda vez que negó las órdenes de quienes le auparon al Congreso de los Diputados, la cabeza del dirigente naranja ya tenía precio. Si a ello se le suma que no ha hecho nada contra la corrupción del PP (véase Madrid donde), que donde gobierna implanta los recortes y destruye lo público con mayor ferocidad que el PP, que sus grandes fichajes resultan un bluf (véase a Imbroda que pide menos estudiar y más hacer carreras deportivas porque nos prefieren incultos a fin de manejarnos), que no se ha comportado como el liberal que dice ser o que siempre gesticula extrañamente demasiado, normal que el electorado le abandone. Pablo Casado sin decir esta boca es mía y dejándose una barba mariana (Losada dixit) le ha dejado en una posición subalterna. Ha quedado como ese político inservible que molesta (tipo Rosa Díez), que se vuelve insoportable y que, al final, la gente desea que se vaya a su casa. Igual pasa antes de tiempo.